Entrelazados

Ella continuó bebiendo y bebiendo hasta que al hombre le fallaron las rodillas. Entonces Victoria lo soltó, y él cayó al suelo y se golpeó la cabeza contar un contenedor de basura.

Victoria se agachó y le tomó la barbilla entre las manos. El hombre tenía los ojos cerrados y la respiración superficial, entrecortada. Le sangraban los dos pinchazos del cuello.

—No vas a recordar nada sobre mí, ni nada de lo que te he dicho. Sólo vas a recordar el miedo que te han producido mis palabras.

Y tal vez, sólo tal vez, aquel miedo lo empujara a cambiar. Tal vez no. De todos modos, ella había hecho lo que podía. Salvo matarlo, y eso lo tenía prohibido.

No podía ir contra las leyes de su padre. La primera vez que había matado accidentalmente a alguien, había recibido una advertencia. La segunda y última vez le habían dado latigazos con un látigo impregnado de je la nune, la sustancia que llevaba en el anillo.

Abrió aquel anillo, hundió una u?a en la sustancia y se la apretó contra la yema del dedo. Al instante, su piel chisporroteó y se abrió. La quemadura recorrió todo su ser, abrasándola y dejándola sin aliento.

Aden gritó al sentir todo aquel dolor.

Ella había hecho aquello dos veces por él, pero no le había dejado entrever la brutalidad de su dolor, porque no quería que él se sintiera culpable. Aden lo supo. No quería que se sintiera culpable cuando ella creía que era digna de él.

Aden cabeceó con incredulidad.

Ella no quería volver a tocar al hombre, así que dejó caer una gota de sangre en cada una de las heridas del cuello. La carne se unió y quedó sana, sin rastro de las heridas. Ella se incorporó. Había saciado su hambre, había fortalecido su cuerpo. Y sentía furia. Odiaba tener que recurrir a los depravados para sobrevivir, pero prefería alimentarse de ellos que de los inocentes.

Aden se dijo que eso no iba a volver a suceder. él le daría toda la sangre que necesitara. Ella no volvería a beber de nadie que no fuera él. Victoria no tenía por qué volver a sufrir así.

—?Mejor? —le preguntó alguien a su espalda.

Ella se volvió lentamente y vio a Dmitri. él estaba apoyado contra la pared, cruzado de brazos. Era muy alto, rubio, de rostro perfecto. Tenía una piel pálida y brillante. Vaya. Sin embargo, Aden sabía que toda aquella belleza escondía a un monstruo.

Victoria se limpió la cara con el dorso de la mano y asintió.

—Vuelve a casa —le dijo ella, mirando la luna—. Es un camino largo, y se acerca la ma?ana.

él sonrió con afecto, se irguió y se acercó a ella. Con delicadeza, le limpió una mancha de sangre de la barbilla. Ella apartó la cara, y la sonrisa de Dmitri se convirtió en un gesto de malhumor.

—Se supone que de ahora en adelante tú debes ir donde yo vaya. Eso significa que tienes que volver a casa conmigo.

?Controla tu ira?, pensó Victoria. ?No le lleves la contraria?.

Sonrió dulcemente y dijo:

—Cada vez que me obligas a algo te odio más.

él entrecerró los ojos.

—Es inútil que te resistas a mí, princesa.

—En realidad, no. Cualquier cosa que me mantenga apartada de ti es muy útil.

—Es por ese chico, ?verdad? —le preguntó Dmitri con ira.

Victoria elevó la barbilla para ocultar un temblor de miedo.

—Es porque no quiero tener nada que ver contigo.

Más rápidamente de lo que los ojos hubieran podido detectar, él se acercó y se inclinó sobre ella.

—Yo soy todo lo que tú necesitas. Soy fuerte y poderoso.

—Tú eres igual que mi padre —dijo ella—. Ves el temple de los demás como una amenaza para tus habilidades. Riges con un pu?o de hierro y castigas indiscriminada-mente.

—Sin orden habría caos.

—?Y qué tiene de malo?

—?Es eso lo que te ofrece ese chico? ?El caos? No soy tan tonto como piensas. Sé que lo deseas —dijo Dmitri. La agarró por los antebrazos y la sacudió ligeramente—. No vas a volver a esa escuela de los mortales, princesa. Te lo prohíbo.

—Eso no puedes decidirlo tú.

—Será así. Un día, será así.

—Pero por ahora no lo es. Tú todavía has de responder ante mi padre.

él hizo un gesto de desprecio.

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