Entrelazados

—Encantado de conocerte, Tucker.

Tucker miró la camisa de Aden y leyó lo que había escrito en ella. Se echó a reír.

—Qué gracioso.

A Aden se le borró la sonrisa de los labios. Había estado tan emocionado durante todo el día, aprobando exámenes, haciendo treguas y amigos, que se había olvidado de la camisa.

—Gracias.

—?Por qué no te largas con tu amigo el Tartamudo? —era una orden, no una pregunta—. Mary Ann y yo tenemos que hablar.

Mensaje recibido. Tucker y él no iban a ser amigos. Muy bien. La única persona que le importaba en aquel momento era Mary Ann. Bueno, y la chica de la visión, pero ella no estaba allí.

—Nos vemos, Mary Ann —dijo.

Ella sonrió con simpatía.

—Nos vemos aquí ma?ana. Te ense?aré el instituto.

A Tucker le vibró un músculo bajo el ojo.

—Seguro que está muy ocupado. ?Verdad, Chiflado?

Aden supo que su respuesta definiría el tipo de relación que iba a tener con Tucker. Si decía que sí, Tucker se sentiría superior, y asumiría que Aden estaba intimidado. Si no lo hacía, Tucker lo vería como un competidor por Mary Ann, y lo atacaría a la menor oportunidad.

No podía permitirse tener otro enemigo, pero alzó la barbilla.

—No estoy ocupado en absoluto. Nos vemos por la ma?ana, Mary Ann.

Asintió para despedirse de ambos y se alejó con calma.

Mary Ann acompa?ó a Tucker al campo de fútbol para el entrenamiento, explicándole con serenidad, pero con firmeza, que no podía llamar a la gente ?Chiflado? y ?Tartamudo?, porque así les creaba complejos para los que luego necesitarían terapia.

—Deberías darme las gracias por eso, porque estoy contribuyendo a tu futuro negocio, ya que quieres ser psiquiatra —dijo él.

Ella se quedó tan asombrada por aquella respuesta, que se detuvo en seco, boquiabierta. él nunca le había hablado con tanto sarcasmo.

él entrecerró los ojos.

—Bueno, estoy esperando.

—?El qué?

—A que me des las gracias, primero. Y después, tienes que decirme que no vas a volver a ver a ese chico. No me gusta, y no me gusta cómo te miraba. Y si vuelve a hacerlo, le voy a romper los dientes.

—Ni hablar, Tucker. No te acerques a él, ?me oyes? No quiero que le hagas da?o. Y yo seré amiga de quien quiera. Si no te gusta, puedes… podemos…

—No vas a romper conmigo —gru?ó él, cruzándose de brazos—. No lo permitiré.

No era eso lo que ella quería decir, pero de repente se vio reflexionando sobre ello. El Tucker que estaba frente a ella no era el Tucker de siempre. Aquel Tucker no estaba haciendo que se sintiera guapa, o especial. Aquel Tucker, con su cara de pocos amigos y sus amenazas, la estaba asustando.

Aquél era el Tucker que había ayudado, de alguna manera, a echarle una serpiente encima a Shannon, y que se había reído del miedo de otra persona. Era un Tucker que no le gustaba.

—No puedes impedírmelo, si lo decido así —le dijo.

Para su sorpresa, la expresión de Tucker se suavizó de inmediato.

—Tienes razón. Perdóname. No debería haberme comportado así. Sólo quiero que estés segura. ?Es que puedes culparme por eso?

Y, con delicadeza, le acarició la mejilla con un dedo.

Ella se apartó de su caricia.

—Mira, yo… —iba a decir algo, pero uno de los jugadores llamó a Tucker para pedirle ayuda.

Tucker, ajeno a la tensión que sentía Mary Ann, le besó la mejilla que le acababa de acariciar.

—Hablaremos ma?ana, ?de acuerdo?

Sin esperar su respuesta, él se alejó.

Entonces, Mary Ann se dio la vuelta y se encaminó hacia el aparcamiento. Estaba enfadada. ?Qué hacía con aquel chico? Se había disculpado por todo lo que había hecho, pero… ?de verdad lo sentía?

El Mustang de Penny se alejó justo cuando ella bajaba de la acera. Así pues, se había quedado sin transporte de vuelta a casa. Podía llamar a su padre, y esperar a que él fuera a buscarla. Podía ir a casa sola, o podía seguir a Aden.

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