Entrelazados

No había otro modo, pensó con un suspiro. Se sentó y extendió una de las patas traseras. Miró hacia atrás. Los músculos estaban contraídos, y el pelaje brillaba como si fuera de diamantes negros.

?No?, dijo Eve, al darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder. ?No lo hagas?.

?No tengo más remedio?, pensó Aden.

Sintió una náusea. No tenía tiempo para endurecerse contra el dolor que estaba a punto de infligir. Nunca habría tenido tiempo suficiente. Simplemente, ense?ó los dientes del lobo y, con un rugido feroz, se lanzó hacia la pierna y hundió los colmillos en la carne, atravesó el músculo hasta el hueso.

Hubo un grito dentro de su cabeza, un gru?ido, varios gemidos. Todos sintieron el mordisco, el dolor que se extendió como una descarga eléctrica y que afectó a todos los órganos que tocaba.

??Qué demonios estás haciendo??, gritó el lobo. ??Para! ?Para!?.

Aden mantuvo la fuerza de las mandíbulas y tiró hacia atrás. Notó un líquido caliente de sabor metálico en la boca, por la garganta, por el pelaje. Tuvo una arcada.

Hubo más gritos, más gemidos.

Aden jadeó mientras el cuerpo del lobo caía en la hierba. El dolor lo inmovilizó, tal y como él pretendía. Así, cuando saliera, no podría seguirlo ni atacarlo.

Tuvo que usar toda su fuerza mental para sacar una mano insustancial del cuerpo del lobo, y cuando se solidificó, pudo agarrarse a la raíz del árbol más cercano. De un tirón, salió al bosque.

Aden se quedó allí durante un instante, aturdido, intentando recuperar el aliento. ??Muévete! ?Muévete!?. Su cuerpo humano se negaba a obedecer. Ya no estaba dentro del cuerpo herido, pero a su mente, y a las de sus compa?eros, no les importaba. Todos sabían lo que había ocurrido, y sentían los efectos. Sus músculos estaban agarrotados alrededor de sus huesos, y lo mantenían inmóvil.

Por fin, la adrenalina comenzó a fluir por su cuerpo, a combatir el dolor y a darle fuerzas. Pudo rodar y tumbarse de costado. El lobo seguía exactamente como él lo había dejado, con la pierna extendida y ensangrentada.

—Lo siento —le dijo Aden, y era la verdad—. No podía permitir que me atacaras.

El animal lo miró con sus ojos verdes, llenos de dolor y de furia.

Aden se puso en pie y se tambaleó.

—Tengo que ir a ver al due?o de la casa. Volveré con vendas.

Un débil aullido le prometió un castigo si volvía. No importaba. Iba a volver. Fue hacia el barracón y entró por la ventana de su habitación. Estaba muy débil, y no tenía tiempo para enfrentarse a los demás chicos. Todas las ventanas tenían alarma de seguridad, pero el sistema sólo se encendía de noche. Además, Aden había cortado la conexión de su ventana hacía tiempo para que nunca activara la alarma, aunque sin cambiar de aspecto la instalación, por si acaso a Dan se le ocurría comprobarla.

él tenía su propio cuarto de ba?o, y se bebió un vaso de agua entero. Después se lavó la cara. Afortunadamente, no se había manchado la camisa de sangre, sólo de tierra y de hierba. Estaba muy pálido, y tenía el pelo despeinado y lleno de ramitas.

Metió varias vendas y un tubo de crema antibiótica en una bolsa, y volvió a salir por la ventana. Después de esconder la bolsa entre unas piedras, se dirigió hacia la casa principal.

Dan estaba sentado en el porche, y Sophia se encontraba durmiendo a sus pies. La ventana que había tras él se hallaba abierta, y se oían los ruidos de las cacerolas y sartenes. Meg, la se?ora Reeves, estaba cocinando. Por el olor, estaba haciendo una tarta de melocotón. A Aden se le hizo la boca agua. El sándwich de mantequilla de cacahuete que había tomado a media ma?ana sólo era un recuerdo.

??Cómo puede Dan enga?ar a esa mujer??, preguntó Eve con un suspiro de disgusto. ?Es un tesoro?.

??Y a quién le importa??, exclamó Caleb. ?Tenemos cosas que hacer?.

Eve resopló.

?A mí sí me importa. Está mal?.

Aden estuvo a punto de gritarles que se callaran.

Cuando Dan lo vio, miró su reloj de pulsera y asintió con satisfacción.

—Muy puntual.

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