Entrelazados

Por fin, Aden llegó a un claro rodeado de follaje, bien oculto de miradas curiosas. ?Pero dónde estaba la chica de la visión? No había ni rastro de ella.

—Alto —dijo la muchacha.

Aden se dio la vuelta y la vio. Era su belleza. ?Y su asesina? Tenía una daga en cada mano. Sus dagas. Las que se le habían caído antes, cuando había entrado en el cuerpo del lobo.

Aden frunció el ce?o.

Apareció un rayo de luna entre las nubes, e iluminó los reflejos azules de su pelo, además de las dagas. Ella no iba a apu?alarlo. Era delicada e inofensiva, tenía un aspecto demasiado inocente entre aquellas sombras.

—?Dónde está el chico? —preguntó. A él seguramente no le importaría cortarlo en trocitos. Aden no había olvidado la ira que irradiaba—. ?El que estaba contigo?

Ella ladeó la cabeza.

—Si hubiera venido esta noche, te habría matado.

—?Por qué?

—Está celoso de ti. Además, se supone que yo no estoy aquí, y si él hubiera sabido que iba a venir, me lo habría impedido. Tenía que venir sola.

él se hizo miles de preguntas. ?Alguien estaba celoso? ?De él? ?Por qué? ?Y por qué se suponía que ella no debía estar allí?

—?Cómo me has traído aquí? Tú has hablado y yo me he visto obligado a obedecer.

Ella se encogió de hombros.

—Es un peque?o don mío. Creo que son tuyas —dijo, y se aproximó a él. Entonces, le tendió las dagas.

Aden se sintió orgulloso de sí mismo. No se estremeció, ni se preparó para atacar.

??Quién es??, preguntó Eve.

?Tengo otro mal presentimiento, Aden?, dijo Elijah con pánico. ?Creo que deberías marcharte?.

—Silencio —murmuró.

—No me des órdenes —le dijo la chica. Cuanto más hablaba, más notaba Aden que tenía un acento extranjero.

—No estaba hablando contigo.

Ella se desconcertó.

—Entonces, ?con quién? Estamos solos.

—Conmigo mismo.

—Entiendo —dijo ella, aunque estaba claro que no lo entendía—. Toma.

Le puso las dagas en las manos y a?adió:

—Estoy segura de que vas a necesitarlas en los próximos días.

—?Y no tienes miedo de que las use contra ti?

Ella se echó a reír. Su risa era como de campanillas.

—No me importaría. No me puedes hacer da?o.

—Siento decírtelo, pero nadie puede soportar una cuchilla.

—Yo sí. No puedes cortarme.

Irradiaba una confianza absoluta.

—?Quién eres?

—Me llamo Victoria.

—Yo soy Aden.

—Ya lo sé —dijo ella, y su voz se endureció.

—?Cómo lo sabes?

—Llevo días siguiéndote.

—?Por qué?

—Tú nos llamaste.

?Por teléfono?

—No he podido llamaros. No tengo tu número.

—?Me estás provocando?

—No. De veras, no te he llamado.

Ella exhaló un suspiro de frustración.

—Hace una semana, abrumaste a mi gente con energía. Era una energía tan fuerte, que nos dejaste sumidos en el dolor durante horas. Una energía que se enganchó a nosotros y nos atrajo hacia ti como si estuviéramos atados con una cuerda.

—No lo entiendo. ?Que yo envié energía?

Una semana antes, lo único que había hecho era matar cuerpos y conocer a Mary Ann.

Al pensar aquello, abrió unos ojos como platos. La primera vez que había visto a Mary Ann, todo había dejado de existir y el mundo había explotado en una ráfaga de viento. ?Se refería a eso Victoria? ?Y qué significaba para Mary Ann y para él?

—?Quién es tu gente? ?Dónde vives?

—Nací en Rumanía —dijo ella, ignorando la primera pregunta—. En Wallachia.

Aden frunció el ce?o. Una vez, uno de sus tutores le había mandado hacer un trabajo sobre Rumanía. Sabía que Wallachia estaba al norte del Danubio y al sur de los Cárpatos, y que la ciudad ya no se llamaba así. También sabía que Mary Ann y él no podían haber generado un viento que llegara a un lugar tan lejano. ?Verdad?

—?Estabas allí cuando la energía te golpeó?

—Sí. Nos movemos mucho, pero acabábamos de volver a Rumanía. ?A qué estás jugando con nosotros, Aden Stone? ?Por qué querías que viniéramos?

No, él sólo quería que ella fuera a su lado.

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