El accidente

?Podría haber asesinado Darren a su mujer, Ann? ?O quizá George Morton, al que Ann hacía chantaje? ?O incluso Belinda, que a lo mejor había descubierto lo que sucedía? Y ?no podría haber sido Sommer, que según Arthur Twain ya era sospechoso de asesinato? Los Slocum le debían dinero.

 

Podría haber sido cualquiera de ellos. ?Tenía sentido que, quienquiera que resultara ser al final, fuese la misma persona que había matado también a Sheila?

 

Mi instinto me decía que sí, pero mi instinto no tenía demasiado a lo que aferrarse.

 

?Y Belinda? Según había admitido, era ella misma la que le había dado a Sheila el dinero para que se lo entregara a Sommer. No podía evitar preguntarme si Belinda sabía más de lo que me había contado hasta el momento. Quería volver a hablar con ella, a ser posible sin que George estuviera presente.

 

Y luego también estaba Theo. ?Cómo encajaba su asesinato en todo aquello? ?Estaba relacionado con ello de algún modo? ?O era tan sencillo como parecía? ?Doug y él se habían peleado y Doug le había pegado tres tiros?

 

Lo cierto es que no lo sabía, pero seguí anotando ideas.

 

La última pregunta la subrayé cuatro veces: ?por qué me escribió Theo una carta diciendo que sentía lo de Sheila?

 

Miré todo lo que había apuntado y me pregunté si todos esos interrogantes podían estar relacionados entre sí (y cómo). Si lograba obtener la respuesta a una sola de esas preguntas, ?tendría la respuesta a todas las demás?

 

Sabía a quién quería ver primero.

 

De camino hacia la puerta, cogí la bolsa de papel con la pistola dentro. Iba a acabar en el estrecho de Long Island, o a lo mejor en el puerto de Milford, o en Gulf Pond. En unas aguas lo bastante profundas como para tragarse el arma para siempre.

 

Cerré la casa con llave y subí a la furgoneta, donde escondí la bolsa bajo mi asiento. Encendí las luces mientras daba marcha atrás para salir del camino de entrada. No tenía que ir demasiado lejos. Solo de un barrio de Milford a otro.

 

Cuando llegué a la dirección correcta detuve la furgoneta. Había aparcado al otro lado de la calle, miré un momento a la casa, pensé en lo que quería decir. Algunas de aquellas preguntas serían difíciles de formular. Una de ellas la dejaría para el final.

 

Por fin abrí la puerta y la cerré de golpe después de bajar. Crucé la calle; las farolas iluminaban mi camino. No había nadie más por allí, solo un coche aparcado junto a la acera, unas cuantas casas más allá.

 

Caminé hasta la puerta y le di al timbre. Esperé. Volví a llamar. Estaba a punto de llamar una tercera vez cuando oí que se acercaba alguien.

 

La puerta se abrió.

 

—Hola —dije—. Tenemos que hablar.

 

—Claro —dijo Sally, algo sorprendida de verme allí—. Pasa.

 

 

 

 

 

Capítulo 50

 

 

Sally me dio un abrazo mientras yo entraba en el vestíbulo. Después me llevó a la sala de estar.

 

—?Cómo lo llevas?

 

—No demasiado bien —me dijo.

 

—Me lo imagino. Seguramente sigues conmocionada.

 

—Creo que sí, a lo mejor. Me parece imposible que esté muerto.

 

—Ya lo sé.

 

—Me ha llamado el hermano de Theo, desde Providence. Vendrá para hacerse cargo de todo lo que hay que organizar en cuanto la policía nos entregue el cadáver. Su padre llegará ma?ana de Grecia, o al día siguiente. Se van a llevar el cuerpo en barco allí.

 

—?A Grecia?

 

—Eso creo. —Consiguió soltar una risa corta, triste—. íbamos a ir algún día.

 

No sabía qué decir.

 

—Me siento muy confusa. No sé, yo le quería, aunque ya sé que no era ninguna joya. Ni siquiera estoy segura de que quisiera pasar el resto de mi vida con él, pero en ocasiones hay que hacer lo que hay que hacer si una no quiere quedarse sola para siempre.

 

—Sally.

 

—No pasa nada, no estoy intentando arrancarte un cumplido ni nada por el estilo. Aunque tampoco me voy a negar a aceptar cualquier cumplido que me quieras hacer. —Otra risa, acompa?ada de una lágrima—. Theo ya casi me había terminado el ba?o. ?Te lo puedes creer? La calefacción del suelo funciona de maravilla, pero aún tenía que arreglarme algunos azulejos, enmasillar la ba?era. Yo pensaba que el fin de semana ya podríamos darnos un ba?o de burbujas los dos juntos.

 

Debí de mirar hacia otro lado.

 

—?Te he hecho sentir incómodo? —preguntó Sally.

 

—No, de ninguna manera. Es solo que… me siento mal.

 

—Tú y yo, menudo par, ?eh? —dijo Sally—. Hace tres semanas pierdo a mi padre, luego tú pierdes a Sheila, y ahora, esto.

 

Eso sí que consiguió arrancar una sonrisa de mis labios.

 

—Sí, somos un par de amuletos de la buena suerte, está claro.

 

Algo que no se me había ocurrido pensar nunca hasta ese momento me hizo preguntar: —Sally, cuando tu padre todavía vivía y tú tenías que comprarle todos esos medicamentos, nunca le compraste nada a Sheila, ?verdad? ?Ni a Belinda? ?Ni en ningún sitio que no fuera una farmacia?

 

Se me pasó por la cabeza la terrible idea de que a lo mejor a Sally le habían vendido esos ineficaces medicamentos de imitación, lo cual podría haber contribuido a la muerte de su padre.

 

Sally parecía desconcertada.

 

—?Qué? ?Por qué iba a comprarle medicamentos a Sheila ni a ninguna otra persona?