—?E! ?A! ?G! ?L! ?E! ?S! ?EAGLES!
Extendemos los dos brazos y una pierna hacia delante para hacer la ?E? y continuamos así con todas las letras. Cuando terminamos, mi hermano se dirige hacia el sofá y me rodea por los hombros mientras empieza a entonar la canción de la lucha, la cual recuerdo a la perfección, así que canto con él.
—?Volad, Eagles, volad! ?El camino a la victoria! —Estoy tan contento de cantar con mi hermano que no me importa que me ponga el brazo alrededor del hombro. Nos dirigimos al sofá mientras cantamos—. ?Volad, Eagles, volad! ?Marcad un touchdown 1, 2, 3!
Miro a mi padre y no solo no aparta la mirada, sino que empieza a cantar con más entusiasmo. Ronnie me pone también su brazo en el hombro. Ahí estoy, entre mi hermano y mi mejor amigo.
—Golpeadles. Golpeadles. ?Veamos a nuestros Eagles volar! —Descubro que mamá ha venido a mirarnos y que se tapa la boca con la mano como hace siempre que va a llorar o a reír (parece contenta, así que sé que está riendo)—. ?Volad, Eagles, volad! ?El camino a la victoria!
Y entonces Ronnie y Jake me sueltan para poder volver a hacer las letras con su cuerpo.
—?E! ?A! ?G! ?L! ?E! ?S! ?EAGLES! —Tenemos la cara roja y mi padre respira de manera pesada, pero estamos todos muy contentos. Por primera vez realmente me siento en casa.
Mi madre pone la comida en bandejas frente al televisor y el partido comienza.
—Se supone que no debo beber —digo cuando mamá reparte las botellas de Budweiser.
Pero mi padre dice:
—Puedes beber durante los partidos de los Eagles.
Así que mamá se encoge de hombros, sonríe y me da una cerveza fría.
Le pregunto a mi hermano y a Ronnie por qué no llevan también camisetas de Baskett si Baskett es el hombre. Entonces me dicen que los Eagles han podido fichar a Donté Stallworth y que ahora Donté Stallworth es el hombre. Como yo llevo una camiseta de Baskett, insisto en que Baskett es el hombre. Mi padre empieza a bufar como respuesta y el chuleta de mi hermano me dice:
—Pronto lo veremos. —Es raro que él me diga eso, pues fue él quien me regaló la camiseta de Baskett y hace tan solo dos semanas me había asegurado que Baskett era el hombre.
Mi madre mira el partido nerviosa, como hace siempre, porque sabe que si los Eagles pierden papá estará de mal humor toda la semana y le gritará mucho. Ronnie y Jake intercambian datos sobre los distintos jugadores y comprueban las pantallas de sus teléfonos móviles para ver si hay actualizaciones sobre otros jugadores, pues los dos juegan al fútbol americano virtual, un juego de ordenador en el que te dan puntos por elegir jugadores que anotan touchdowns. Yo miro a mi padre de vez en cuando para asegurarme de que ve cómo animo al equipo. Sé que solo quiere sentarse en la misma habitación que su hijo trastornado siempre y cuando esté animando a los Pajarracos con todas sus fuerzas. He de admitir que me siento bien por estar en la misma habitación que mi padre, aunque me odie y aunque aún no le haya perdonado del todo lo de la buhardilla y el pu?etazo en la cara.
Los Houston Texans marcan primero y papá empieza a maldecir en voz alta, tan alta que mamá sale del cuarto diciendo que va a traer más cervezas y Ronnie mira la televisión fijamente fingiendo no haber escuchado lo que mi padre está diciendo, que es:
—Defended de una jodida vez, no sois más que mierdas con un sueldo excesivo. Jugáis contra los Texans, no contra las Dallas Cowgirls. ?Jodidos Texans! ?Jodido Jesucristo!
—Relájate, papá —dice Jake—, ya los tenemos.
Mamá distribuye las cervezas y durante un rato papá sorbe tranquilamente la suya, pero de repente McNabb pierde la posesión y mi padre se?ala el televisor con el dedo y comienza a decir cosas sobre McNabb que harían volverse loco a mi amigo Danny, porque él dice que solo las personas negras pueden utilizar la palabra que empieza por ?n?.
Por suerte, Donté Stallworth sí es el hombre, y gracias a él los Eagles se ponen de nuevo a la cabeza y papá deja de maldecir y sonríe de nuevo.
Durante el medio tiempo, Jake convence a mi padre para que venga un rato a jugar con nosotros al balón, así que los cuatro salimos y empezamos a jugar en medio de la calle. Uno de nuestros vecinos sale con su hijo y dejamos que se unan a nosotros. El ni?o solamente tiene diez a?os y no alcanza el balón, pero como lleva una camiseta verde se lo pasamos una y otra vez. Siempre se le cae, pero nosotros le vitoreamos. El ni?o sonríe orgulloso y su padre asiente agradecido cada vez que capta la mirada de alguno de nosotros.