Entrelazados

Un chico malo. Sí, eso también encajaba. Mary Ann no tuvo que darse la vuelta para recordar su aspecto. Tenía su imagen grabada en la mente. Como había dicho Penny, su pelo era negro, con las raíces rubias de dos centímetros de largo. Lo que no había dicho Penny era que tenía un rostro tan perfecto como el de las estatuas griegas que ella había visto en su libro de historia, incluso con la suciedad. Durante un breve instante, cuando un rayo de sol lo había iluminado, ella habría podido jurar que tenía los ojos verdes, casta?os, azules y dorados. Sin embargo, el rayo se había desvanecido y los colores se habían fundido los unos con los otros y sólo habían dejado un negro intenso.

Sin embargo, los colores no tenían importancia. Aquellos ojos eran salvajes, asilvestrados, y ella había sentido aquella impresión innegable que había terminado tan rápidamente como había empezado, como si durante un segundo hubiera estado conectada a un generador que la había sacudido, que le había puesto los nervios de punta. Incluso le había hecho da?o. Entonces era cuando habían comenzado las náuseas.

?Por qué volvía a experimentar todo aquello, aunque con menos intensidad? ?Incluso antes de haberlo visto? ?Por qué sentía aquello? No tenía sentido. ?Quién era él?

—Vamos a hablar con él —dijo Penny.

—No —replicó Mary Ann—. Yo tengo novio.

—No, tienes a un idiota que está desesperado por meterse en tus braguitas aunque tú le digas que no. Lo cual, a propósito, es una garantía de que se está acostando con alguna otra cada vez que te das la vuelta.

Había algo en su tono de voz… Mary Ann se apartó de la cabeza al chico del cementerio y miró a su amiga con el ce?o fruncido.

—Espera. ?Es que has oído algo?

Hubo una pausa. Otra calada. Una risita nerviosa.

—No. No, claro que no —dijo Penny—. Y de todos modos no quiero hablar de Tucker. Quiero hablar del hecho de que tú y ese chico misterioso deberíais ligar. Le gustas, eso está claro. Y tú tienes las mejillas sonrojadas y las manos temblorosas.

—Seguramente estoy incubando una gripe —dijo Mary Ann.

—No seas remilgada. Dame permiso y lo llamaré. Podéis salir juntos, no se lo diré a Tucker, te lo juro.

—No. ?No, no, no! En primer lugar, yo nunca enga?aría a Tucker.

Penny puso los ojos en blanco.

—Pues entonces rompe con él.

—Y en segundo lugar —prosiguió Mary Ann, haciendo caso omiso del comentario de su amiga—, no tengo tiempo para salir con otro chico, ni siquiera como amigo. Es muy importante que saque buenas notas. Se acerca la Selectividad.

—Tienes todo sobresaliente, y vas a sacar otro en la Selectividad, seguro.

—Quiero seguir así, y la única manera de sacar sobresaliente en Selectividad es estudiar.

—Bueno, pero cuando te mueras de estrés y aburrimiento, te arrepentirás de no haber aceptado mi oferta. ?Quién habría pensado que yo sería la más lista de las dos?

En aquella ocasión, fue Mary Ann la que puso los ojos en blanco.

—Si tú eres la más lista, ?entonces qué soy yo?

—La guapa aburrida —dijo Penny con su sonrisa, aunque en aquella ocasión no fue tan brillante—. Supongo que no puedes evitarlo, con todos esos rollos psicológicos que te mete tu padre. Que si hay algo bueno en todo el mundo, bla, bla, bla… Te digo que hay gente que no merece la pena, y Tucker es un… uno de ellos —dijo con vehemencia—. ?Vaya! No he tenido que hacer nada y se está acercando. Sí, me has oído bien. ?Tu acosador viene para acá!

Mary Ann se volvió sin poder evitarlo. Era el chico del cementerio. Apenas pudo disimular el gesto de dolor al sentir otra sacudida y más ardor de estómago.

Por lo menos, el mundo no se quedó parado en aquella ocasión.

Con más calma, pudo observarlo. Tenía los pantalones vaqueros rasgados, pero se había cambiado de camisa. Aquélla estaba limpia y no tenía agujeros. Su rostro era tan perfecto como pensaba, demasiado perfecto como para ser real. Tenía unas pesta?as negras y espesas, los pómulos altos y bien esculpidos, la nariz perfectamente inclinada y los labios perfectamente curvados, aunque fruncidos en aquel instante.

Era más alto de lo que creía. Seguramente le sacaba una cabeza a ella. Y sus rasgos estaban tensos de determinación.

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