Durante los minutos que tardó en llegar la ambulancia, Fiona se quedó en la casa con Marcus. En cierto momento la vi sentada apenas en el borde de la mesita del café, simplemente mirándolo, esperando, según parecía, a verlo morir. Me preocupaba que pudiese hacer algo imprudente: no contra Marcus, sino contra sí misma. Pasó un buen rato en estado de gran agitación, gritando que qué había hecho, qué había permitido que sucediera, y la verdad es que debería haberme quedado con ella. Pero lo más importante era sacar a Kelly de aquella casa.
Cuando los coches de la policía empezaron a aparecer, les dije que la mujer de allí dentro seguramente estaba traumatizada —creo que todos los estábamos, la verdad—, y al cabo de uno o dos minutos también sacaron a Fiona de la casa.
Parecía casi en estado catatónico.
Se sentó en un peque?o banco que había en el jardín de delante y se quedó allí quieta, sin decir nada.
—Fiona. —Le hablé con delicadeza. No parecía oírme—. Fiona.
Poco a poco, volvió la cabeza. Miraba en dirección a mí, pero no estaba seguro de que me viera. Al final, dijo:
—?Cómo te encuentras, cielo?
Kelly volvió la cabeza por encima de mi hombro para mirarla.
—Estoy bien, abuela.
—Eso es bueno —dijo Fiona—. Siento mucho que esta vez la visita no haya sido visita muy agradable.
Al hablar con la policía, intenté dejar lo mejor que pude el comportamiento de Fiona.
Marcus había retenido a su nieta y amenazaba con partirle el cuello. Prácticamente había admitido haber matado a Ann Slocum. Tenía la intención de utilizar a Kelly como rehén para conseguir escapar. Al pegarle Kelly aquel pisotón, Fiona había aprovechado la única oportunidad que había para detenerlo antes de que pudiera hacer más da?o.
Además, por si todo eso fuera poco, había atacado a aquel hombre creyendo que había matado también a su hija.
A mi mujer.
Marcus no había admitido su responsabilidad en la muerte de Sheila. No creía que eso fuese a perjudicar a Fiona en lo que se refería a sus actos, pero a mí sí que me inquietaba.
No demasiado, pero me inquietaba.
?Por qué habría admitido su papel en la muerte de Ann pero no en la de Sheila? Desde luego, era posible que, aun habiendo confesado todo lo demás, no pudiera admitir delante de Fiona que había asesinado a su hija. O, a lo mejor, le resultaba imposible asumir un crimen más.
La verdad es que no sabía qué pensar. Puede que Marcus hubiera asesinado a Sheila o puede que no. O puede que hubiera sido otra persona.
Y siempre quedaba la otra posibilidad. Que ella misma lo hubiera hecho. Que se hubiera emborrachado, hubiera subido al coche y hubiera provocado el accidente. Yo llevaba muchísimo tiempo resistiéndome a esa versión de los hechos. Con todas las cosas turbias que habían rodeado a mi mujer —un sobre con miles de dólares en billetes que tenía que entregarse a un matón, falsificaciones, amigas que realizaban sobornos—, parecía inevitable que su muerte estuviera de algún modo relacionada con todo aquello. ?Acaso podía haber tanta mierda en Milford y, después de todo, no tener nada que ver con el accidente de Sheila?
Al principio había estado furioso con Sheila por que hubiera hecho algo tan estúpido. Después, cuando empecé a creer en su inocencia, me sentí culpable por la forma en que me había sentido y las cosas que le había gritado mentalmente.
De repente ya no tenía ni idea de qué debía sentir.
Después de todo lo sucedido aquellos últimos días, tenía mis sospechas, pero en realidad seguía sin saber más de lo que ya sabía antes.
A lo mejor hay cosas que es mejor no saber nunca.
Capítulo 61
Sería inexacto decir que todo volvió a la normalidad. Yo tenía mis dudas sobre si nuestras vidas volverían a ser normales alguna vez. Sin embargo, a lo largo de los siguientes días logramos recuperar cierta rutina.
No la primera noche, desde luego.
Kelly, después de presenciar los horrores que habían tenido lugar en casa de Fiona, no durmió bien. Estuvo moviéndose, dando vueltas y, en cierto momento, se puso a chillar. Yo corrí a su habitación y la senté en la cama, y ella se me quedó mirando fijamente, con los ojos muy abiertos, pero con una mirada vacía que nunca antes le había visto. Mientras gritaba ??No! ?No!?, me di cuenta de que seguía dormida. La llamé por su nombre una y otra vez, hasta que parpadeó y salió de aquel estado.
Fui a buscar un saco de dormir al sótano, lo desenrollé en el suelo, junto a su cama, y allí me quedé el resto de la noche. Puse la mano en su colchón y ella me la tuvo agarrada hasta la ma?ana siguiente.
Cociné unos huevos para desayunar. Estuvimos hablando del colegio, de películas, y Kelly tenía opiniones muy interesantes sobre la cantante Miley Cyrus, que había dejado de ser una ni?a a la que le habría gustado tener como amiga.
—Hoy no tienes por qué ir al colegio —dije—. Ya volverás cuanto tú quieras.
—A lo mejor cuando cumpla los doce —repuso ella.
—Sigue so?ando, amiga mía.
Y me sonrió.
Ese día me la llevé al trabajo conmigo. Me acompa?ó a un par de obras y estuvo jugando en el ordenador cuando volvimos a la oficina. Aquello estaba sumido en el caos. Decenas de mensajes sin contestar. Facturas que no se habían pagado.
Ken Wang dijo que había hecho todo lo posible por mantener las cosas al día, pero, sin Doug ni Sally por allí, estaba con el agua al cuello.