—Hola —le dijo.
Los chicos llevaban chismorreando sobre él todo el día. En aquel momento, la historia preferida contaba que era uno de los alborotadores que vivían en el Rancho D. y M., propiedad de Dan Reeves, y que había matado a sus padres. Al día siguiente, a aquella hora, ya habría matado también a una hermana y a un hermano, seguro.
Mary Ann había visto a Dan en la ciudad, y había oído hablar sobre él. Supuestamente, sus padres habían muerto jóvenes, y él se había criado con sus abuelos. Fue un chico salvaje y tuvo problemas con la ley, pero también fue mágico en el campo de fútbol americano y llegó a ser jugador profesional, aunque tan sólo durante unos a?os, porque sufrió una lesión en la espalda y tuvo que dejarlo. En ese momento decidió abrir su casa a chicos con tantos problemas como los que él tuvo una vez. La mayoría de la gente de Crossroads todavía lo adoraba, aunque desaprobaran a la gente a la que permitía vivir en su casa.
Shannon la miró nerviosamente.
—Hola.
—Me llamo Mary Ann Gray. Si necesitas algo, yo…
—Yo-yo-yo no n-necesito nada —dijo él rápidamente.
—Oh. Muy bien —dijo Mary Ann. Vaya, aquello dolía—. Sólo quería decirte que… te mantengas alejado de los jugadores de fútbol. Les gusta torturar a los chicos nuevos. Supongo que es su forma de darles la bienvenida.
Tenía las mejillas ardiendo cuando fue a sentarse a su asiento de siempre. El resto de la clase entró justo cuando sonaba el timbre.
Antes de ponerse a hablar sobre la era del imperialismo, el se?or Thompson le pidió a Shannon que se levantara y le hablara a toda la clase un poco sobre sí mismo, algo que hizo tartamudeando todo el tiempo. Los demás chicos se rieron de él. Mary Ann se olvidó de su propia humillación. No era de extra?ar que la hubiera echado de su lado. No le gustaba hablar con la gente. Se avergonzaba.
Ella le sonrió cuando él volvía a su asiento, pero Shannon no lo vio. Iba mirando al suelo.
También estaban juntos en la siguiente clase, la de Informática. Se sentaron juntos, pero ella no intentó hablar con él. Seguramente, iba a rechazarla otra vez. Tucker estaba en aquella clase. Había estado sentándose con Mary Ann hasta la semana anterior, cuando la se?ora Goodwin lo cambió por hablar.
—Eh, Tuck —le dijo Shane desde el otro lado de la clase.
Tucker lo miró, y Mary Ann, y algunos otros. Shannon no. Como en la clase anterior, mantuvo la cabeza agachada.
Shane se?aló a Shannon con un gesto de la barbilla. ?Haz algo?, le dijo a Tucker moviendo los labios.
Mary Ann se aferró al borde de su pupitre.
—No —dijo—. Por favor.
—Se?orita Gray —le dijo la profesora—. Ya está bien.
—Disculpe —dijo Mary Ann. Había pasado todo el mes sin meterse en problemas, y en un solo día la habían reprendido dos veces.
—No te preocupes —le dijo Tucker en voz baja, y levantó la mano.
La se?ora Goodwin suspiró.
—Sí, se?or Harbor.
—?Puedo ir al servicio?
—Sí. Pero no se entretenga o ma?ana estará castigado.
—Sí, se?ora —dijo Tucker, y se puso en pie. Salió de la clase y cerró la puerta, y Mary Ann suspiró de alivio.
Sin embargo, Tucker no se apartó de la puerta. Miró a Shane por la peque?a ventanilla de la puerta. Shane alzó las manos y Tucker asintió.
Shane se puso en pie, y de repente, tenía una serpiente en las manos. Era delgada, con escamas amarillas y verdes y una cabeza roja y brillante. A Mary Ann se le formó un nudo en la garganta. Dios santo, ?de dónde la habían sacado?