Entrelazados

—Será mejor que te marches. Un solo retraso estropearía tu impecable historial.

Típico del doctor Gray. Cuando no se salía con la suya, se despedía de ella para poder idear una estrategia y retomar la conversación más tarde, con un plan de ataque nuevo.

Mary Ann se puso en pie.

—Te quiero, papá. Estoy deseando que llegue el segundo tiempo cuando vuelva a casa —dijo. Tomó su mochila y se dirigió hacia la puerta, despidiéndose con la mano.

él se echó a reír.

—No te merezco, ?sabes?

—Sí, ya lo sé —dijo ella, y oyó la risa de su padre mientras cerraba la puerta.

Cuando salió de la casa, inmediatamente vio a un enorme perro negro, ?era un lobo?, que estaba tumbado a la sombra a pocos metros de ella. No había modo de pasarlo por alto; era como un coche que estuviera aparcado en su jardín. Al instante, se le heló la sangre.

En cuanto la vio, el animal se puso en pie y ense?ó los dientes y unos colmillos largos y blancos. Rugió de una manera amenazante, aunque no muy alto.

—Pa-papá —intentó gritar ella, pero se le había formado un nudo en la garganta que amortiguó su voz.

Oh, Dios santo.

Dio dos pasos atrás, lentamente, temblando de terror. Aquellos ojos verdes eran fríos, duros y… ?hambrientos? Se dio la vuelta para entrar en casa de nuevo, pero la bestia dio un salto por delante de ella y le bloqueó la puerta.

Oh, Dios. ?Qué podía hacer? Una vez más, comenzó a retroceder. En aquella ocasión, el animal la siguió, manteniendo la misma distancia entre ellos.

Ella dio otro paso hacia atrás, pero tropezó con algo y cayó. Su trasero impactó dolorosamente con el suelo. ?Qué había…? Su mochila. En aquel momento estaba colocada bajo sus rodillas. ?Cuándo la había dejado caer? ?Y qué importaba? Iba a morir.

Sabía que no podía correr más que aquel lobo. Y era un lobo, seguramente un lobo salvaje. Era demasiado grande como para ser un perro. Su única esperanza era que alguien los viera y llamara a la policía.

El lobo estuvo sobre ella un segundo después, empujándole los hombros contra el suelo con las patas anteriores. Mary Ann seguía sin poder gritar. No tenía voz.

?No te quedes quieta como una estúpida. ?Haz algo!?. Se incorporó y le agarró el morro con una mano, mientras intentaba quitárselo de encima con la otra. El animal se limitó a zafarse el morro y apartó el otro brazo con la pata. Ella nunca se había sentido tan impotente. Por lo menos, el bicho no babeaba.

Lentamente, se inclinó hacia delante. Ella se estremeció y presionó la cabeza contra el suelo todo lo que pudo, y finalmente, pudo emitir un sonido en forma de gemido. En vez de comerse su cara, como ella había pensado, el lobo le olisqueó el cuello. Tenía la nariz fría y seca, y su aliento era cálido. Olía a jabón y a pino.

?Qué demonios…?

Otro olisqueo, aquél bastante largo, y después, el lobo se alejó de ella. Cuando Mary Ann estuvo libre de su peso, se levantó poco a poco sin hacer movimientos bruscos. Sus ojos se encontraron, los del lobo verdes y fríos, los de ella, casta?os y llenos de miedo.

—Buen perrito —susurró Mary Ann.

El lobo gru?ó.

Ella cerró la boca. Era mejor no hablar.

El animal hizo un gesto hacia la derecha con el morro. ?Le estaba diciendo que se largara? Ella se quedó inmóvil, y el lobo repitió el gesto. Mary Ann tragó saliva y se puso en pie. Arrastrando la mochila, con las piernas temblorosas, comenzó a caminar hacia atrás. Mientras lo hacía, abrió la mochila y sacó el teléfono móvil.

El lobo hizo un gesto negativo con la cabeza.

Ella se quedó quieta. ?Vamos, puedes hacerlo. Sólo tienes que marcar el nueve nueve uno?. Mary Ann movió el dedo, y el lobo gru?ó cuando ella presionó el primer botón. De nuevo, ella se quedó petrificada. él se calló. Mary Ann tenía tanto frío, que ni siquiera los rayos del sol podían calentarla.

Presionó otro botón.

Sonó otro gru?ido.

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