El accidente

—?Estás seguro? —se extra?ó—. Estoy bastante segura de que es mía.

 

Sheila y yo habíamos construido una rutina a lo largo de los a?os. Ella cocinaba la cena, yo fregaba los platos. Te pasas un a?o tras otro fregando los mismos platos, los mismos cuencos, vasos y fuentes, y acabas sabiéndotelos de memoria. Si esa fuente había salido de nuestra casa, tendría una mancha en la base, cerca de una esquina, donde los restos de la etiqueta del precio nunca habían acabado de marcharse.

 

Le di la vuelta. La mancha estaba ahí, justo donde yo esperaba encontrarla.

 

—No. Es la nuestra. Esta es la fuente en la que Sheila siempre hacía la lasa?a.

 

Sally se había levantado de la silla y se había acercado a mirar.

 

—Déjame ver. —La examinó. Miró dentro, le dio la vuelta, comprobó la base—. No sé, Glen. Si tú lo dices, supongo que así será.

 

—?Cómo ha llegado hasta aquí? —quise saber.

 

—Caray, pues no sé. Volando por una ventana seguro que no. Supongo que Sheila me traería una lasa?a algún día y a mí se me olvidó devolverle la fuente. Pégame un tiro si quieres.

 

—Sheila hizo lasa?a el día de su accidente. Dejó dos platos preparados en casa, uno para Kelly y otro para mí. No encontré más. El otro día decidí intentar hacer lasa?a yo mismo, pero la fuente no estaba por ninguna parte. —La sostuve en alto—. Porque estaba aquí.

 

—Glen, por favor. ?Adónde quieres ir a parar con todo esto?

 

—Tu padre murió el mismo día que Sheila. Recuerdo haberle contado a Sheila por teléfono, justo antes de que saliera, que tu padre había fallecido. Dijo que tendríamos que pensar en hacer algo por ti. Pero, en cuanto colgó, debió de decidir que te traería el resto de la lasa?a. Es lo que hacía siempre. Cuando alguien moría, ella siempre cocinaba algo para la familia. Incluso para personas a las que no conocía demasiado. Como su profesor de contabilidad.

 

—En serio, Glen, estás empezando a asustarme.

 

—Vino a verte, ?verdad? —pregunté—. Vino a hacerte una visita, para consolarte, y por eso no llegó a ir a Nueva York. Por eso no se había llevado el dinero con ella, por eso lo dejó escondido en casa.

 

—?Qué dinero? ?De qué me estás hablando?

 

—No quería llevarlo encima por ahí. Vino aquí a traerte la lasa?a, a ayudarte a afrontar la pérdida de tu padre. Esa tarde. Pensó que era más importante cuidar de una amiga que había perdido a un ser querido que hacerle un favor a Belinda. Si pasó por aquí ese día, ?por qué no me lo dijiste?

 

—Glen, joder —dijo Sally, y todavía con la fuente en una mano, se?aló con la otra los comprimidos de Tylenol de la encimera—. Tómate las pastillas. Creo que desvarías.

 

La cabeza me palpitaba más que nunca mientras intentaba descubrir por qué estaría nuestra fuente para horno en esa cocina. Aparté la mirada de Sally, me fijé un segundo en las pastillas, luego recordé otra cosa que quería decirle.

 

Me volví de nuevo hacia ella:

 

—Me estuve volviendo loco, intentando…

 

Lo único que vi fue la fuente que venía directa hacia mí. Luego todo se volvió negro.

 

Estaba en la consulta del médico, me iban a poner la vacuna de la gripe.

 

—Esto no va a dolerle nada —dijo el hombre mientras me clavaba la aguja en el brazo.

 

Sin embargo, en cuanto me atravesó la piel y encontró la vena, grité de dolor.

 

—No sea ni?o —dijo. Inyectó el suero y retiró la aguja—. Bueno —dijo después, sacando otra jeringuilla—, esto no va a dolerle nada.

 

—Ya me ha puesto la vacuna —protesté—. ?Qué está haciendo?

 

—No sea ni?o —dijo. Inyectó el suero y retiró la aguja—. Bueno —dijo después, sacando otra jeringuilla—, esto no va a dolerle nada.

 

—?Espere, no! ?Pare! ?Qué está haciendo? ?Pare! Aparte de mí esa jeringuilla de mierda, hijo de…

 

Abrí los ojos.

 

—Qué bien, sigues vivo —dijo Sally, tan cerca de mí que hasta podía oler su perfume. Tuve que parpadear un par de veces para conseguir enfocarla bien, a ella y al resto del mundo. Un mundo que parecía retorcido y quedaba por encima de mí.

 

Estaba tumbado en el suelo de la cocina de Sally Diehl. Unos metros más allá, esparcida por el linóleo, vi la fuente de lasa?a de Sheila, o lo que quedaba de la fuente de lasa?a de Sheila. Se había roto en un sinfín de pedazos.

 

—Tienes la cabeza muy dura —comentó Sally mientras se arrodillaba y se inclinaba sobre mí—. Tenía miedo de haberte dado tan fuerte como para matarte del golpe, pero ahora todo se solucionará.

 

Se apartó de mí y entonces vi que llevaba una jeringuilla en la mano.

 

—Me parece que esta es la última —dijo—. No necesitas más. Como se inyecta directamente en vena, actúa más rápidamente que si te lo tuvieras que beber.