Entrelazados

Mary Ann se sintió frustrada. Entonces, intentó usar la psicología.

—Muy bien. No me lo cuentes. Me alegro de que no me hables con la mente. De todos modos, seguro que ya no puedes hacerlo.

??Por supuesto que puedo! Humana tonta?, murmuró él.

Surtía efecto incluso con los animales. Ella apenas pudo contener la sonrisa. Claramente, iba por el buen camino.

—Entonces, ?por qué no lo has hecho?

De nuevo, más silencio.

—Chucho sarnoso —refunfu?ó ella.

El lobo ense?ó los dientes, pero su expresión fue más de diversión que de enfado.

—Vamos a intentarlo de nuevo. ?Tienes pensado hacerle da?o a Aden?

En vez de ignorarla como había hecho las veces anteriores, él asintió.

—Si Aden no hubiera poseído tu cuerpo, tú lo habrías hecho a?icos. Lo que hiciera después de eso, lo que hizo —ninguno de los dos se lo había dicho—, no fue para herirte a ti, sino para protegerse a sí mismo. No puedes culparlo por eso. Estoy segura de que tú habrías hecho lo mismo.

De nuevo, silencio.

—Aden es un chico estupendo, ?sabes?

Eso provocó un nuevo gru?ido.

Salieron del bosque y apareció el muro alto de ladrillo que rodeaba el barrio de Mary Ann.

—Si le haces da?o, ya no podré seguir paseando contigo. Sé que a ti no te importará, pero a mí has empezado a caerme bien. Un poco. Quiero decir que eres tolerable. Terco, pero tolerable. Y sabes cosas del mundo que yo acabo de descubrir. Tengo muchas preguntas…

En vez de rodear el muro, Mary Ann trepó para saltarlo. El lobo prefería aquella ruta, tal y como ella había aprendido durante la primera vez que habían vuelto juntos a casa, cuando él la había empujado con la nariz hasta que ella había cedido. De aquel modo, él podía permanecer entre las sombras en vez de caminar a plena vista de todo el mundo.

—Si seguimos así, voy a desarrollar unos músculos enormes —murmuró ella, cuando llegaron a la parte superior del muro—. Eso no es muy bonito en una chica, así que no creas que te lo voy a agradecer.

El lobo flexionó las patas traseras y saltó. Un segundo después, estaba a su lado.

Ella miró al suelo con resignación. Había un macizo de flores y dos capas de mantillo por los que ella había rodado accidentalmente más de una vez.

—Allá voy —dijo.

Se dejó caer, aterrizó sobre las flores y se tambaleó hacia delante.

En cuanto se irguió, vio al lobo a su lado, caminando con calma.

—No es justo —dijo ella.

Como estaban en una zona bastante populosa y la gente volvía a casa del trabajo, él se mantuvo cerca de las casas, escondido en parte entre los arbustos. Era muy grande, y a Mary Ann le sorprendía que nadie hubiera llamado todavía a la perrera para que lo cazaran. Una semana antes, ella lo habría hecho.

Mary Ann vio su casa en la distancia, y aminoró el paso. Sin embargo, llegaron pronto al porche.

Aquélla era una parte del día que había empezado a odiar. Sus últimos minutos con el lobo antes de que él se marchara a algún sitio y no volviera a aparecer hasta la ma?ana siguiente. Sí, su silencio la irritaba. Y sí, estaba alejándola de Aden. Pero eso no disminuía la emoción que sentía a su lado.

Cuando rodeó el enorme arce, se detuvo en seco y abrió unos ojos como platos.

—?Tucker?

Tucker se levantó del columpio del porche. Se metió las manos en los bolsillos y hundió un poco los hombros.

—Hola, Mary Ann.

—?Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella. Sabía que él tenía entrenamiento.

—Sólo quería…

El lobo se colocó junto a ella.

Al verlo, Tucker retrocedió hasta que se topó con la puerta.

—?Qué demonios es esa cosa?

—Es mi… mascota.

Por lo menos, el lobo no gru?ó cuando ella dijo que le pertenecía. Estaba completamente concentrado en Tucker.

—Pero si no te gustan los animales —jadeó Tucker.

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