Entrelazados

Riley. Su guardaespaldas. Debía de ser el chico a quien había visto Aden aquella ma?ana en el rancho, junto a Victoria. Eso significaba que no eran hermanos. Peor todavía, seguramente pasaban juntos mucho tiempo.

él observó las piedras, aprovechando aquellos instantes para contener los celos. Eran demasiadas piedras como para contarlas, y tan grandes, que nadie del tama?o de Victoria hubiera podido alzarlas.

—Has hecho un trabajo increíble —le dijo.

—Gracias.

?Aquí hay tanta paz… No quiero marcharme?, dijo Eve.

?Tal vez te haya traído aquí para que os besuqueéis?, dijo Caleb esperanzadamente. ??Quién iba a decir que ser agradable tendría sus frutos??.

?Eh, yo?, dijo Eve.

?Ay!

—Chicos. Callaos, por favor. Os lo ruego —dijo Aden. Sus compa?eros refunfu?aron, pero le hicieron caso.

Victoria lo miró con el ce?o fruncido.

—No te lo decía a ti —le dijo él—. Pero si quieres saber con quién estaba hablando, tendrás que darme información por información.

Ya estaba. Así iba a conseguir respuestas de ella. Si acaso Victoria sentía curiosidad por él. Pero, si la tenía y él le decía la verdad, tal vez ella pensara que era un chico demasiado extra?o, y no querría estar con él, como parecía que había ocurrido con Mary Ann.

—Me encantaría hacer un trueque —le dijo ella—. Podemos hacerlo mientras nos ba?amos.

?Cómo?

—?Ba?arnos? ?Los dos?

Ella se echó a reír.

—Pues claro. Yo vengo aquí todas las noches. Disfrutarás en el agua, te lo prometo.

—Pero no tengo traje de ba?o.

—?Y qué?

Sin darse la vuelta, ella se deslizó la túnica por los hombros y la dejó caer. Cuando la tela estuvo en el suelo, Aden se quedó boquiabierto de nuevo. Nunca había visto nada tan bello. Ella llevaba un traje de ba?o de encaje rosa. Era la primera vez que Aden veía a una chica con tan poca ropa en persona. Era tan blanca como la nieve y tenía un cuerpo de curvas perfectas y músculos suaves.

??Se me estará cayendo la baba??, se preguntó Aden.

Victoria se metió en el agua, salpicando, y se hundió en ella. No cesó de nadar hasta que llegó al centro, y lentamente, se giró hacia él con una sonrisa.

—?Vas a venir?

Demonios, sí. Aden se quitó la ropa, se quedó tan sólo con los calzoncillos puestos, y entró en la laguna. El agua estaba fría, y él sintió que se le ponía toda la carne de gallina. Sin embargo, disimuló y fingió que le encantaba. No quería que ella pensara que era un quejica.

él hacía pie en el centro, y el agua le llegaba por los hombros. Sin embargo, Victoria tenía menos estatura, y él se dio cuenta de que ella no podía hacer pie en el fondo musgoso. A pesar de ello, no parecía que estuviera moviendo las piernas. En el agua no había una sola onda.

Giraron uno alrededor del otro, sin dejar de mirarse.

—Bueno, ?preparada para el trueque de información? —le preguntó él.

Ella vaciló un momento, pero después asintió.

—Primero deberíamos establecer las normas.

—?Como por ejemplo?

—Como por ejemplo, la regla número uno. Tú eres una chica, así que vas primero. Regla número dos. Tú me haces una pregunta y yo la respondo. Regla número tres. Yo te hago una pregunta y tú la respondes. Regla número cuatro. Tenemos que decir la verdad.

—De acuerdo. Empezaré yo, entonces. ?Con quién estabas hablando antes?

Lógicamente, Victoria había empezado con la pregunta más embarazosa. Era de esperar.

—Estaba hablando con las almas que hay atrapadas dentro de mi cabeza.

Ella abrió unos ojos como platos.

—?Almas atrapadas en tu cabeza? ?Qué…?

—No. Ahora me toca a mí. ?De quién bebes sangre? Y, ?tienes algún esclavo de sangre?

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