Todavía no había salido corriendo.
—Por… eh… la fotografía de su escritorio. Es muy guapa.
—Oh, gracias. Es Mary Ann. Tiene tu edad. Se parece mucho a su madre.
El doctor Gray cabeceó, como si no pudiera creer lo que acababa de admitir. A la gente normal no le gustaba hablar de sus seres queridos con los locos, Aden lo sabía, aunque aquellos locos fueran muy jóvenes. O lo aparentaran.
—Vamos a volver a nuestra conversación. Necesito que hables conmigo, Aden. Es la única manera de la que puedo ayudarte.
—Me ha preguntado si oigo voces —dijo Aden entonces—. La respuesta es sí. Las oigo todo el tiempo.
?Vamos. No somos tan malos?, dijo Julian.
?Clávame un pu?al en la espalda, ?qué más da??, protestó Caleb.
Quería pedirles perdón, pero se quedó callado.
—Entonces, no ha habido ningún progreso. Podemos hablar de nuevo con tu psiquiatra para que te cambie la medicación.
—De acuerdo —dijo Aden, aunque de repente recordó cómo le habían afectado las drogas nuevas. Calambres en el estómago, vómitos, deshidratación y una semana conectado a una bolsa de suero.
El doctor Gray se ajustó las gafas en la nariz.
—Si todavía sigues oyendo voces, me gustaría saber qué es lo que quieren de ti.
—Muchas cosas.
—?Como por ejemplo?
—Como… control del cuerpo.
El doctor, con el ce?o fruncido, tomó notas en su cuaderno.
—Vaya, lo has llamado ?el cuerpo?. Vamos a pararnos en eso un momento. Si las voces tienen que pedirte control de tu… del cuerpo, significa que no pueden tomarlo por sí mismas. Tú puedes decidir. Eso es bueno, ?no? Significa que tú tienes el control.
Tal vez sus compa?eros no pudieran utilizar su cuerpo sin permiso, pero podían causar muchos da?os sin tenerlo.
—Sí, claro.
El doctor siguió tomando notas.
—Y, como eres tú quien tiene el control, ?no obligas a las voces, algunas veces, a que te dejen en paz?
—?Obligarlas? No. Pero algunas veces se marchan.
Por Mary Ann.
—?Y qué te ocurre a ti cuando se van?
Aden sonrió, aunque con culpabilidad.
—Siento paz.
—Oh, Aden —dijo el doctor Gray—. Eso es maravilloso.
?Seguro que se siente como un padre orgulloso?, dijo Eve, en un tono más suave, como si estuviera tomándole simpatía al médico.
Aquello no había ocurrido la vez anterior. Lo cual significaba que no había admitido que sintiera paz. Claro que no. En aquellos tiempos, él no conocía la paz. Su sonrisa se desvaneció.
—No es cierto. Las voces no pueden marcharse. Siempre están conmigo.
—?Y cómo voy a ayudarte si tengo que distinguir entre medias verdades y mentiras?
Aden se miró los pies y puso cara de avergonzarse.
—No lo haré más.
—Procura no hacerlo más. Pero ?por qué lo has hecho en esta ocasión?
él se encogió de hombros. No se le ocurría ninguna respuesta.
—Está bien. ?Por qué dejas que las voces vuelvan contigo cuando ya se han marchado? Sé que me estabas diciendo la verdad cuando me has contado que las voces se marchaban, porque tú eres quien tiene el control, ?no lo recuerdas?
No podía escabullirse de ninguna manera en aquella ocasión. Tenía que decir la verdad. O por lo menos, parte de la verdad.
—Están atadas a mí como… como si fueran mascotas con una correa. No puedo mantenerlas fuera.
Julian y Caleb se quejaron por haberlos llamado ?mascotas?.
—Verá, son gente como usted y yo, pero no tienen cuerpos. Y no sé cómo, se quedaron encerrados en el mío, y me obligan a compartir la cabeza con ellos.
El doctor Gray aceptó aquella admisión con calma, sin alterarse.
—Hace unos días mencionaste que hay cuatro voces diferentes. ?Siguen siendo cuatro?
—Sí.
—?Y tienen tu edad?
—No. No sé qué edad tienen.
—Entiendo. Háblame de ellos. De cómo son.
—Son agradables. Casi todo el tiempo.
Aquello le costó varios resoplidos y una amenaza de Caleb.
—?Y tienen nombre?
Aden dijo sus nombres.
El doctor se interesó por Eve.