Entrelazados

Aden se despertó sobresaltado y se incorporó entre jadeos. Estaba sudando, y tenía la camisa pegada al cuerpo. Miró a su alrededor. Estaba en su habitación, pero no sabía qué hora era. No sabía cómo había llegado hasta allí. No había hecho sus tareas, no había hablado con Dan. Lo último que recordaba era que estaba en el bosque con Victoria, y que ella tenía los colmillos clavados en su cuello.

Miró hacia la izquierda y hacia la derecha. ?Dónde estaba…?

—Shhh —de repente, Victoria estaba sentada a su lado, con un dedo posado en sus labios—. Estás bien. No tienes que angustiarte por nada. Yo me he ocupado de todo. He limpiado el establo y les he dado de comer a los caballos, aunque los animales no se han puesto muy contentos de verme. He convencido a Dan y a los demás de que llegaste a casa cuando debías. Dan piensa, incluso, que habéis tenido una larga y agradable charla sobre tu sesión de estudio.

él se relajó un poco. Volvió a tumbarse y notó un dolor en el cuello. Se palpó el lugar con la mano, pero no notó ningún pinchazo. Ella debía de haberle curado. ?Lamiéndole el cuello, como había hecho con sus labios?

—Gracias —dijo. Se sentía un poco avergonzado de que ella hubiera hecho tanto por él. él era el chico y ella era la chica. Se suponía que era él quien debía cuidar de ella—. ?Te has metido en líos con Riley?

—No. Volví con él cuando le había prometido y él me llevó a casa. Después volvió con Mary Ann, y yo aproveché para escaparme y venir aquí. Siento haber bebido tanto de tu sangre, Aden. Debería haberme apartado, pero tu sabor era tan dulce, mejor que el de nadie, y lo único que podía pensar era que quería más, que necesitaba más.

Pese al dolor que sentía, Aden se estremeció al recordarlo.

—Te dije que era un animal —sollozó ella.

—No, claro que no —respondió él. Fuera lo que fuera lo que le había inoculado en la vena… Dios santo. Quería más. La tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella—. Lo que hiciste… Mentiría si te digo que no me gustó.

—Sí, pero…

—Sin objeciones. Tú necesitas la sangre para vivir, y yo quiero ser el que te la dé. Durante el tiempo que esté vivo, quiero ser la persona de la que te alimentes.

Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—Hablas como si te fueras a morir pronto.

?Debía contarle la visión de Elijah?

—Ven aquí —le dijo. Le soltó la mano y abrió los brazos a modo de invitación. Ella se tendió a su lado y metió la cabeza en el hueco de su cuello—. Tengo que contarte una cosa. Es algo que no te va a gustar, y que seguramente te asustará.

Ella se puso tensa.

—De acuerdo.

—He visto mi propia muerte.

—?Qué quieres decir? —preguntó Victoria con espanto.

—Algunas veces sé cuándo va a morir la gente, y cómo. Hace un tiempo vi mi propia muerte, igual que he visto la de miles de personas.

Ella apoyó la palma de la mano sobre su pecho, justo sobre su corazón. Estaba temblando.

—?Y nunca te has equivocado?

—Nunca.

—?Y cómo va a suceder? ?Cuándo?

—No sé cuándo, sólo que no seré mucho mayor de lo que soy ahora. No tendré camisa, y tendré tres cicatrices en el costado derecho.

Ella se incorporó y se sentó. Sin pedirle permiso, le levantó la camisa. Tenía cicatrices, pero no las líneas paralelas que él había visto en su visión.

—Para tener cicatrices antes debes recibir una herida, y esa herida tiene que curarse.

—Sí.

—Cuando hayas descansado, vas a contarme todo lo que sepas de esa visión, y después haremos todo lo que esté en nuestro poder para evitarlo. ?De qué serviría saber algo con antelación si no puedes cambiarlo?

Aden le acarició la mejilla, y ella cerró los ojos al notar su contacto. En cualquier otro momento, él tendría que contarle que no servía de nada intentar impedir la muerte de alguien, porque era imposible. Sin embargo, ya le había dicho suficiente por una noche. En aquel momento tenían cientos de cosas de las que hablar, y cientos de cosas que hacer.

—?Has notado alguna cosa diferente en mi habitación? —le preguntó—. ?Algo diferente sobre la gente que vive en el rancho?

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