Entrelazados by Gena Showalter
Entrelazados
Un cementerio. No. ?No, no, no! ?Cómo había podido terminar allí?
Claramente, el hecho de llevar su iPod mientras exploraba una ciudad nueva había sido un error. Sobre todo porque Crossroads, Oklahoma, tal vez la capital de los enanos de jardín del mundo y un infierno sobre la tierra, era tan peque?a que prácticamente no existía.
Ojalá hubiera dejado el Nano en el Rancho M. y D., la casa para adolescentes descarriados donde vivía en aquel momento. Pero no lo había hecho. Quería paz, sólo un poco de paz. Y en aquel momento iba a tener que pagar el precio.
—Esto es una mierda —dijo.
Se sacó los auriculares de las orejas y metió la peque?a distracción de color verde en su mochila. Tenía dieciséis a?os, pero algunas veces se sentía como si llevara viviendo toda la eternidad, y cada uno de aquellos días había sido peor que el anterior. Y, tristemente, aquél no sería una excepción.
Inmediatamente, la misma gente a la que había estado intentando ahogar con su Life of Agony a todo volumen clamó pidiendo su atención.
??Por fin!?, dijo Julian dentro de su cabeza. ?Llevo mil a?os gritando para que te des la vuelta?.
—Bueno, pues deberías haber gritado más fuerte. Comenzar una guerra con los muertos en vida no es precisamente lo que quería hacer hoy —dijo él.
Mientras hablaba, Haden Stone, conocido como Aden, porque de ni?o no sabía pronunciar su nombre, dio marcha atrás, apartando el pie del límite del cementerio. Sin embargo, era demasiado tarde. En la distancia, frente a una tumba, el suelo ya estaba temblando, resquebrajándose.
?No me eches a mí la culpa?, le dijo Julian. ?Elijah debería haberlo predicho?.
?Eh?, dijo una segunda voz, que también provenía de la cabeza de Aden. ?A mí tampoco me echéis la culpa. La mayoría de las veces sólo sé cuándo va a morir alguien?.
Con un suspiro, Aden dejó la mochila en el suelo, se inclinó y sacó las dagas que llevaba metidas en las ca?as de las botas. Si alguna vez lo detuvieran con ellas encima, lo devolverían al reformatorio, donde había peleas regularmente, y hacer un amigo de verdad era tan imposible como escapar. Pero en el fondo, Aden sabía que merecía la pena correr el riesgo. Siempre merecía la pena.
?Muy bien. Entonces es culpa mía?, refunfu?ó Julian. ?Aunque no puedo evitarlo?.
Eso era cierto. Los muertos sólo tenían que sentir su presencia para despertar. Lo cual, como en aquella ocasión, sucedía cuando Aden ponía el pie accidentalmente en su tierra. Algunos lo sentían más rápidamente que otros, pero al final, todos se levantaban.
—No te preocupes. He estado en situaciones peores.
Más que haber dejado el iPod en casa, pensó, debería haber prestado más atención al mundo que lo rodeaba. Después de todo había estudiado el mapa de la ciudad, y sabía cuáles eran las zonas que debía evitar. Sin embargo, mientras la música retumbaba, había perdido la noción del camino que seguía. Se había sentido liberado por un momento, como si estuviera solo.
La tumba comenzó a vibrar.
Julian y Aden suspiraron al mismo tiempo. ?Sé que hemos soportado cosas peores. Pero yo también he causado situaciones peores?.
?Estupendo. Ahora compadeceos a vosotros mismos?.
Aquella tercera voz, que tenía un tono de frustración, era de una mujer, que también ocupaba terreno en su mente. Aden se sorprendió de que su otro huésped no interviniera también. Ellos no entendían lo que eran la paz y el silencio.
??Os importaría dejarlo para luego, chicos, y matar al zombi antes de que salga por completo, se espabile y nos patee el trasero??.
—Sí, Eve —dijeron Aden, Julian y Elijah al unísono.
Así eran las cosas. Los otros tres chicos y él discutían, y Eve intervenía como una formidable figura maternal. Ojalá aquella figura maternal fuera capaz de arreglar la situación aquella vez.