Entrelazados

Ella se alejó de él y se apoyó en el tronco de un árbol.

—Contarle a alguien las debilidades de un vampiro conlleva un castigo de muerte tanto para el vampiro como para aquél en quien confía. Por ese motivo, mi madre se quedó en Rumanía. Ella le contó nuestros secretos a un humano, y ahora está encerrada, hasta que mi padre decida la mejor manera de ejecutarla —dijo Victoria, y al final, le tembló la voz.

—Siento mucho lo de tu madre. No quiero que te pase algo parecido, así que por favor, no me lo cuentes.

Aden no tenía miedo por sí mismo, sino por ella. Lo averiguaría de otro modo. Tal vez, por medio de Riley.

Por algún extra?o motivo, sus compa?eros no reaccionaron en aquel momento. Llevaban en silencio desde que él se había despertado en aquel nuevo presente. Sí, normalmente permanecían en silencio después de un viaje al pasado, pero no durante mucho tiempo. Para aquel momento, ya deberían haber vuelto a ser los de siempre.

Aden los sentía, sabía que estaban allí. ?Por qué no hablaban?

Victoria se miró los pies. Se había quitado los zapatos, y Aden vio que tenía las u?as pintadas de negro. Negro. Vaya. A ella le gustaban los colores; Aden recordó su sonrisa de melancolía al ver la casa de Mary Ann. Se preguntó si la laca de u?as de colores iba en contra de las normas de los vampiros. De ser así, ?no se habría metido ella en líos por te?irse de azul algunos mechones del pelo?

—No te he hablado del castigo por compartir los secretos de un vampiro para asustarte —dijo ella—. Sino sólo para advertirte de lo que puede suceder si se lo cuentas a otra persona. Incluso a Mary Ann.

—En serio. No tienes por qué decírmelo.

—Quiero hacerlo —respondió Victoria, y respiró profundamente—. Los vampiros somos vulnerables en los ojos y en el interior de los oídos. Son dos lugares que nuestra piel endurecida no puede proteger —a?adió, y tendió una mano hacia él—. Ensé?ame una de tus dagas.

—Ni hablar. No quiero demostraciones.

Ella se echó a reír.

—Tonto. No me voy a sacar un ojo.

Entonces, ?qué iba a hacer? Con el brazo tembloroso, Aden sacó una daga de su bota y se la entregó.

—Mira —dijo Victoria, y sin apartar la mirada de él, se clavó la daga en el pecho.

—?No! —gritó Aden.

La agarró por la mu?eca y tiró hacia atrás. Era demasiado tarde, y él pensó que iba a ver sangre. Lo único que vio fue una camiseta rasgada. La piel que había bajo la tela no tenía ni un solo rasgu?o. Sin embargo, eso no le importó al sistema nervioso de Aden. Tenía el corazón incontrolablemente acelerado, y estaba sudando.

—No vuelvas a hacer nada parecido, Victoria. Lo digo en serio.

Ella volvió a reírse.

—Eres muy dulce. Pero a mí no me afectan las estacas en el corazón, así que no te preocupes. Una daga como ésta no es nada para mí.

Victoria se la mostró, y Aden se dio cuenta de que la hoja estaba doblada por la mitad.

—Para matarnos hay que quemarnos la piel y llegar hasta nuestros órganos sensibles. Es necesario tener esto —dijo.

Soltó la daga y elevó la mano para mostrarle el anillo de ópalo.

Con la palma de la mano extendida, ella pasó el pulgar sobre la joya y apartó el ópalo por encima del engarce de oro. En el hueco del anillo apareció un peque?o vaso que contenía una pasta espesa de color azul.

—Je la nune —dijo—. Esto es… Bueno, creo que la mejor manera de describirlo es decir que se trata de fuego sumergido en ácido y después envuelto en veneno y salpicado de radiaciones. No lo toques nunca.

La advertencia era innecesaria. él ya había dado un paso atrás.

—Entonces, ?por qué lo llevas?

—No todos los vampiros son leales a mi padre. Hay rebeldes a quienes les encantaría hacerme da?o. De este modo, yo puedo hacerles da?o a ellos.

—Si es tan corrosivo, ?cómo es posible que esté dentro de tu anillo?

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