Mi segunda sesión con el paciente A.
El día anterior hubo una pelea, y todos los pacientes se habían puesto frenéticos. Parece que A. le dijo a uno de los pacientes que iba a morir ese mismo día con un tenedor clavado en la garganta. El paciente se enfureció y agredió a A. Los pacientes que estaban alrededor se unieron a la pelea. Los enfermeros se apresuraron a separar a los enfermos y a inyectarles sedantes. Sin embargo, debajo del montón de pacientes encontraron al enfermo cuya muerte había predicho A., con un tenedor clavado en la garganta, y rodeado de un charco de sangre.
A. no era el culpable, eso lo sabemos. él se las había arreglado para salir de la muchedumbre y para pegarse contra la pared, y también tenía una herida en el costado. Además, otro de los pacientes todavía tenía agarrado el tenedor y lo clavaba con fuerza en el cuello de la víctima. ?Había cometido el asesinato aquel paciente por lo que había dicho A.? ?Cómo sabía A. que el chico llevaba un tenedor escondido en la manga? ?Lo había visto y tenía la esperanza de que el otro paciente lo usara tal y como él había descrito? ?Una profecía interesada?
Cuando le hice a A. estas preguntas, no me respondió. Pobre ni?o. Seguramente pensaba que se iba a meter en un lío. O tal vez fuera la culpabilidad. O el dolor. Tengo que llegar a él, tengo que ganarme su confianza.
4 de marzo
Después de mi sesión anterior con el paciente A., todavía estaba un poco agitado. Tal vez debería haber esperado para volver a verlo. Tal vez entonces, nuestra tercera sesión no habría sido la última.
A. estaba distinto hoy. Tenía algo que… Sus ojos eran demasiado adultos para su edad. Estaban llenos de conocimiento, de un conocimiento que no habría podido poseer un ni?o de once a?os. A mí me costaba mirarlo.
Al principio, todo fue tal y como yo esperaba. Empezó a responder a mis preguntas, sin evadirse, como de costumbre, sino permitiéndome por fin ver algo de su mente, y atisbar por qué hace las cosas que hace. Por qué dice las cosas que dice. Lo que piensa que sucede en su cabeza. Su respuesta es que tiene cuatro almas humanas atrapadas en su interior.
Yo rechacé esa explicación como si fuera su manera de enfrentarse a lo que le sucedía. Hasta que mencionó a Eve. Eso me intrigó mucho. Eve era una persona que supuestamente puede viajar en el tiempo. Exactamente igual que mi mujer, según ella.
Todo lo que decía A. tenía relación con las explicaciones de mi esposa. No sólo viajaban al pasado, sino a sus propios cuerpos. Cambiaban las cosas, y sabían diferentes cosas. Si a eso se le a?adían las desapariciones y el hecho de que los ojos de A. se volvían casta?os, cuando normalmente eran negros… Por un momento pensé que estaba hablando con la madre de Mary Ann.
La sensación me perturbó, tengo que admitirlo. Me perturbó tanto, que me enfurecí. Incluso eché a A. de mi consulta. él sólo podía saber cosas acerca de mi mujer si hubiera entrado allí y hubiera hurgado en los expedientes, y hubiera leído mis diarios privados.
Eso, o estaba diciendo la verdad.
Una parte de mí, la parte que siempre quiso demostrar que mi esposa no tenía una enfermedad mortal, quería creerlo, pero, ?cómo iba a creer a A. si no la había creído a ella? Le había hecho da?o todas y cada una de las veces que ella intentaba explicarme sus experiencias. Destruí su confianza, e hice que pensara que estaba loca. Para creer a A., un extra?o, hubiera tenido que admitir que ella estaba en lo cierto, y que yo la había herido sin motivo alguno.
?Cómo podía vivir con la culpa de haber herido a la mujer a la que quería? No podía, y lo sabía. Así que eché a A. de mi consulta y salí del hospital. Incluso dejé el puesto. El chico había mencionado a mi hija. Hablaba de ella con confianza, y contaba cosas que no podía saber. O que no debería saber. Yo nunca me había sentido tan anonadado ni tan disgustado.