Entrelazados

Si creyera que él decía la verdad… No puedo. No puedo hacerlo. Y aunque las cosas que él me dijera fueran ciertas… No puedo.

8 de mayo

Es como si mi esposa hubiera muerto otra vez. No puedo quitarme a A. de la cabeza. Siempre estoy pensando en él, preguntándome cómo está, lo que está haciendo, quién lo está tratando. Sin embargo, no puedo permitirme descolgar el teléfono para preguntar por él. No soy objetivo con ese ni?o. No pude ayudar al amor de mi vida, así que no puedo ayudarlo a él. Es mejor una separación drástica. ?Verdad? Eso pensaba yo. Ahora hay dos palabras poderosas que me obsesionan. ?Y si…?

Mi esposa actual percibe mi preocupación y cree que estoy pensando en otra mujer. En una a la que quiero más que a ella. Yo intento convencerla de que no es cierto, pero los dos sabemos que sí lo es. Nunca la he querido a ella como debería. Siempre he querido a otra.

No debería haber entrado a aquel hospital. Nunca debería haber aceptado el caso de A.

Mary Ann tenía demasiadas preguntas en la cabeza. Había demasiadas cosas que no tenían sentido. Su padre hablaba de su esposa y de su esposa actual. Una era una enferma mental que la había tenido a ella, y la otra estaba cuerda y la había criado. Sin embargo, eran la misma, porque él no había podido tener dos esposas. A menos que…

?Acaso la mujer que la había criado no era su madre biológica? Aquello tampoco tenía sentido. Mary Ann era igual que su madre. Tenían el mismo grupo sanguíneo. No había duda de que eran de la misma familia.

Y no tenía duda de que su madre la había querido más que a nada en el mundo, como una madre de verdad. La había cuidado cuando estaba enferma, la había abrazado cuando lloraba, y había cantado y bailado con ella cuando estaba contenta. Habían jugado juntas. Aunque Mary Ann no entendiera nada, sí sabía una cosa: había sido una ni?a querida.

?Era posible que su padre hubiera estado casado con dos mujeres distintas que se parecían mucho? La primera la había tenido a ella, y la segunda la había criado. Aquello era una posibilidad, pero descabellada. ?Por qué su padre no se lo había contado nunca?

Aunque no quería hacerlo, le dio el diario a Riley. él miró el libro, encuadernado en piel, durante un largo rato, y después la miró a ella. No dijo nada. Sólo se inclinó hacia delante y la besó. Con suavidad, con dulzura, para reconfortarla.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Lleva esto al despacho, por favor. No quiero que sepa que lo he leído.

Riley asintió y se marchó, sin dejar de mirarla hasta que desapareció por la esquina. No volvió a su habitación. Estaba amaneciendo, y él tenía que volver. Mary Ann lo sabía, pero lo echaba de menos igualmente. él la había abrazado mientras leía, y le había dado todo el consuelo que podía.

Mary Ann no podía ir al instituto aquel día. Estaba herida por dentro. Necesitaba soledad para procesar todo lo que había averiguado.

Al oír ruido en la cocina, supo que su padre ya se había levantado. Ella se duchó y se vistió como si fuera a ir al instituto. En la cocina, su padre ya había puesto el desayuno sobre la mesa. Huevos revueltos y tostadas. Estaba sentado en su sitio, escondido detrás del periódico. Mary Ann supo lo disgustado que estaba porque tenía los nudillos blancos mientras sujetaba las hojas del diario por la sección de deportes.

No podía decir nada para aliviarlo sin admitir lo que sabía. Y si comenzaba a hablar con él, sabía que iba a hacerle preguntas que él no podía responder todavía, y que ella misma debía averiguar. él le estaba ocultando algo, y ella no quería que tuviera oportunidad de mentirle.

Era extra?o saber que su padre tenía secretos. Raro, decepcionante y sí, para Mary Ann fue un disgusto. él le había prometido que siempre sería abierto y sincero con ella. ?Y tú le prometiste lo mismo?, pensó ella, pero sin embargo, le había mentido sobre grupos de estudio y se había metido en su despacho para leer el expediente de uno de sus casos. De repente, se sintió muy culpable.

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