El accidente

—?Mataste a Sheila? ?Tú mataste a mi hija?

 

Marcus presionó más fuertemente el cuello de Kelly. La ni?a tosió, intentó liberarse del brazo de Marcus, pero no podía hacer nada frente a la fuerza de un hombre adulto.

 

—Apartaos y dejadme salir —pidió.

 

—No puedes huir —dije—. La policía te encontrará. Si le haces da?o a Kelly, solo empeorarás las cosas. No voy a dejarte salir de aquí con ella. Eso no va a suceder.

 

Kelly luchó un poco más, volvió a tirar del brazo de Marcus. Miré a Fiona otra vez; era una bomba encendida a la que solo le quedaba un centímetro de mecha.

 

Marcus asintió con la cabeza.

 

—Voy a salir de aquí. Como des un solo paso… le arranco la cabeza de un tirón. Te juro que… ?Mierda!

 

Kelly había levantado la pierna derecha y luego había clavado el talón con todas sus fuerzas en el empeine de Marcus. Al gritar, el brazo del hombre se aflojó un momento.

 

En ese mismo instante, Fiona se hizo con la copa de vino que había en la mesita y la partió contra el borde. Tenía la copa cogida por el pie, como un ramillete de bordes relucientes y cortantes.

 

Kelly logró zafarse de él y corrió hacia mí.

 

Fiona embistió a Marcus con el cristal roto; un grito animal escapó de su garganta. Incluso antes de alcanzar a Marcus, ya manaba sangre de entre sus dedos; se había cortado con el cristal, pero ella no se daba cuenta de su propio dolor. Solo tenía una cosa en la cabeza, y era matar a su marido.

 

Yo me habría movido para intervenir, pero Kelly se había abalanzado sobre mí y me abrazaba.

 

Marcus levantó los brazos para esquivar a Fiona, pero ella estaba poseída por una fuerza que no parecía proceder de su interior. No hacía más que lanzarse sobre él e intentar clavarle las puntas de cristal en el cuello.

 

Y acertó, porque Marcus empezó a sangrar por varios lugares. Profirió unos gemidos angustiosos y se llevó las manos al cuello. La sangre corrió entonces por entre sus dedos.

 

—?Fiona! —grité, y aparté a Kelly de mí. Agarré a mi suegra desde atrás mientras ella seguía blandiendo la copa rota en el aire.

 

Marcus se dejó caer sobre la alfombra.

 

Miré a Kelly y, con firmeza y sin pánico, dije: —Aprieta el botón de llamada a la policía del sistema de seguridad.

 

Salió corriendo.

 

Mientras Marcus seguía agarrándose el cuello para intentar detener el flujo de sangre, le dije a Fiona: —Ya está, ya está. Lo tienes. Ya lo tienes.

 

Fiona se puso a llorar y a bramar mientras yo la sostenía. Tiró la copa al suelo, se volvió y me rodeó con sus brazos ensangrentados.

 

—Pero ?qué he hecho? —lloraba—. ?Qué he hecho?

 

Yo sabía que no estaba hablando de lo que acababa de hacerle a Marcus. Se refería a haber dejado entrar en su vida a aquel hombre y haber permitido que cayera sobre su familia.

 

 

 

 

 

Capítulo 60

 

 

Segundos después de que Kelly apretara el botón del sistema de seguridad, el personal de vigilancia nos llamó por teléfono. Contesté a la llamada y les dije que enviaran una ambulancia, además de a la policía.

 

Nada más colgar ya había allí un coche patrulla, pero lo habían enviado gracias a la llamada de Sally a la policía de Milford, que a su vez se había puesto en contacto con sus colegas de Darien.

 

El personal médico empezó a trabajar enseguida con Marcus y, aunque me sorprendió, consiguieron estabilizarlo. Yo ya lo daba por muerto. La ambulancia se alejó de la casa soltando su alarido.

 

Mientras Marcus seguía profiriendo gemidos de asfixia y retorciéndose en el suelo, saqué a Kelly de la casa. No quería que viera más de lo que ya había tenido que ver. La aupé y ella me rodeó el cuello con los brazos y me estrechó mientras la sacaba por la puerta principal. No dejaba de darle suaves palmaditas en la espalda y acariciarla mientras caminaba de un lado a otro para tranquilizarla.

 

—Ya ha pasado todo —le dije.

 

Kelly puso la boca muy cerca de mi oído y susurró:

 

—Mató a la madre de Emily.

 

—Eso es.

 

—?Y a mamá?

 

—No lo sé, cielo, pero eso es lo que parece.

 

—?Iba a matarme a mí también?

 

La abracé y la estreché con más fuerza.

 

—Yo jamás le habría dejado hacerte da?o —dije. No mencioné que, de haber llegado cinco minutos más tarde, las cosas podrían haber terminado de una forma muy distinta.