El accidente

Slocum quería dejarlo. Salir del negocio. Marcharse de Milford.

 

Suponía que en la policía tenía los días contados. Sus jefes seguían investigando lo de aquel dinero desaparecido en la redada antidroga, un dinero que él había utilizado como inversión inicial para su negocio. Y aunque sus superiores no pudieran demostrar nada en su contra, todo a su alrededor apestaba cada vez más. Siempre le quedaba la opción de entregar la placa. Si se marchaba voluntariamente, lo más probable era que dieran por zanjada la investigación. Se sentirían satisfechos con tenerlo fuera del cuerpo. Se trasladaría. Puede que al norte del estado de Nueva York. A Pittsburgh. Buscaría un trabajo como guardia de seguridad o algo parecido.

 

En ese momento, cuando Slocum se sintió avergonzado del camino que había decidido seguir, de las decisiones que había tomado, de la gente con quien se había asociado, llamó a su hija. Un hombre que quiere a su hija, se dijo, no puede ser tan malo.

 

Soy un buen hombre. Mi ni?a significa más que ninguna otra cosa para mí.

 

Así que, mientras esperaba a que apareciera Sommer, la llamó.

 

—?Dónde estás, papá? —preguntó Emily.

 

—Estoy sentado en un coche esperando a una persona —dijo—. ?Qué haces tú?

 

—Nada.

 

—Algo estarás haciendo —repuso él.

 

—La tía Janice y yo estábamos en el ordenador. Le estaba ense?ando cuántos amigos tengo y cuáles son sus cosas preferidas. Ojalá vinieras a casa. —Su voz destilaba tristeza.

 

—Pronto estaré contigo. En cuanto me encargue de unas cosas.

 

—Echo de menos a mamá.

 

—Ya lo sé. Yo también.

 

—La tía Janice me ha dicho que tendríamos que irnos de vacaciones. Tú y yo.

 

—Es una buena idea. ?Adónde te gustaría ir?

 

—A Boston.

 

—?Y por qué a Boston?

 

—Porque es ahí donde Kelly a lo mejor se va.

 

—?Kelly Garber está en Boston?

 

—Ahora mismo no. Está en casa de su abuela.

 

—Bueno, pues yo también creo que sería muy buena idea que tú y yo nos fuéramos a alguna parte y, si quieres que sea a Boston, a mí me parece bien.

 

—Tienen un acuario.

 

—Seguro que será divertido —dijo Slocum, mirando un par de faros que se acercaban por la calle—. Veremos los peces y los tiburones y los delfines.

 

—?Cuándo tengo que volver al cole?

 

—Supongo que la semana que viene —dijo Slocum.

 

El coche se detuvo frente a la casa de los Morton y aparcó. Los faros se apagaron.

 

—Cielo —dijo Slocum—, papá tiene que dejarte. Luego te llamo otra vez.

 

Belinda acompa?ó a Sommer al salón. George cambió de postura en su sillón reclinable de piel al sentir que se acercaba alguien. Se hizo con el mando a distancia y volvió a silenciar el televisor.

 

—Eh —dijo, al principio, viendo solo a Belinda.

 

—Estoy con alguien —dijo ella.

 

George levantó la mirada y vio a Sommer allí de pie.

 

—Vaya, hola. Me parece que no nos…

 

Sommer agarró a George por la nuca, lo levantó del sillón de mala manera y le empotró la cabeza directamente contra la jueza Judy. El televisor de plasma se hizo a?icos.

 

Nadie bajó del coche después de que se apagaran los faros, pero Slocum creyó ver que el conductor no hacía más que mirar hacia la casa de los Morton. Pensando qué hacer, tal vez.

 

?Quién co?o será?, pensó.

 

La pantalla plana quedó destrozada. George gritó. Belinda gritó.

 

Sommer apartó a George del televisor. Tenía la parte superior de la cabeza cubierta de sangre y no hacía más que menear los brazos descontroladamente intentando golpear a su agresor, aunque lo único que conseguía de vez en cuando era darle alguna palmada que habría bastado para matar un mosquito, pero que de nada le servía en aquella situación.

 

—?Dónde está? —preguntó Sommer.

 

—?El qué? —gimoteó George—. ?Qué es lo que quieres?

 

—El dinero.

 

—En mi estudio —dijo—. Está en mi estudio.

 

—Llévame allí —ordenó Sommer, pero sin soltar a George, al que tenía agarrado con pu?o férreo por la parte de atrás del cuello de la camisa.

 

—?No tenías por qué llegar a esto! —le gritó Belinda a Sommer—. ?Está sangrando!

 

Sommer la apartó de su camino empujándola con toda la palma de la mano que tenía libre sobre el pecho derecho. Belinda se tambaleó hacia atrás y se golpeó contra el marco de la puerta.

 

—Está en una caja fuerte, ?correcto? —preguntó Sommer.

 

—Sí, sí, está en la caja fuerte —confirmó George, llevándolo a su estudio y rodeando el escritorio—. Está en la pared, detrás de ese cuadro de ahí.

 

—ábrela —dijo Sommer, empujando a George por la habitación hasta dejarlo con la cara aplastada contra el retrato de su padre.

 

Sommer aflojó un poco para que George pudiera apartar el cuadro y dejar al descubierto la caja fuerte con su cierre de rueda.

 

—O sea, que esta es la clase de gente con la que haces negocios —le espetó George a Belinda.

 

—?Imbécil de mierda! —le gritó ella—. ?Esto te lo has buscado tú solito!