Entrelazados

Tengo que hallar la forma de liberarles, tanto por ellos como por mí. No estoy loco. Son gente, no son sólo voces. Sin embargo, no sé cómo hacerlo. Sólo se me ocurre encontrarles cuerpos, pero eso es imposible, ?no? Y si me las arreglo para encontrar los cuerpos, tal vez alguien que haya muerto recientemente, ?cómo voy a sacarlos de mi cabeza y ponerlos dentro de esos cuerpos? Tú eres la primera persona que conozco que puede anular lo que hago. Creo que sabes cosas que yo no sé, aunque ni siquiera te des cuenta. ?Y tú? Pero entenderé perfectamente que no quieras ayudarme.

Mary Ann bajó los brazos, con el papel sujeto entre los dedos. Su mente era un torbellino de preguntas. Había otras cuatro personas dentro de la cabeza de Aden. Sus voces eran una distracción constante para él, salvo cuando estaba con ella. Por algún motivo, ella las silenciaba.

?Creía algo de eso? No quería creerlo, y al principio no lo había hecho. Sin embargo, sus dudas habían dado paso a la curiosidad. La curiosidad se había convertido en incertidumbre, y la incertidumbre, al final, se había transformado en aceptación.

Una semana antes, ella no sabía que existieran los hombres lobo y los vampiros, y en aquel momento, ya no podía negarlo. ?Por qué no podía existir un chico con cuatro almas encerradas dentro de él? Gente que podía viajar en el tiempo y despertar a los muertos, predecir el futuro y poseer otros cuerpos. Eso último, ella lo había visto en persona.

?Cómo iba a poder ayudarlos ella? No era nadie especial.

Se mordió el labio inferior y miró hacia el techo de su habitación. Era liso y blanco, un lienzo vacío que esperaba los colores. ?Puedo resolverlo?, se dijo. Y se puso a hacerlo.

Muy bien. Aden pensaba que la mejor manera de liberar a las almas era encontrar cuerpos para ellas. Mary Ann pensaba que aquél debía ser el último recurso. Primero debían averiguar quiénes eran las almas que vivían atrapadas en su cabeza. O tal vez, quiénes habían sido. él había mencionado que, aunque no recordaban ninguna vida aparte de la que vivían con Aden, tenían momentos de déjà vu y reconocimiento. Eso tenía que significar algo.

Tal vez fueran fantasmas a los que Aden había arrastrado hacia sí, sin querer. Al pensar en aquello, Mary Ann miró a su alrededor con las manos agarradas al edredón, respirando pesadamente. Si los hombres lobo y los vampiros existían de verdad, ?por qué no iban a existir los fantasmas? ?Estaban a su alrededor? Era gente a la que ella conocía, tal vez? ?Gente que vivió allí antes que ella?

?Su madre?

A Mary Ann se le aceleró el corazón y se le llenaron los ojos de lágrimas. Su madre podía estar allí, observándola. Protegiéndola. Su deseo más grande era ver de nuevo a su madre y abrazarla, y decirle adiós. El accidente de coche había sucedido tan rápidamente, que no habían tenido ocasión de prepararse.

—Te quiero, mamá —susurró.

No hubo respuesta.

Carraspeó e intentó concentrarse mientras asimilaba la decepción. ?Dónde estaba? Ah, sí. Si las almas que estaban atrapadas dentro de la cabeza de Aden eran fantasmas, ?no deberían recordar sus vidas completamente? Aquello tenía sentido. O sus recuerdos se habían borrado al entrar en Aden, o eran otra cosa. ?ángeles? ?Demonios? ?Existían tales cosas? Seguramente. Pero seguramente no eran las almas que estaban atrapadas en Aden, porque ellos recordarían sus identidades. Pero, claro, sus recuerdos podían haberse borrado.

Ay. Aquello no la llevaba a ninguna parte. Lo primero que tenía que hacer era averiguar quiénes eran para poder saber quiénes habían sido. Aden decía en su nota que llevaban juntos desde su nacimiento.

—Lo cual significa que hay que ir al principio —se dijo.

Y para hacerlo tenía que reunir cierta información. Debía averiguar quiénes eran los padres de Aden, cuándo nació y quién estaba con él durante los primeros días de su vida.

??Al principio de dónde??.

Al oír aquella voz masculina dentro de su mente, se incorporó de golpe y se sentó. El lobo estaba en la puerta de su habitación, enorme, negro y precioso. Le brillaba la piel, y aquellos ojos verde claro la miraban casi con ternura. Tenía las orejas en punta, como las de un elfo. Y tenía algo de ropa en la boca.

—?Cómo has entrado?

?Andando?.

—Qué gracioso.

?La última vez que estuve aquí dejé abierta una de las ventanas de abajo para poder entrar cuando quisiera?.

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