—No quiero que vayas con ese chico, Mary Ann.
Aquella frase repentina la sorprendió. Y la severidad de su voz la dejó sin habla.
—Aden Stone es peligroso —dijo su padre, y dejó el periódico sobre la mesa del desayuno—. No quiero saber lo que está haciendo en Crossroads ni cómo lo has conocido, pero sé que no debes confiar en él. ?Me estás escuchando?
—Sí.
—Si es necesario, llamaré a la escuela y…
Ella dio un golpe con las palmas de las manos sobre la mesa.
—?Ni se te ocurra! Le causarías problemas y lo echarían de allí, y después lo volverían a meter en una clínica mental. ?Un lugar donde no tiene que estar, y tú lo sabes! Dime que no vas a hacer eso. Dime que no eres tan cruel.
Mary Ann nunca le había hablado así a su padre, y él se quedó asombrado.
—?Dímelo! —exclamó ella, y volvió a golpear en la mesa.
—No, no voy a hacerlo —dijo él suavemente—. Pero tú tienes que decirme que no vas a salir con él.
—?Por qué?
él no respondió.
En aquel momento, sonó el timbre.
Su padre frunció el ce?o.
—?Quién es?
—No lo sé.
Ella se levantó y fue hacia la puerta. Cuando abrió y vio quién era el visitante, se le aceleró el corazón. Riley. Tenía un aspecto tan curtido e implacable como siempre. Llevaba una camiseta negra y unos vaqueros, y el viento le había alborotado el pelo.
—?Qué estás haciendo aquí? —le susurró, mirando hacia atrás para asegurarse de que estaban solos. No lo estaban.
—Sí, ?qué estás haciendo aquí? —le preguntó su padre con aspereza—. ?Y quién eres?
Riley no se inmutó. Inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Hola, doctor Gray. Me alegro de conocerlo por fin.
—Papá, te presento a Riley —dijo Mary Ann, intentando disimular la euforia que sentía—. Es un chico nuevo del instituto. Le he estado ense?ando la zona y la escuela.
—?Va con…?
—No —dijo ella, que sabía que su padre le iba a preguntar si iba con Aden—. No.
—Te lo preguntaré de nuevo: ?Qué haces aquí?
—?Papá!
—No pasa nada, Mary Ann —dijo Riley, y miró a su padre—: He venido a recoger a su hija para llevarla al instituto.
—A ella le gusta caminar.
—Hoy no. Nos vemos después. Pórtate bien —le dijo Mary Ann.
Subió corriendo a su habitación, tomó la mochila y volvió a bajar corriendo. Riley y su padre se estaban observando en silencio.
Ella le dio un beso en la mejilla a su padre, y se dio cuenta de que tenía arrugas de tensión alrededor de los ojos.
—Adiós. Te quiero.
—Yo también te quiero.
él no dijo nada más, no intentó detenerla. Mary Ann se alegró. No sabía cómo habría reaccionado, ni lo que hubiera dicho. Necesitaba a Riley en aquel momento. Su padre tenía respuestas, pero Riley tenía aquellos brazos que la reconfortaban. Ambos entraron en su coche deportivo rojo.
Cuando rodearon la esquina de la calle y se alejaron lo suficiente, se tomaron de la mano. Y de repente, el mundo de Mary Ann estaba en orden de nuevo.
—?Adónde has ido? —le preguntó.
—Tenía que ver a Victoria, ducharme y cambiarme.
—Ah.
—Pero no quería irme —le dijo, y le besó el dorso de la mano.
A ella se le puso el vello de punta. Un momento después, se dio cuenta de que no iban al instituto, y frunció el ce?o.
—?Adónde vamos?
él sonrió.
—Tienes que aprender a sobrevivir en este mundo en el que te encuentras. También necesitas distraerte.
—?Qué significa eso? Lo de sobrevivir.
—Ya lo verás.