Entrelazados

—Tenéis una hora, chicos. Comprad algo de ropa y cuadernos para el instituto, pero no salgáis del edificio. Voy a confiar en vosotros. Si no estáis esperándome cuando vuelva, con las bolsas en la mano, estáis fuera del rancho. Será el final. Sin excusas. ?Entendido?

Aden no lo miró a los ojos. No había podido hacerlo desde aquella noche en que había sabido lo de la se?ora Killerman.

—?Entendido?

—Sí —murmuraron Shannon y él.

Dan les dio a cada uno un billete de cincuenta dólares.

—Es todo lo que tengo. Espero que os sirva.

—Gra-gracias —dijo Shannon, y bajó de la furgoneta.

—Aden —le dijo Dan cuando estaba intentando hacer lo mismo—. Sólo para que lo sepas, tú no vas a ir a clase el lunes.

—?Cómo? ?Por qué?

—No te preocupes. Vas a ir al instituto, pero tienes que hacer las pruebas de nivel antes de poder ir a una clase determinada. Te darán los resultados sólo una hora después de haberlas hecho, gracias a los ordenadores. Shannon hizo las pruebas la semana pasada, pero tú estabas demasiado enfermo. Creo que vas a aprobar, por eso te he traído de compras hoy, para que estés listo para el martes.

Aden asintió. Se despidió de Dan, bajó de la furgoneta y miró a su alrededor por la acera. Estaba llena de gente, pero no había ni rastro de Shannon.

??Es que se hubiera muerto si llega a esperarte??, le preguntó Caleb.

Mientras compraba y sus amigos le decían qué ropa podía quedarle bien, vio al otro chico unas cuantas veces. Shannon andaba mirando por los percheros y fingía que no lo veía.

—Como si yo quisiera estar contigo —dijo Aden.

—?Con quién? —le preguntó alguien.

Alzó la vista y vio a una se?ora mayor que estaba a su lado. Tenía el pelo de un rojo brillante, y cardado, de modo que parecía una colmena. Llevaba un vestido de manga corta que le quedaba demasiado grande. Su cara, sus brazos, sus piernas... Todo le brillaba, como si se hubiera ba?ado en brillantina. Era muy raro.

Sin embargo, eso no era lo peor. Lo peor era que despedía una electricidad que a él le ponía el vello de punta, y eso le asustaba. ?Cómo lo hacía?

—Con nadie —dijo, y se alejó de ella. No confiaba en los desconocidos.

—Oh, precioso. Creo que hay algo que te inquieta, y me gustaría saber lo que es. Hace a?os que no hablo con nadie. Francamente, estaría dispuesta a escuchar una conversación sobre los hábitos de reproducción de las hormigas.

?Lo decía en serio?

—Se?ora, me da miedo.

—Pues siento que estés asustado —dijo la se?ora, y siguió hablando. No de hormigas, sino de su hijo, de la esposa de su hijo, de sus ni?os, y de que no había podido despedirse de ellos antes de que se mudaran y se alejaran de ella—. Tal vez tú pudieras, no sé, decirles adiós de mi parte.

—Ni siquiera los conozco.

—?Es que no me has escuchado? ?Te lo he contado todo sobre ellos! —exclamó, y volvió a empezar.

Después de un rato, Aden hizo todo lo posible por ignorarla.

?Necesitarás cuadernos, bolígrafos y carpetas?, dijo Julian, al ver que la ropa costaba treinta y cinco dólares y ochenta y tres centavos. Con impuestos. Eve llevaba la cuenta del dinero. No había nadie a quien se le diera mejor.

—?Cómo sabes lo que necesito? —le preguntó Aden a Julian.

?Supongo que es un recuerdo?.

A menudo había sospechado que las almas habían tenido una vida antes de quedar encerradas en él. De vez en cuando recordaban cosas que les habían sucedido, cosas que no habían podido pasarles cuando ya estaban dentro del cuerpo de Aden.

Aden salió de la sección de caballeros con cuatro camisas y un par de pantalones, y se dirigió hacia la papelería. Por supuesto, la mujer lo siguió sin dejar de hablar. Le habría gustado comprar un par de zapatillas de deporte, pero tendría que conformarse con las botas. Era más fácil esconder las armas de ese modo.

Después de hacer las compras, salió a la calle a esperar. Por fortuna, la mujer no lo siguió en aquella ocasión.

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