Entrelazados

Aden no dijo nada más, porque no quería estropear la imagen que ella pudiera tener de su padre.

—?Guarda los archivos de sus pacientes? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta. Todos los doctores lo hacían.

—Claro.

—Entonces, tendrá los míos. Me gustaría leer lo que pensaba sobre mí.

Ella se cruzó de brazos.

—Eso es ilegal y contrario a la ética profesional. él nunca me daría sus expedientes.

Aden la miró a la cara sin vacilar.

—No quería que se los pidieras.

Ella se quedó boquiabierta.

—Eso sería robar.

Victoria le acarició la espalda, con suavidad, para reconfortarlo.

—En realidad, sería ayudar a un amigo que está en apuros. Por favor, Mary Ann. Consígueme el expediente. Durante la sesión dije algo que impulsó a tu padre a compararme con otra persona, y quiero saber quién era. Y, a causa de la confesión que le hice, creo que puedo haber cambiado algo aquí, en el presente. Tal vez fuera sólo su cabeza, o sus pensamientos. Y la única manera de averiguarlo es leer sus archivos.

Ella siguió en silencio.

—?Alguna vez te preguntó tu padre por un chico llamado Aden?

Mary Ann reflexionó durante un momento y jadeó: —No por tu nombre, pero una vez, después de que le presentara a Tucker, me preguntó por mis amigos, y si tenía alguno que hablara solo. En aquel momento no le di importancia. Pensaba que era una broma —dijo, y se pasó la mano por la cara—. Voy a hacerlo —susurró.

—Gracias —dijo Aden con alivio.

—Pero va a ser difícil —a?adió Mary Ann—. Sus expedientes antiguos están en el almacén. Y hace falta una contrase?a para entrar en los que tiene en el ordenador.

—Lo único que te pido es que lo intentes —le dijo Aden. Se puso en pie, con las piernas un poco temblorosas. Victoria mantuvo el brazo alrededor de su cintura. él no lo necesitaba, al menos para seguir en pie, pero se apoyó contra ella—. ?Qué hora es?

—Las siete y veinte —dijo Victoria.

—?De la tarde? —preguntó Aden, y estuvo a punto de gemir—. Tengo que irme al rancho. Dan me dijo que tenía que terminar los deberes y las tareas antes de irme a la cama. De lo contrario, nunca volverá a dejar que vaya a ningún sitio después del instituto.

—Iré contigo —dijo Victoria—. Cambiaré su mente.

Riley suspiró y miró con resignación a Mary Ann.

—Eso significa que yo también tengo que irme.

Victoria lo miró de manera suplicante.

—No me va a pasar nada, te lo prometo. Además, tú tienes que cuidar de la humana.

Riley miró a Mary Ann, se quedó pensativo y finalmente asintió.

—Está bien. Te doy una hora para que vuelvas.

—Gracias —le dijo ella mientras acompa?aba a Aden hacia la puerta—. Vamos, deprisa, antes de que cambie de opinión.

Rápidamente, llegaron a la fila de árboles que separaba el barrio del bosque. A aquella distancia, ni siquiera Riley, con su oído sobrenatural, podía oírlos.

—Gracias a Dios que se ha quedado.

—Lo sé —dijo Victoria con una sonrisa—. Creía que no iba a hacerlo. Tiene a su cargo mi protección, y si a mí me ocurriera algo, lo ejecutarían. Mary Ann debe de gustarle más de lo que yo había pensado.

Por primera vez, Aden se alegró de ello.

Victoria miró a su alrededor.

—Nos queda una hora antes de que tenga que volver. ?Quieres que nos quedemos aquí?

—Dan…

—No te preocupes. Yo me ocuparé de él.

—Está bien.

Ella se detuvo, y Aden se detuvo a su lado, mirándola. El sol del atardecer se filtraba por entre los árboles, e iluminaba la pálida piel de Victoria con una luz rosa, violeta y dorada.

Una piel que no podía ser cortada, recordó él.

—?Qué puede ocurrirte para que Riley tenga tantos problemas?

—Podrían secuestrarme. Alguien que esté enfrentado a mi padre puede pedirle un rescate. Y pueden hacerme da?o.

—?Cómo? —preguntó Aden. Si lo sabía, él también podría protegerla.

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