Entrelazados

—Estoy bien —le dijo, por si acaso Victoria se preocupaba. No quería que parara. Ni siquiera cuando comenzó a marearse, y cuando su cuerpo se volvió ingrávido. Le acarició el pelo para animarla a que continuara.

Ella enredó las manos en su pelo y le acarició la cabeza. Empujó su carne con la lengua para succionar la sangre, y en la distancia, él oyó cómo tragaba. Finalmente, sin embargo, Victoria se apartó de él entre jadeos.

él gimió al perder su contacto.

—No deberías haber tenido miedo de algo como esto —dijo. Era como si se hubiera emborrachado, porque sus palabras sonaban arrastradas y amortiguadas, como si hablara desde muy lejos—. Me ha encantado. No he pensado que fueras un animal en absoluto, de verdad.

—?Aden? —dijo ella con espanto.

Fue lo último que oyó Aden antes de que le fallaran las rodillas y cayera al suelo.





Mary Ann jugueteó con la cena. Era comida china que su padre había llevado a casa. él sólo llevaba media hora en casa, y Riley se había quedado con ella hasta el último segundo posible; había vuelto después de acompa?ar a Victoria a su casa. Mary Ann quería invitarlo a que cenara con ellos y presentárselo a su padre. Sin embargo, no lo había hecho porque no estaba segura de que su padre lo aceptara bien. Además, habría pensado que la tarde de estudio había sido en realidad una tarde de besuqueo.

Sin embargo, ella ya echaba de menos a Riley, su intensidad, su sentido de la protección. Valoraba su opinión y necesitaba su ayuda para hacer lo que estaba pensando. Podía esperar e intentar robar los expedientes de que padre, tal y como le había sugerido Aden, pero eso era algo que detestaba; no sólo sería robarle a su padre, a su mejor amigo, el hombre que más la quería y que nunca le hubiera hecho algo así a ella. O podía pedírselos a su padre directamente, cosa que haría que él escondiera esos archivos que quería Aden y que Mary Ann nunca pudiera conseguirlos.

Lo primero era una falta de ética. Lo segundo era arriesgado.

?Qué debía hacer?

—?No tienes hambre? —le preguntó su padre, mientras se servía una monta?a de fideos chinos.

Ella suspiró y apartó su plato.

—Es que estoy… preocupada.

El tenedor de su padre se detuvo a medio camino de la boca, con los fideos colgando.

—?Quieres hablar de algo?

—Sí. No —dio otro suspiro—. No lo sé.

él se echó a reír y dejó el tenedor en el plato.

—Bueno, ?de qué se trata?

—Necesito hablar contigo, pero no quiero.

—Vaya, esto parece serio.

—Yo… Tengo una pregunta.

él alargó el brazo por encima de la mesa y le dio unos golpecitos en la mano.

—Ya sabes que puedes preguntármelo todo.

Pronto lo comprobarían.

—Es algo sobre uno de tus pacientes.

Entonces, la expresión de su padre se endureció. Comenzó a negar con la cabeza.

—Cualquier cosa excepto eso. Los pacientes me confían sus secretos, Mary Ann. Además, hablar de eso es ilegal.

—Ya lo sé, ya lo sé. El caso es que hace unas semanas he conocido a un chico. Nos hemos hecho buenos amigos.

Hubo un silencio.

Su padre se apoyó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.

—Está bien. ?Por qué tendré la impresión de que voy a saber cosas de él, y también voy a saber lo que opina Tucker de vuestra amistad?

—Lo que piense Tucker ya no importa. Hemos roto oficialmente.

Al instante, su padre se volvió comprensivo.

—Vaya, nena. ?Estás bien? Ya sabes que no siempre apoyé tu relación con él. Creo que no hay ningún chico que sea lo suficientemente bueno para ti. Pero dejé de quejarme de él porque quería que fueras feliz.

—Estoy bien. Fui yo la que rompió. Me había enga?ado.

—Lo siento muchísimo —dijo él, y de nuevo le acarició la mano—. A menudo trato a parejas que están enfrentándose a una infidelidad, y lo más común en la parte afectada es que esa persona se sienta inferior. O de usar y tirar.

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