Entrelazados

—No. Hace falta que ocurra varias veces. Pero no voy a morderte. Nunca.

—De acuerdo —respondió Aden, observándola e intentando controlar los latidos del corazón. Parecía que ella iba a salir corriendo y no iba a volver nunca. Lo más inteligente le parecía dejar aquel tema. Por el momento. No había ningún motivo para decirle que al final ella iba a morderlo, cambiara de opinión o no—. ?Cómo puedes moverte tan rápidamente?

—Todos los de mi raza podemos hacerlo. ?Qué estás haciendo aquí, Aden? Este bosque es peligroso para los humanos.

?Por qué era peligroso para los humanos aquel bosque? Cuando él se dio cuenta de lo que acababa de preguntarse, agitó la cabeza. Era raro referirse a sí mismo como humano, aunque supiera que lo era en realidad.

—Te estaba buscando. La otra noche te marchaste muy deprisa, y yo tengo muchas preguntas.

—Preguntas que seguramente no puedo responder.

Victoria arrancó una hoja del árbol, la arrugó y dejó caer los pedacitos. Cayeron al suelo flotando en círculos.

Aden sentía mucha curiosidad y no podía permitirse el lujo de rendirse. Sin embargo, en vez de presionarla, decidió preguntarle algo inocente, algo fácil. Tal vez así consiguiera que responderle fuera más fácil para Victoria, de modo que pudiera contestarle después a preguntas más difíciles. Sus médicos habían usado aquel método con él una o dos veces.

—?Por qué llevas túnicas? Yo hubiera creído que tú preferirías ponerte algo más moderno para encajar mejor.

—Encajar nunca ha sido nuestro objetivo —respondió ella, y se encogió de hombros—. Además, mi padre quiere que llevemos túnicas.

—?Y siempre haces lo que dice él?

—Los que desobedecen terminan deseando estar muertos —dijo ella—. Tengo que irme.

—No, por favor. Espera. Quédate conmigo un poco más. Yo… te he echado de menos.

Victoria se volvió hacia él y lo miró. En sus rasgos se reflejaron mil emociones distintas. Esperanza, arrepentimiento, felicidad, tristeza y miedo. Finalmente ganó la esperanza.

—Ven —le dijo—. Quiero ense?arte una cosa.

Le tendió la mano. él se preguntó qué era lo que había causado tal torbellino en ella, pero no vaciló a la hora de entrelazar sus dedos con los de Victoria. El calor de su piel casi le quemó mientras se adentraban cada vez más en el bosque.

—Eres muy caliente. Quiero decir —a?adió rápidamente, al darse cuenta con horror de cómo sonaba aquello—. Quiero decir que la temperatura de tu piel es muy alta.

—Oh, disculpa —dijo Victoria, y lo soltó.

—No, me gusta —respondió Aden, y volvió a agarrarle la mano—. Sólo me preguntaba por qué es tan alta tu temperatura.

—Oh —dijo ella de nuevo, y se relajó—. Los vampiros tenemos más sangre que los humanos. Mucha más. Y no sólo por lo que consumimos, sino porque nuestro corazón late a mucha más velocidad.

Tomaron una curva. Aden no reconocía aquella zona.

—?Adónde vamos?

—Ya lo verás.

él no quería alejarse del rancho, por si acaso Dan se despertaba e iba a buscarlo, pero no protestó. Por estar con Victoria merecía la pena correr el riesgo. Cualquier riesgo.

De repente, oyó el murmullo del agua.

—?Hay un río por ahí?

—Ya lo verás —repitió ella.

Salieron de entre unas ramas y Aden vio ante sí una laguna. Había piedras muy grandes amontonadas a un lado, y de ellas caía una cascada que formaba burbujas en la superficie del agua. él se quedó boquiabierto.

—Esto sólo era un charco cuando llegué —le dijo Victoria—. He trabajado durante toda la semana amontonando las piedras. Riley, mi guardaespaldas, redirigió el curso del agua.

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