Entrelazados

?Estaba intacta la tumba de su madre? ?Sería mejor!

—Qué morboso —dijo Penny—. ?Nunca tienes la tentación de escarbar un poco y robar algo?

—Pues no —dijo él, y volvió la cara para ocultarla cuando un hombre rechoncho pasó junto a ellos.

?Se estaba escondiendo? Tal vez aquél fuera su jefe, y se suponía que él no tenía que estar de descanso.

Mary Ann lo estudió, preguntándose qué… De repente, vio que tenía un moretón en el cuello y sin querer, soltó un jadeo.

—?Ay! ?Qué te ha ocurrido?

Tenía dos heridas, ambas una mezcla de azul y negro. Eran marcas de dientes. Mary Ann se ruborizó. Seguramente se las habría hecho una chica.

—Ah, no te preocupes. Eso es personal. No tienes por qué contestarme.

él no lo hizo. Se cubrió las heridas con la mano y se ruborizó.

—Estupendo, dos mojigatos en la misma mesa —dijo Penny, con un suspiro de sufrimiento—. Bueno, ?y qué aficiones tienes, Aden? ?Dónde estudias, si no vas a un instituto público? ?Y tienes novia? Supongo que sí, ya que te han mordido, pero espero que nos digas que estáis a punto de terminar.

él volvió a mirar a Mary Ann.

—Tengo más curiosidad por Mary Ann. ?Por qué no hablamos de ella?

Eso sí que era esquivar las preguntas.

—Sí, Mary Ann —dijo Penny, apoyando los codos sobre la mesa con una expresión de embeleso—. Cuéntanos tu emocionante plan de los quince a?os.

—Si dices otra palabra más, voy a aceptar la oferta que me has hecho antes —dijo Mary Ann—. Seguro que tu lengua quedaría muy bien clavada en la pared de mi cuarto.

Penny alzó las manos con cara de inocencia.

—Sólo estaba intentando animar el ambiente, cari?o —dijo. Con una sonrisa, dejó caer el cigarrillo al suelo y lo apagó con el pie—. Tal vez el mejor modo de hacerlo es marchándome. Así podréis conoceros.

—No —dijo Mary Ann—. Quédate.

—No. Sólo causaría más problemas.

Aden estaba observándolas con una expresión de desconcierto.

—No, claro que no —dijo Mary Ann, que agarró a Penny de la mu?eca y tiró de ella para que volviera a sentarse—. Tú vas a… —entonces, recordó algo y se sobresaltó—. Oh, no. ?Qué hora es?

Dejó el café en la mesa, se sacó el teléfono móvil del bolsillo y miró la hora. Lo que se temía.

—Tengo que irme.

Si no se apresuraba, iba a llegar tarde a la floristería.

—Te acompa?o a donde vayas. No me importa —dijo Aden, y se puso en pie tan rápidamente que la silla resbaló hacia atrás y golpeó a un hombre que pasaba—. Disculpe —murmuró.

—Tengo muchísima prisa, así que creo que iré sola. Lo siento.

Así sería mejor. Todavía le hervía la sangre en las venas, y tenía el estómago encogido. Le dio un beso a Penny en la mejilla y se puso en pie.

—Encantada de haberte conocido, Aden.

—Yo también —dijo él.

Ella dio un paso hacia atrás y se detuvo. Dio otro, aunque su mente le estaba gritando que se quedara, a pesar de todo.

Aden se adelantó hacia ella y le dijo:

—?Podría llamarte? Me encantaría llamarte.

—Yo…

Mary Ann abrió la boca para decir sí. Aquel rincón oscuro de su mente quería verlo de nuevo, y averiguar por qué sentía dolor y afecto en su presencia. El resto de su cabeza, la parte racional de su naturaleza, comenzó a recitar todos los motivos por los que tenía que mantenerse apartada de él: Instituto. Notas. Tucker. Plan de los quince a?os. Sin embargo, tuvo que esforzarse mucho para poder decir:

—No, lo siento.

Se dio la vuelta rápidamente y se dirigió hacia la floristería, preguntándose si había cometido un enorme error. Un error que lamentaría toda su vida, tal y como había predicho Penny.





Aden miró a Mary Ann mientras se alejaba.

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