Entrelazados

—Estás muy pálida, y quieres que te lleve en coche.

?Debía hablarle del lobo, sí o no? No. No hacía falta ser un genio para saber que iba a reírse de ella. ?Que un lobo la había acompa?ado hasta el instituto? Por favor. ?Quién iba a creérselo? Ni siquiera ella se lo creía totalmente.

—Es sólo que estoy nerviosa por el examen de química de ma?ana.

él se estremeció.

—La química es un rollo. No entiendo cómo has podido apuntarte a la clase de estudios avanzados del se?or Klein. Es un aburrido —dijo, y antes de que ella pudiera responder, a?adió—: Por cierto, hoy estás preciosa.

Claro, ?qué otro iba a decirle algo así? Ella sonrió.

—Gracias.

—De nada, pero no lo diría si no fuera cierto —respondió él, y aparcó.

?Y por eso estoy con él?, pensó Mary Ann, con una sonrisa más grande.

Cuando salieron del coche, ella miró hacia los árboles, pero no vio al lobo.

—Vamos —le dijo Tucker.

Le pasó un brazo por la cintura y comenzó a caminar. No pareció que se diera cuenta de que ella estaba temblando.

Allí, junto al aparcamiento de bicicletas, estaban los amigos de Tucker. Mary Ann los conocía, por supuesto, pero casi nunca estaba con ellos. Ella no les caía bien, y eso era algo que le dejaban bien claro cada vez que se acercaba, ignorándola por completo. Todos jugaban al fútbol americano, aunque ella era incapaz de conocer sus puestos.

Los chicos se saludaron y sí, fingieron que ella no estaba allí. Tucker nunca daba a entender que se percatara de aquella falta de respeto, y ella nunca decía nada. No estaba segura de cómo iba a reaccionar él, de si se pondría de su parte o de la de sus amigos, y tampoco merecía la pena perder el tiempo en comprobarlo, ni preocuparse por ello.

—?Te has enterado? —preguntó Shane Weston, el bromista profesional del instituto.

Nate Dowling se frotó las manos.

—Es nuestro día de suerte.

—Deja que se lo diga yo, Dow —gru?ó Shane.

Nate alzó las manos, aunque arqueó las cejas de impaciencia.

Shane volvió a sonreír.

—Carne fresca —dijo—. Dos testigos, Michelle y Shonna, han visto al director saludándolos.

?Eh? Mary Ann miró a Tucker.

él también estaba sonriendo.

—Chicos nuevos —dijo Nate—. Dos.

Mientras se reían y hablaban de cómo iban a iniciar a los recién llegados adecuadamente, Mary Ann se marchó a su primera clase. El se?or Klein les explicó todo lo que iban a encontrar en el primer examen, pero por primera vez aquel a?o, a Mary Ann le costó concentrarse. Había oído de pasada varias conversaciones por los pasillos.

Los nuevos eran dos chicos de su curso. Uno era alto con el pelo oscuro y los ojos negros, pero nadie había hablado con él. Se había metido en la oficina de orientación. ?Podría ser… Aden? Aquellos ojos…

El otro era negro, guapísimo, con los ojos verdes, ?como su lobo?, y tenía una expresión dura, pero tranquila.

Un momento. ?Acababa de comparar los ojos de un lobo con los de una persona? Aquello la hizo reír.

—?Se?orita Gray? —el profesor la reprendió.

Todos se volvieron a mirarla.

Ella enrojeció.

—Disculpe, se?or Klein. Puede continuar.

Aquello provocó varias risitas, y una mirada fulminante del profesor.

Durante el resto del día, Mary Ann anduvo buscando caras nuevas, pero no las encontró hasta después de la comida. Shannon Ross estaba en su clase de historia. Lo vio desde la puerta. Era tan guapo como decía todo el mundo. Era alto, y tenía los ojos verdes, sí, como los del lobo. Y era igual de callado que él.

Mary Ann llevaba bastante tiempo viviendo en Crossroads, pero sabía lo que era ser nuevo y no conocer a nadie. El chico se había sentado al fondo de la clase, y ella se sentó con él. No estaría mal que le advirtiera sobre Tucker y sus amigos.

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