—Si me lo pagara todo, estaría estropeando mi plan de quince a?os. Y nadie estropea mi plan de quince a?os y vive para contarlo. Ni siquiera mi padre.
—Ah, sí. El plan de quince a?os que no consigo que te replantees, sea cual sea la tentación que yo te ponga delante —dijo Penny mientras se metía un mechón de pelo detrás de la oreja, dejando a la vista tres aros de plata—. Graduarse en el instituto, dos a?os. Licenciatura, cuatro. Másters y doctorado, siete. Prácticas, uno. Abrir tu propia consulta, uno. Yo no sé lo que voy a hacer esta noche, y mucho menos durante los próximos quince a?os.
—Yo sí me imagino lo que vas a hacer esta noche. Has quedado con Grant Harrison.
Llevaban saliendo unos seis meses con interrupciones. En aquel momento estaban en una interrupción, pero eso no les impedía verse.
—Además, no hay nada de malo en prepararse un poco.
—Un poco. ?Ja! Sospecho que tienes tu vida organizada al segundo. Seguramente sabes la ropa interior que vas a llevar dentro de tres a?os, cinco horas, dos minutos y ocho segundos.
—Un tanga negro de encaje —respondió Mary Ann sin dudarlo.
Penny se quedó en silencio durante un instante, y después se rió.
—Casi me la cuelas, pero el tanga te ha delatado. Tú eres más proclive a las braguitas de algodón, después de todo.
?Y acaso cubrirse adecuadamente era malo?
—De veras, no lo tengo todo planeado. Ni siquiera yo soy tan previsora.
—Mira, te conozco de toda la vida, y sé lo que querías hacer cuando eras peque?a. Querías bailar ballet en un teatro abarrotado de gente, besar al famoso del que estuvieras enamorada en ese momento y tatuarte flores por todo el cuerpo para parecer un jardín. No quisiste ser psiquiatra hasta que tu madre… —al darse cuenta de que iba a meter la pata, terminó con un—: ?No querías!
La sonrisa de Mary Ann se desvaneció lentamente. En el fondo, no sabía si podía negar aquello. De peque?a había sido muy bravucona, y les había dado mucho trabajo a sus padres. Hablaba y se reía muy alto, siempre quería ser el centro de atención y tenía rabietas cuando no se salía con la suya. Entonces, su madre murió en un accidente de tráfico, en el que Mary Ann también había estado presente. Se había pasado tres semanas recuperándose en el hospital. Su cuerpo se había curado, sí, pero su alma no.
Cuando salió del hospital, la casa de los Gray se había hundido en el abatimiento, y Mary Ann y su padre habían dejado de ser la familia afectuosa, aunque combativa, de antes. Con el tiempo, aquella tristeza los había unido otra vez. él se había convertido en su mejor amigo, y los planes de futuro de su hija habían conseguido que se sintiera orgulloso.
El día en que ella le dijo que tal vez quisiera ser psiquiatra, como él, su padre había sonreído como si acabara de tocarle la lotería. Le había dado un abrazo. La había hecho girar por el aire y se había reído por primera vez en meses. Después de eso, Mary Ann no habría podido elegir otro camino. Por mucho que odiara estudiar, no se imaginaba a sí misma siendo otra cosa que médica. Y que Penny le hiciera sentir pena por ello, bueno…
—Vamos a hablar de otra cosa.
—Estupendo. Te has enfadado conmigo, ?verdad?
—No.
Sí. Tal vez. Normalmente, no hablaban de su madre. Aunque habían pasado varios a?os, los recuerdos estaban demasiado a flor de piel.
—Preferiría que te preocuparas de tu futuro, no del mío —le dijo.
Penny suspiró.
—No debería haberme metido en eso, y lo siento. Lo que pasa es que sólo te dedicas a lo serio, y no te diviertes, y yo quiero recuperar a mi amiga divertida.
Mary Ann no respondió, y Penny le estrechó la mano.