Esperó a que se lo dijera.
—Asustaste a mi hija. Tiene ocho a?os. Ocho. A?os. Nada más. La bala entró a dos metros de ella, por su ventana. No hacía más que gritar. Había cristales por toda la cama. ?Oyes lo que te estoy diciendo?
—Sí.
—?Te sientes mejor ahora? ?Te sientes mejor por lo que les pasó a tu hermano y a tu padre ahora que has aterrorizado a una ni?a peque?a que no te había hecho nada? ?Es esa la justicia que andabas buscando?
Corey no dijo nada.
—?De quién era la pistola?
—De Rick. Bueno, es del padre de Rick. Tiene un montón de armas.
—Voy a darte media hora —dije.
—No sé lo que…
—Si en media hora no te veo, llamo a la policía y les cuento lo que hiciste. Llama a tu amigo Rick. Os quiero a los dos en mi casa, dentro de media hora, con esa pistola, y vais a entregármela.
—Su padre no le dejará que…
—Media hora —repetí—. Y una cosa más.
Me miró con angustia.
—Trae a tu madre.
—?Qué?
—Ya me has oído. —Detuve la furgoneta junto a la carretera—. Baja.
—?Aquí? Pero si estamos en medio de la nada.
—Justamente.
Bajó de la furgoneta. Lo vi por el espejo retrovisor, hablando por el móvil mientras yo me alejaba.
Se presentaron en mi puerta treinta y siete minutos después. En realidad, estaba dispuesto a darles cuarenta y cinco minutos antes de hacer esa llamada a Wedmore. Los dos chicos, con cara de estar muy nerviosos, venían acompa?ados por la madre de Corey. Bonnie Wilkinson estaba pálida y demacrada. Me miró con una mezcla de desprecio y aprensión.
Rick llevaba una bolsa de papel en la mano.
Abrí la puerta y les hice a todos un gesto invitándolos a pasar. Nadie dijo nada. Rick me dio la bolsa. Desenrollé la parte superior y miré dentro.
La pistola.
—?La han puesto al corriente? —le pregunté a Bonnie Wilkinson.
La mujer asintió.
—Si solo fuera él —dije, asintiendo en dirección a Rick—, habría llamado a la policía. Pero no puedo delatarlo a él sin delatar a su hijo. —El chico acababa de perder a su padre y a su hermano. No me veía capaz de arrojar más sufrimiento sobre la familia Wilkinson, por mucho que la madre me hubiera echado encima aquella demanda descomunal—. Pero si alguna vez cualquiera de los dos vuelve a intentar algo parecido, aunque no sea más que mirar mal a mi hija, presentaré cargos.
—Comprendo —dijo la se?ora Wilkinson.
Rick dijo:
—?Qué voy a decirle a mi padre cuando se dé cuenta de que le falta la pistola?
—No tengo ni idea.
—Yo hablaré con él —se ofreció la se?ora Wilkinson. Nadie dijo nada durante unos instantes. Al final, la mujer a?adió—: No sabía que Corey iba a hacer algo tan estúpido. No se lo habría permitido.
Iba a decirle que ya lo sabía. Iba a decirle que me daba cuenta de que su estrategia era matarnos en los tribunales, no en la calle. Pero me limité a asentir con la cabeza.
Parecía que ya habíamos terminado. Cuando empezaron a volverse en dirección a la puerta, dije:
—Rick. Una cosa más.
El chico me miró, asustado.
—Quita esa bola de tu antena antes de que la vea la poli.
Capítulo 47
Poco después de que se fueran sonó el teléfono.
—Se?or Garber, soy la detective Julie Stryker. —La mujer que investigaba el asesinato de Theo—. Tengo una pregunta que hacerle. ?Por qué podría estar escribiéndole Theo Stamos una carta?
—?Una carta, a mí?
—Eso es.
—?Una carta amenazadora? Le dije que ya no iba a contratarlo más. ?Han encontrado una carta así?
—Estaba medio escondida entre unos papeles que había en la mesa de la cocina. Parece que estaba haciendo anotaciones sobre lo que quería decirle a usted en una carta, o a lo mejor por teléfono. Estaba poniendo en orden sus ideas.
—?Qué dice en esas notas?
—Parecía estar intentando redactar una especie de disculpa, puede que incluso una confesión. ?Se le ocurre algún motivo por el que pudiera querer confesarse con usted?
—Ya le expliqué lo de esa casa en la que instaló el cableado eléctrico y se incendió.
—El otro día se produjo un incidente entre ustedes dos. He hablado con Hank Simmons. El se?or Stamos estaba haciendo un trabajo para él.
—Sí. —Ya intuía que tarde o temprano lo descubriría—. Lo obligué a que me respondiera a una serie de preguntas. Acababa de enterarme por el cuerpo de bomberos de que las piezas eléctricas que había instalado no eran buenas. Fue eso lo que provocó el incendio.
—Eso no lo había mencionado antes. —Stryker no parecía contenta.
—Sí que le hablé de esas piezas.
—Según el se?or Simmons, cortó usted… ?unos testículos de goma que colgaban de la furgoneta del se?or Stamos?
—Sí —dije.
Una pausa, y luego: