—Mierda —dijo en voz alta.
Alargó la mano para coger las llaves que todavía seguían en el contacto, bajó del coche y se quedó de pie con la puerta del acompa?ante abierta, preguntándose qué debía hacer. En gran parte dependía de quién había recibido ese tiro. Si es que lo había recibido alguien. También podría haber sido una especie de disparo de advertencia. O puede que algún arma se hubiese accionado por accidente. Quizá alguien había disparado a otra persona, pero podía haber errado el tiro.
Lo que Slocum sí sabía era quiénes estaban dentro de esa casa. Había visto a Rona Wedmore bajar de su coche, cruzar la calle y llamar a la puerta con el pu?o cerrado. Desde donde él se encontraba, creyó oír algo de alboroto en el interior de la casa, pero no estaba seguro. Había visto a Wedmore sacar su teléfono y hacer una brevísima llamada antes de desenfundar el arma y entrar en la casa.
Eso no era bueno.
Si Wedmore había disparado a Sommer, lo más inteligente que podía hacer era desaparecer. Y no con el coche de Sommer. Lo mejor sería volver a lanzar las llaves dentro, dejar el Chrysler en la calle y hacer que todo el mundo creyera que Sommer había ido solo a casa de los Morton. Si Slocum se marchaba con el coche y la policía no encontraba ninguno por allí cerca, sabrían que Sommer tenía un cómplice.
Darren no quería que nadie buscara a ningún cómplice.
Desde luego, también era posible que en el forcejeo que podía haberse producido en la casa, fuesen Belinda o George los que hubieran recibido el disparo. Pero la peor perspectiva de todas era, según concluyó Slocum, era que la herida hubiese sido la detective de la policía de Milford, Rona Wedmore.
A manos de Sommer.
Lo cual querría decir que Slocum estaba ahí fuera esperando a un asesino de policías.
Eso, una vez más, no era nada bueno.
Que sea Sommer, pensó Slocum. Era lo mejor que podía suceder, la verdad. Si Sommer estaba muerto, no hablaría demasiado. No tendría ocasión de contarle a nadie que había hecho negocios con Darren y su mujer. Sommer, incluso para Darren (que había tratado con gente bastante turbia durante su carrera como policía), era más terrorífico que el demonio en persona. Darren sabía que dormiría mejor por las noches si ese tipo estaba muerto.
Seguía de pie junto al coche, sopesando todas las posibilidades, debatiéndose consigo mismo. ?Se quedaba en el coche? ?Se acercaba a la casa? ?Se largaba sin más? Desde Cloverdale Avenue podía llegar a su casa, que estaba en Harborside Drive, en unos diez minutos a pie.
?Y después? ?Y si sus compa?eros de la policía conseguían reconstruir lo sucedido? Cuando se presentaran ante su puerta, ?le pondrían las esposas, aunque Sommer estuviera muerto y no hubiera dicho palabra?
Cuando llegara a casa, ?sería lo mejor hacer las maletas con Emily y salir huyendo de allí? Y ?hasta dónde pensaba llegar, siendo realista? No estaba preparado para nada de eso. No se había construido una nueva identidad. Las únicas tarjetas de crédito que tenía iban a su nombre. ?Cuánto tardarían las autoridades en dar con él, un prófugo con una ni?a peque?a pegada a los talones? ?Un día, si llegaba?
No lograba decidir qué hacer. Necesitaba saber qué había sucedido en aquella casa antes de…
Alguien salió por la puerta.
Era Sommer. Con una pistola en la mano.
Corrió por la acera hacia el coche. Slocum empezó a correr hacia él.
—?Qué cojones ha pasado ahí dentro? —gritó.
—Sube al coche —dijo Sommer. No llegó a gritar, pero su voz fue firme—. Tengo el dinero.
Slocum insistió.
—?Qué ha sido ese disparo? ?Qué ha ocurrido?
Ya tenía la cara de Sommer pegada a la suya.
—Que te subas al coche, joder.
—He visto a Rona Wedmore entrar ahí dentro. ?Una policía! Y luego sales tú solo. ?Qué ha pasado en esa casa? —Slocum agarró a Sommer por las solapas de la americana—. ?Qué co?o has hecho, joder?
—Le he disparado. Sube al coche.
A lo lejos, los sonidos de sirenas que se acercaban.
Slocum soltó las solapas de Sommer y dejó caer los brazos a los lados. Se quedó allí de pie y sacudió la cabeza un par de veces, como si una especie de paz se hubiera apoderado de él.
—Que subas —insistió Sommer.
Pero Slocum no se movía.
—Se ha acabado. Todo esto. Se ha acabado. —Miró hacia la casa—. ?Está muerta?
—?A quién le importa?
Slocum se sorprendió al decir:
—A mí. Es policía, como yo. Una auténtica policía, no como yo. Ha caído una agente y tengo que echar una mano.
Sommer apuntó a Slocum con su pistola.
—No —dijo—, no lo harás. —Y apretó el gatillo.
Slocum se aferró el costado izquierdo, justo por encima del cinturón, y miró hacia abajo. Apareció sangre entre sus dedos. Cayó primero de rodillas y luego de lado, todavía aferrando su cuerpo con las manos.