El accidente

Belinda esperó. Sabía por experiencia que a George no le interesaba lo que ella tuviera que decir, así que más le valía esperar y ver adónde quería ir a parar.

 

—Es algo terrible —prosiguió él—. Podría dejar a Glen en la ruina. Y ahí lo tienes, intentando criar a su hija él solo. Así nunca podrá enviarla a estudiar a la universidad. Si la mujer de Wilkinson gana, se quedará tirado durante a?os y a?os.

 

—Eras tú el que no hacía más que insistir con grandilocuencia en que había que hacer lo correcto.

 

—Ahora ya no estoy tan seguro de qué es, exactamente, lo correcto. No sé, solo porque Sheila fumara algún que otro porro no hay que suponer que se hubiera fumado uno la noche del accidente. Y, por lo que he oído decir, no fueron drogas lo que le encontraron en la sangre, sino alcohol.

 

—?Qué pasa, George? Tú nunca cambias de opinión acerca de nada.

 

—Lo único que digo es que, la próxima vez que veas a esos abogados, deberías decirles que a lo mejor no fuiste del todo exacta con lo que les contaste. Que, desde tu primera declaración, has recordado los hechos con algo más de claridad y que en realidad Sheila nunca hizo nada malo.

 

—?A qué viene todo esto?

 

—Yo solo quiero hacer lo correcto.

 

—?Que quieres hacer lo correcto? Pues abre esa caja fuerte de las narices.

 

—Bueno, verás, Belinda, ese es otro asunto. Me debes una explicación, y quiero que sepas que estoy dispuesto a mostrarme flexible. Me pregunto si, quizá, solo esta vez, no me habré extralimitado con lo de Glen…

 

—?Qué narices te ha pasado en la mu?eca?

 

—?Qué? Nada.

 

Pero Belinda le agarró el brazo y le retiró la manga.

 

—?Qué te has hecho? Esto no sale porque sí. Parece como si ya se estuviera curando. ?Cuándo te lo has hecho? Llevas tapándotelo desde hace días. ?Por eso has estado tan extra?o últimamente? ?Por eso no me has dejado que te viera desnudo, no has dormido conmigo, no…? ?En las dos mu?ecas?

 

—Es una erupción —repuso él—. No la toques, podrías infectarte. Es muy contagioso.

 

—?Qué es, urticaria?

 

—Algo parecido. Solo intentaba protegerte…

 

Sonó el timbre. Los hizo callar a ambos.

 

—Bueno, ahí hay alguien —dijo George—. ?Quieres ir a ver?

 

Belinda fulminó a su marido con la mirada mientras él apretaba el botón para reanudar el sermón de la jueza Judy. Se fue hacia la puerta de entrada y abrió de golpe sin pensar, porque lo último que esperaba era encontrarse allí a Sommer. Le había dicho que la llamara y que quedarían para verse en algún sitio al día siguiente, para cuando ella contaba con haber encontrado la forma de convencer a George para que le abriera la caja fuerte.

 

Por lo visto había un cambio de planes.

 

—Dios santo —exclamó Belinda—, pensaba que habíamos dicho ma?ana. Necesito otro…

 

—No hay más tiempo —dijo Sommer; entró y cerró la puerta.

 

—?Quién es? —preguntó George.

 

—Mi marido está en casa —susurró Belinda.

 

Sommer le lanzó una mirada que decía: ??Y qué??.

 

—Sé que tienes el dinero.

 

Ella inclinó la cabeza en dirección a la voz de su marido.

 

—Lo ha encontrado, ha pensado que había algo turbio en todo esto y ahora no quiere sacarlo de su caja fuerte hasta que le diga para qué es.

 

—Pues díselo.

 

—Le he explicado que era un pago a cuenta para una casa, pero no me cree. George es un fanático del papeleo en regla, los recibos y la documentación.

 

Sommer suspiró, miró en dirección al salón.

 

—Ya le ense?aré yo la documentación —dijo.

 

Y Belinda pensó: qué narices, yo ya lo he intentado todo.

 

Slocum sacó su móvil, apretó un botón y se llevó el teléfono al oído.

 

—Hola, papá —dijo Emily Slocum.

 

—Hola, cielo.

 

—?Querías hablar con la tía Janice?

 

—No, solo quería hablar contigo.

 

Darren Slocum no apartaba la mirada de la casa que quedaba algo más allá; esperaba que Sommer no tardara demasiado. Esas situaciones lo incomodaban muchísimo. No tenía ninguna duda acerca de qué clase de persona era Sommer. Demasiado bien sabía de qué era capaz. Ann le había contado lo que había sucedido en Canal Street, lo que le había visto hacer. Allí, sentado en el coche, preguntándose hasta dónde llegaría aquel hombre, empezó a preocuparse.

 

Por otro lado, si Sommer conseguía su dinero, si todo sucedía sin mayores incidentes, podía ser el final. Ya está todo saldado, le diría. Vete a buscar a otro que venda tu mercancía por ahí. Ahora que Ann había muerto, Slocum quería dejarlo. No habría más reuniones de bolsos, no habría más entregas de fármacos de prescripción médica para los que Belinda tuviera que encontrar compradores ni más materiales de construcción para Theo Stamos.