El accidente

Lo más inteligente en un momento así habría sido lanzarme a la furgoneta y quedarme allí tumbado hasta que Sommer se hubiera alejado en su coche. Pero, igual que aquella ocasión en que intenté apagar el incendio del sótano de la casa de los Wilson y me perdí entre el humo, no siempre hacía lo más inteligente.

 

Cogí la bolsa, la abrí de un tirón y saqué el arma.

 

No sabía mucho sobre esa pistola. No tenía ni idea de qué marca era. Tampoco podía aventurar cuándo o dónde había sido fabricada.

 

Y es evidente que no sabía si estaba cargada o no.

 

?Habrían sido tan tontos Corey Wilkinson y su amigo Rick como para traer a casa un arma cargada? Habían sido lo bastante tontos como para disparar contra ella, así que pensé que había posibilidades de que la respuesta fuera afirmativa.

 

Agarré con fuerza la culata mientras Sommer subía al coche. Oí el motor poniéndose en marcha. Los faros se encendieron como ojos feroces. Rona Wedmore corría por el césped de los Morton, aunque algo vacilante, en dirección a la calle. Su zancada era extra?a, como si estuviese a punto de perder el equilibrio. Iba levantando la mano del arma y apuntaba con ella a la calle, al coche de Sommer.

 

Los neumáticos del Chrysler chirriaron al ponerse en marcha a toda velocidad.

 

Cuando Wedmore bajó de la acera y su pie pisó el asfalto, se torció el tobillo. La mujer se derrumbó y cayó de costado sobre la calzada. Sommer conducía el coche en dirección a ella.

 

Rodeé la puerta abierta de mi furgoneta y empecé a correr hacia el lugar en que había caído Wedmore. El coche negro seguía acercándose. Me detuve, me puse firme, cogí la pistola con ambas manos y la levanté hasta la altura del hombro.

 

Rona Wedmore gritó algo, pero no la entendí.

 

Apreté el gatillo.

 

Clic.

 

No sucedió nada.

 

El coche seguía avanzando hacia nosotros.

 

Apreté el gatillo una segunda vez.

 

El retroceso me lanzó los brazos hacia arriba y sentí que me tambaleaba medio paso hacia atrás. El parabrisas del Chrysler se convirtió en una red de a?icos por el lado del acompa?ante. Sommer giró el volante con fuerza hacia la izquierda y solo le faltaron dos metros para arrollarme al pasar rechinando a toda velocidad. Me aparté de en medio de un salto y caí en el asfalto, donde rodé hasta quedar a pocos centímetros de Wedmore.

 

Se oyó un fuerte golpetazo, un rechinar de metal y luego el choque.

 

Cuando conseguí volverme para mirar qué había sucedido, el Chrysler ya había saltado por encima de la acera y se había metido en un jardín, donde había chocado contra un árbol.

 

—?No se mueva del suelo! —me gritó Wedmore.

 

Pero yo ya estaba de pie, todavía con la pistola en las manos. El corazón me latía con tantísima fuerza, la adrenalina me recorría las venas a tanta velocidad, que me había vuelto inmune a la razón y al sentido común.

 

Corrí hacia el Chrysler y lo rodeé con cuidado desde atrás, como había visto hacer a los policías en la tele. Vi que había un fragmento de metal gris doblado que sobresalía de debajo del coche y supuse que, antes de estrellarse contra el árbol, Sommer había segado una farola. Desde debajo del capó retorcido salían volutas de vapor y el motor seguía en marcha, pero en lugar del rugido habitual, sonaba más bien como si alguien hubiera metido clavos en una licuadora.

 

Al acercarme más vi que el airbag había saltado y, justo a su lado, vi a Sommer.

 

Ya no hacía falta enca?onarle con la pistola.

 

El borde de una se?al metálica blanca que decía LíMITE DE VELOCIDAD 40 KM/H se había incrustado de canto en su frente y prácticamente le había rebanado la parte superior de la cabeza.

 

 

 

 

 

Capítulo 54

 

 

Enviaron dos ambulancias al lugar de los hechos. Darren Slocum, cuyo estado consideraron más grave que el de Rona Wedmore, fue trasladado primero al hospital de Milford. La bala que le había entrado por el costado izquierdo lo había atravesado por completo y, aunque en el lugar de los hechos nadie pudo decir nada con seguridad, no parecía que le hubiera alcanzado ningún órgano vital. El hombro de Wedmore había quedado tocado y la detective había perdido algo de sangre, pero se puso de pie ella sola antes de que el personal médico la obligara a tumbarse en una camilla.

 

Los Morton habían resultado más o menos ilesos, aunque Sommer le había abierto la cabeza a George cuando lo había empotrado contra el televisor. Lo que sí estaban, sin duda, era traumatizados. Belinda me explicó lo que había sucedido dentro de la casa. Wedmore había irrumpido en el estudio y, al ver a Sommer disparar, enseguida había intentado ponerse a cubierto. Sommer había cogido el sobre del dinero y había salido huyendo. Debió de suponer que la detective ya habría llamado pidiendo refuerzos y que no tenía mucho tiempo para escapar.

 

Yo no pude dejar de temblar hasta mucho tiempo después. Lo cierto es que no estaba herido, pero el personal médico me envolvió en mantas y me obligó a sentarme para asegurarse de que estaba bien.

 

La policía tenía un montón de preguntas que hacerme. Por suerte, antes de que se la llevaran, Wedmore me dejó en muy buen lugar.

 

—Ese capullo estúpido acaba de cargarse a un tío que ha intentado matar a dos policías —les dijo mientras la metían en la ambulancia.