Dan suspiró y abrió la puerta de la furgoneta. Aden entró y se sentó en el medio del asiento. Cuando Dan se colocó detrás del volante y Shannon en el asiento del pasajero, Aden se sintió atrapado. Afortunadamente, el trayecto sólo duraba ocho segundos. Cuando aparcaron frente a la escuela, Dan los miró.
—Aquí tenéis el almuerzo —dijo—. Sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina. Hoy tendrá que valer. Meg os preparará algo mejor para ma?ana. Y ahora, escuchad. Si lo estropeáis, se acabó el instituto.
Bien. Estaban a punto de escuchar el mismo sermón que les había echado en el centro comercial.
—No estoy de broma —continuó Dan—. Si os perdéis una clase, os metéis en una pelea, o alguno de vuestros profesores tiene alguna queja, os sacaré del instituto rápidamente. ?Entendido?
—Sí —dijeron ellos al unísono.
—Bien. Shannon, ya tienes tu horario, así que puedes irte a tu primera clase. Aden, tú ve a la oficina de orientación. Las clases terminan a las tres, y sólo se tarda media hora en volver a casa andando. Os daré cuarenta y cinco minutos por si acaso algún profesor quiere hablar con vosotros, o algo así, pero si no llegáis a casa a tiempo…
?Se acabó el instituto?, terminó Aden mentalmente.
Shannon salió de la furgoneta, pero cuando Aden intentó hacer lo mismo, Dan lo agarró del brazo. Un déjà vu total. Sin embargo, en aquella ocasión Dan no lo sermoneó. Sólo sonrió.
—Buena suerte, Aden. No me falles ahí dentro.
El día comenzó como cualquier otro para Mary Ann. Se levantó, se duchó y se vistió mientras pensaba en los exámenes de aquella semana. El más importante era el de química. Tendría que estudiar mucho, porque era una de las asignaturas más difíciles. El problema era que casi no podía dejar de pensar en Aden Stone.
Penny había admitido que le había dado a Aden el número de teléfono de Mary Ann. Entonces, ?por qué no la había llamado? Había pasado una semana entera. En parte lo esperaba, y se sobresaltaba cada vez que sonaba el teléfono, Parecía que él estaba impaciente por hablar con ella. Por otra parte, sin embargo, tenía la esperanza de que él no se pusiera en contacto con ella. Era un chico guapísimo, pero después de la atracción inicial, Mary Ann sólo había sentido confusión y amistad hacia él, cuando no estaba experimentando una necesidad apremiante de echar a correr.
?Quería ser amiga suya? Estar cerca de él era como recibir un pu?etazo en el pecho. Su cuerpo sólo quería escapar. Su mente… lloraba su pérdida. Lo lloraba como si fuera alguien muy querido para ella.
Con un suspiro, bajó las escaleras. Su padre ya tenía el desayuno preparado: tortitas con sirope de arándanos. Mary Ann se tomó dos mientras él leía el periódico y tomaba café. Lo habitual.
—?Quieres que te lleve al instituto? —le preguntó mientras plegaba el periódico y lo dejaba sobre la mesa. él siempre sabía cuándo terminaba de desayunar sin que ella se lo dijera.
—No, gracias. Caminar incrementa la cantidad de oxígeno de mi cerebro, lo cual me ayuda mientras repaso mentalmente los apuntes sobre la síntesis del yoduro.
Su padre sonrió y agitó la cabeza.
—Siempre estudiando.
Cuando sonreía así, se le iluminaba toda la cara, y Mary Ann entendía por qué les gustaba a todas sus amigas. En el físico no se parecían. él era rubio y tenía los ojos azules, y era musculoso, mientras que ella era muy delgada. Lo único que tenían en común era su juventud, como a él le gustaba repetir. Sólo tenía treinta y cinco a?os, lo cual era muy poco para un padre. Se había casado con su madre nada más terminar el instituto, y habían tenido a Mary Ann enseguida.
Tal vez por eso se habían casado, por ella. Pero no era por ella por lo que habían seguido juntos. Aunque tenían peleas, se querían mucho. Se miraban con una expresión dulce que era prueba de ello. Sin embargo, a causa de las cosas que se decían el uno al otro, Mary Ann sospechaba a veces que su padre había enga?ado a su madre, y que su madre nunca lo había superado.
—Desearías que yo fuera ella, ?no? —le gritaba su madre.