23 de enero
Paciente A. ?Qué puedo decir de él? La primera vez que lo vi, me recordó a mi hija. No físicamente, claro, porque no se parecen. Tampoco en su comportamiento. Mi hija es alocada y despreocupada, y se ríe con facilidad; A., por el contrario, es callado y tímido, y teme mirar a la gente a los ojos. Nunca lo he visto sonreír. Mi hija está feliz cuando está rodeada de gente. A. es feliz solo, inadvertido. Sin embargo, yo detecto anhelo en su mirada. Quiere formar parte del grupo. Quiere que lo acepten. Y el hecho de que no suceda, me rompe el corazón. Ahí es donde más se parecen: en el amor que siento por ellos. En un caso es comprensible. En el otro… no.
Sin embargo, el amor es exactamente lo que necesita A. Nadie lo ha querido desde que sus padres lo abandonaron, mientras que mi hija ha sido adorada durante toda su vida. Por eso sonríe, y él no.
Pese a las diferencias de su pasado y sus caracteres opuestos, ambos irradian vulnerabilidad. Eso es algo que llega al corazón, como si unas garras se clavaran en él y se negaran a soltarlo. Es algo que los graba a fuego en tu memoria, de modo que ya no puedes olvidarlos.
Me he dado cuenta de cómo miran los demás pacientes a A. Ellos también sienten esas garras. Ellos también se sienten atraídos por el ni?o sin saber el motivo.
Es raro, sin embargo, el hecho de que los únicos pacientes que se preocupan por A. son los que también ven cosas que no están ahí, y hablan con gente que no está ahí, y creen que han salido del infierno.
Durante las sesiones de terapia, les he preguntado a algunos la razón por la que miran con tanta intensidad a A. Las respuestas eran la misma: ?él me atrae?.
Eso me asombra cada vez que lo oigo, porque yo me sentí atraído a esta clínica mental con la misma intensidad con la que ellos se sintieron atraídos por el chico. Pasé conduciendo junto a ella y sentí la imperiosa necesidad de trabajar aquí, aunque ya tenía trabajo. Un trabajo con un buen sueldo en una clínica privada, que no tenía intención de abandonar. Podría haber ascendido y haberme convertido en socio. Sin embargo, todo aquello perdió importancia cuando pasé junto al Hospital Psiquiátrico de Kingsgate.
Quería entrar. Tenía que entrar. Quería estar aquí, y quedarme aquí para siempre. Lo que más me sorprendió de mi impulso fue que mi hija, que también iba en el coche, lloró cuando pasamos junto al hospital. Estaba muy contenta en el asiento trasero del coche, cuando de repente, estalló en sollozos. Le pregunté qué le pasaba, pero ella no me respondió. Se frotó el pecho como si le doliera, y fue incapaz de explicármelo.
Nunca volví a llevarla allí, pero yo sí fui. La necesidad de estar allí aumentó. Y cuando vi a A. por primera vez, tuve el impulso de abrazarlo, como si fuera un miembro muy querido de mi familia. ?Me estaba volviendo loco?
17 de febrero
El paciente A. ha recibido una paliza hoy. El culpable ha declarado que sólo quería que desapareciera su ansiedad por estar junto a A., que no podía seguir viviendo con la soga que lo ataba al chico.
Por fin pude darle un abrazo a A. él no lo recordará, por supuesto, porque estaba inconsciente y sedado, y es mejor para los dos. No puedo darle lo que necesita, la pertenencia a un lugar. Sin embargo, no quería separarme de él. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
De nuevo me pregunto qué me sucede.
18 de febrero
El paciente A. se está recuperando bien. Hablé con él brevemente, pero los analgésicos lo habían dejado atontado y era difícil entender lo que decía. Creo que en un momento dado me llamó Julian, pero no estoy seguro.
Tiene que haber algún modo de ayudarlo. Tiene que haber algo que pueda hacer por él. Es un ni?o bueno, con un buen corazón. Otro paciente lo visitó, y se quedó mirando su gelatina de frutas. A. se la ofreció sin dudarlo, aunque sabía que eso era lo único que podía comer, y que no le darían otra. Bueno, no deberían haberle dado otra. Yo le llevé dos una hora después.