Entrelazados

—?Chico? ?De qué chico? No sé por qué me estás siguiendo, pero ya puedes dejarlo. Te has equivocado de chica. De verdad, puedes marcharte.

?Es la última vez que te lo pregunto amablemente, guapa. Después voy a empezar a exigirte respuestas. Y no te va a gustar, Mary Ann?.

Sabía su nombre, y la estaba amenazando. Caminó hacia ella e insistió: ??Qué sabes del chico??.

—?A qué chico te refieres?

?Creo que se llama Aden?.

—?Y por qué quieres que te hable de él?

?Has hablado con él. ?De qué habéis hablado??.

—De nada personal. Sólo es otro estudiante de mi instituto. No irás a hacerle da?o, ?verdad?

él la ignoró de nuevo.

??Y el otro chico? ése con el que has ido al estadio?.

—Es Tucker. Estoy saliendo con él. Más o menos. Tal vez. Puede que rompamos. Creo. ?Estás pensando en hacerle da?o a él?

De repente, el lobo gru?ó de una manera distinta a las anteriores. Era como si estuviera preparado para atacar. Sonaron unos pasos en la hierba, y el lobo se dio la vuelta y se preparó para hacerle frente a la amenaza.

Aden salió de entre los árboles, con la cara sudorosa.

—Mary Ann —jadeó—. ?Qué te ocurre? —entonces, vio al lobo y se quedó inmóvil, en actitud defensiva y protectora—. Rodea el árbol lentamente —dijo. Sin apartar la vista de su enemigo, se agachó y se sacó dos dagas de las botas.

Ella se quedó boquiabierta. ?Llevaba dagas?

El lobo se inclinó hacia atrás y se preparó para el ataque.

—No, por favor, no —gritó ella—. No os peleéis.

—Vete a casa, Mary Ann —le dijo Aden. Se agachó y a?adió—: Ahora mismo.

?Dile que nos deje solos?, rugió el lobo, aunque sin apartar la atención de Aden. ?Por qué no se lo decía él mismo? ?Es que no podía hablar con dos personas a la vez? ?o no quería que Aden supiera lo que era?

—A-Aden —dijo ella, intentando colocarse entre ellos dos. Sin embargo, el lobo se movió y le bloqueó el paso—. No te pelees con él, por favor. Estoy bien. Todos estamos bien. Vayámonos cada uno por nuestro camino, ?de acuerdo? Por favor.

Ni el lobo ni el chico le prestaron atención. Siguieron moviéndose en círculos, mirándose torvamente.

—Ya basta, Eve —dijo Aden—. Necesito silencio.

?Eve?

Entonces, Aden se quedó inmóvil y pesta?eó como si estuviera confuso. Miró a Mary Ann y frunció el ce?o.

—Los oigo.

Ella también pesta?eó con desconcierto.

—?A quién?

??Ya está bien!?, gru?ó el lobo. ?Dile que se marche?.

—Quiere que te vayas —le dijo Mary Ann a Aden—. Por favor, vete. No me va a pasar nada, te lo prometo.

—?Puedes hablar con él?

Afortunadamente, no parecía que se sintiera muy horrorizado. No la miraba como si estuviera loca.

—Yo…

—No le digas ni una palabra más, o le arrancaré el cuello, ?entendido?

Entonces, ella cerró la boca con un peque?o quejido. Nunca se había sentido tan impotente ni tan asustada. No sabía qué hacer.

—?Te está amenazando? —le preguntó Aden, en voz baja, pero con ferocidad. Alzó las dagas y dijo—: Ven aquí, grandullón, y veamos si puedes luchar con alguien de tu tama?o.

?Será un placer?.

—?No! —gritó ella, justo cuando el lobo saltaba hacia delante.

Aden se reunió con él en el aire. Pero no chocaron. Aden desapareció como por arte de magia.

El lobo cayó al suelo, retorciéndose y gimiendo. Las dos dagas cayeron a su lado. Mary Ann se acercó rápidamente a él, sin saber qué había ocurrido, ni cómo debía reaccionar. Tal vez estuviera en estado de shock. No había sangre, así que no estaba herido.

Con la mano temblorosa, le palpó el morro.

—?Estás bien?

él abrió los ojos, que ya no eran verdes, sino de todos los colores que poseían los ojos de Aden. Entonces, se puso en pie, tambaleándose, y fue alejándose de ella lentamente.

Cuando pasó la fila de árboles, se dio la vuelta y echó a correr.





?La he visto. He visto a la chica?.

?Yo también?.

??La has reconocido? Yo sé que la había visto antes?.

Gena Showalter's books