El accidente

—últimamente se muere mucha gente —comentó mi hija.

 

—Me parece que las cosas van a empezar a calmarse —dije.

 

—Ya sé por qué no se ha muerto el padre de Emily.

 

Eso me pilló desprevenido.

 

—?Ah, sí? ?Por qué, cielo?

 

—Porque Dios nunca dejaría que una ni?a se quedara sin su madre y sin su padre a la vez. Porque entonces no habría nadie que cuidara de ella.

 

—No se me había ocurrido pensarlo así.

 

—A ti no te pasará nada, ?verdad? Eso no podría suceder, ?a qué no?

 

—A mí no me va a pasar nada, no —dije—. Es imposible, porque tú eres mi prioridad número uno.

 

—?Me lo prometes?

 

—Te lo prometo.

 

Estuve dando vueltas por la casa durante un rato. Hice café, me serví cereales en un cuenco. Salí a buscar el periódico, que llevaba horas en la entrada. En él no aparecía nada sobre lo que había sucedido la noche anterior. Seguramente era ya muy tarde para que lo recogieran los periódicos de la ma?ana. Era probable que hubiese algún artículo en internet, pero no tenía fuerzas para ir a comprobarlo.

 

Hice un par de llamadas. Una a Ken Wang, para decirle que seguía al mando. Otra a Sally, pero no me contestó ni en el móvil ni en casa. Le dejé un mensaje:

 

—Sally, tenemos que hablar. Por favor.

 

Cuando oí el teléfono poco después, pensé que a lo mejor era ella, pero volvía a ser la detective Wedmore.

 

—Es solo para ponerlo al día —me dijo—. Van a sacar un comunicado de prensa detallado sobre lo sucedido. Su nombre sale mencionado. Es usted un héroe.

 

—Genial —dije.

 

—Se lo digo porque hay muchas probabilidades de que los periodistas vayan a por usted igual que una plaga de langostas. Si le parece bien, que lo disfrute.

 

—Gracias por avisarme.

 

Lo más sensato parecía desaparecer de casa cuanto antes. Subí al piso de arriba y me duché. Cuando salía de la ducha, oí el teléfono. Crucé el suelo de baldosas de puntillas, con cuidado para no resbalar con los pies mojados, y entré en el dormitorio. El número que llamaba aparecía oculto. Eso no era buena se?al.

 

—?Diga?

 

—?Hablo con Glen Garber? —Una mujer.

 

—?Quiere dejarle un mensaje?

 

—Soy Cecilia Harmer, del Register. ?Sabe cuándo volverá a casa, o dónde puedo encontrarlo en estos momentos?

 

—No está aquí y me temo que no tengo forma de dar con él.

 

Me sequé y me puse ropa limpia. El teléfono volvió a sonar y esta vez ni siquiera me molesté en contestar. Me acordé de algo que debería haberle dicho a Ken, pero no tenía fuerzas para hablar con él. Si le enviaba un correo electrónico, lo recibiría enseguida en la Blackberry.

 

Bajé a mi despacho del sótano y comprobé que la pieza del revestimiento que ocultaba mi dinero seguía estando en su sitio. Encendí el ordenador y, cuando se hubo cargado, abrí mi gestor de correo.

 

No tenía demasiada cosa, aparte de varios correos basura. Hubo un mensaje, sin embargo, que me llamó la atención.

 

Era de Kelly.

 

Se me había olvidado que le había pedido que me enviara al ordenador el vídeo que había grabado con el móvil cuando estaba escondida en el armario del dormitorio de los Slocum. No había tenido ocasión de mirarlo con detenimiento y, aunque parecía que ya no había muchos motivos para hacerlo, sentía curiosidad.

 

A fin de cuentas, había sido aquella noche en casa de su amiga lo que había desencadenado la pesadilla de los últimos días. Desde luego, la auténtica pesadilla había empezado antes, el día en que había muerto Sheila, pero justo cuando pensaba que nuestras vidas por fin iban a recuperar la normalidad, se había producido aquel incidente con Ann Slocum.

 

Hice clic en el mensaje y abrí el vídeo.

 

Puse el cursor sobre el icono del play e hice clic.

 

?Hola. ?Puedes hablar? Sí, estoy sola… Vale, pues espero que tengas mejor las mu?ecas… Sí, ponte manga larga hasta que desaparezcan las marcas… Me preguntaste cuándo podría ser la próxima vez… Podría el miércoles, a lo mejor, ?a ti te iría bien? Pero voy a decirte una cosa, tienes que darme más para… gastos y… Espera, tengo otra llamada, vale, hasta luego… ?Diga??

 

Hice clic sobre el icono de stop. Estaba bastante seguro de saber a qué se refería con todo aquello. Ann estaba hablando con George de las esposas. Arrastré el indicador de play de nuevo hasta el principio y volví a ver el vídeo, pero esta vez lo dejé en marcha más allá del ??Diga??.

 

Ann Slocum decía: ??Por qué llamas a est…? … Tengo el móvil apagado… No, no es buen momento. La ni?a ha invitado a una amiguita… Sí, él está… Pero, mira, ya sabes cómo va esto. Pagas y a… consigues… marcas… un nuevo trato si tienes algo más que ofrecer.?