Entrelazados

Entonces asimiló sus palabras; Penny estaba embarazada de verdad, y Tucker se había acostado con ella. No había dicho algo como ?No puedo ser el padre porque nunca la he tocado?. Sólo había dicho que él no era el padre porque no quería serlo.

Ella se cubrió la boca con la mano. El hecho de que Tucker la hubiera enga?ado la avergonzaba profundamente. ?Acaso lo sabía todo el mundo menos ella? ?Se habían estado riendo de ella a sus espaldas? Pero lo que más le dolía, lo que la destrozaba, era la traición de Penny. Penny, a quien ella quería. Penny, en quien confiaba.

—?Cuánto tiempo? —le preguntó—. ?Cuántas veces habéis estado juntos? ?Cuándo habéis estado juntos?

El lobo le acarició la pierna con la nariz, y ella buscó automáticamente el calor de su pelaje con la mano. En el mero hecho de acariciarlo encontró consuelo.

Tucker se movió con inquietud.

—Como te he dicho, nada de eso tiene importancia.

—?Dímelo! O te juro que no seremos amigos.

No iban a serlo de todos modos, pero él no tenía que saberlo en aquel momento.

—Sólo una vez, te lo prometo. Poco después de que tú y yo empezáramos a salir. Vine a verte, pero tú no estabas en casa, así que pasé por la de Penny para preguntarle dónde estabas, porque no respondías a mis llamadas. Si hubieras contestado… —dijo él, cabeceando suavemente—. Empezamos a hablar, y sucedió. No significó nada. Tienes que creerme, Mary Ann.

No había significado nada para él. Oh, muy bien, con eso todo mejoraba, y además negaba lo que habían hecho Penny y él. Mary Ann tuvo ganas de zarandearlo. Lo que habían hecho le causaba dolor. Por supuesto que significaba algo.

—Tienes que irte —musitó ella.

—Podemos solucionarlo —dijo él, y avanzó hacia ella nuevamente—. Sé que podemos. Sólo tienes que…

El lobo gru?ó mientras ella gritaba:

—?Vete!

Tucker apretó la mandíbula. Durante un largo instante se limitó a mirarla. Finalmente, el lobo se hartó y dio un paso hacia delante, ense?ándole los dientes.

Tucker soltó un gritito, y dibujó un amplio círculo alrededor del animal para abandonar el porche y salir corriendo hacia su furgoneta, que estaba aparcada en la calle de Penny, por cierto. ?Habían estado hablando antes de que él fuera a su casa? ?Se habían acostado y se habían reído de la mojigatería de Mary Ann?

El lobo volvió a acariciarle la pierna con la nariz.

—Tú también tienes que irte —le dijo suavemente.

Mary Ann se acercó a la puerta para abrir con manos temblorosas. Cuando la puerta se abrió, el lobo pasó a la casa por delante de ella. Aquello era algo que nunca había hecho antes.

—Lobo —le dijo Mary Ann entre dientes—. éste no es el momento.

él se paseó por la casa y olisqueó los muebles.

?Si crees que puedes obligar a un animal de cien kilos a que se marche, inténtalo, por favor?.

—?Has decidido hablar conmigo otra vez? Qué afortunada soy —dijo ella—. Muy bien. Haz lo que quieras. No te sorprendas si mi padre saca su revólver cuando te vea —a?adió. Era mentira que su padre tuviera un revólver, pero el lobo no tenía por qué saberlo—. Y no te hagas pis en la alfombra.

Aquello último fue mezquino, pero los últimos cinco minutos de su vida habían terminado con su filtro de chica agradable.

Subió a su habitación y dejó la mochila en el suelo. Con los ojos llenos de lágrimas, se tumbó en la cama y se abrazó a la almohada. La impresión estaba empezando a dejar paso a un dolor agudo en el pecho.

Podría llamar a Penny, gritarle, despotricar, llorar, pero no lo hizo. No quería manejar aquella situación de ese modo. En realidad, no estaba muy segura de que quisiera manejarla de algún modo.

El lobo subió a la cama de un salto y se acurrucó contra ella. Era caliente y suave.

?Mírame?.

—Vete.

?Mírame?.

—?Es que no puedes hacer nada de lo que te pido? ?Nada en absoluto?

?Por favor?.

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