21 de febrero
Mi primera sesión de verdad con el paciente A. Varios doctores le han diagnosticado esquizofrenia y francamente, aunque es muy poco corriente en ni?os menores de dieciséis a?os, entiendo el motivo. Tiene tendencia a encerrarse en sí mismo durante las conversaciones, y habla con gente que no está presente.
Yo no estoy seguro de que sea esquizofrénico. Y no sólo porque la enfermedad sea rara en los ni?os. Para ser sincero, esas dudas me disgustan. Sólo las he tenido en otra ocasión, y aquello terminó en un desastre que todavía no he podido superar. El dolor todavía me corroe. Pero ésa es una historia para otro diario.
Antes de recibir al paciente A. revisé su expediente y encontré algo interesante. Desde que ingresó en la clínica, hace tres meses, ha escapado dos veces de una habitación cerrada. Ha desaparecido sin más, sin dejar ninguna pista de cómo ha podido conseguirlo. En ambas ocasiones ha vuelto a aparecer en habitaciones a las que no debería haber podido acceder. Todos piensan que ha aprendido a forzar cerraduras, y que cree que es un juego divertido e inofensivo. Sin embargo, a mí me inquieta. He vivido eso antes. No con él, sino con alguien a quien quiero.
Supongo que no voy a esperar a escribir otro diario para abordar este tema. La madre de mi hija hacía lo mismo. Antes de su embarazo. Entraba en una habitación, se dirigía hacia mí, y se desvanecía ante mis ojos. Yo la buscaba por toda la casa, pero no la encontraba. Esto ocurrió seis veces. Seis malditas veces. Normalmente, aparecía de nuevo unos minutos después. Una vez, sin embargo, su desaparición duró dos días.
Todas las veces le pregunté adónde había ido, cómo se había ido. En cada una de las ocasiones me respondió lo mismo, entre sollozos. Que había viajado a una versión más joven de sí misma. Que había viajado en el tiempo. Yo sabía que no era posible, pero ella se empe?aba en que sí. Oh, la amaba tanto… Todavía la amo. No puedo ocultarlo, aunque debería. Es una pena que la fallara. Según ella, sólo se sintió normal durante los nueve meses en que estuvo embarazada de mi preciosa hija. Y después de eso, bueno, no tuve la oportunidad de ayudar.
A Mary Ann le temblaba la mano al pasar la página del diario de su padre. Riley y ella lo habían robado de su despacho mientras él dormía, con la cabeza apoyada en el teclado del ordenador. Se había quedado dormido mientras leía sus notas sobre Aden, o mejor dicho sobre el paciente
A. Así pues, habían tenido que quitárselas de debajo de la cara. El hecho de que las tuviera allí, tan fácilmente accesibles, era asombroso, pero demostraban lo mucho que significaban para él. Y tal vez, la frecuencia con la que las leía.
Ella había estado llorando desde entonces, con el estómago encogido. Al principio, el término ?paciente A.? le había molestado, pero entonces se había dado cuenta de que era la forma en que su padre protegía la privacidad de Aden, y las cosas que había tenido que soportar… La pena que sentía su padre por las dudas sobre la enfermedad del ni?o… La manera en que su padre escribía sobre su madre, como si ya hubiera muerto en aquel momento… Todo aquello había desbordado a Mary Ann.
Cuando su padre había escrito aquel diario, su madre estaba viva, bien de salud, en casa con Mary Ann. ?Y por qué no podía dejar que los demás supieran que amaba a su esposa? ?No era algo de lo que debían estar orgullosos los maridos y las mujeres?
Temblando, Mary Ann continuó con la lectura…
1 de marzo