Entrelazados

—Llévate el coche, o si no quédate aquí. ésas son tus únicas opciones —sacó las llaves de un cajón del escritorio y se las dio a Mary Ann. Después sacó un cuaderno amarillento—. Llévate esto también. Era de tu madre. Anne.

Durante todo aquel tiempo él había tenido algo de su madre y se lo había ocultado. En silencio, Mary Ann subió a su habitación y metió algunas cosas en la mochila. Después salió y se alejó de la casa en la que había vivido siempre, con las mejillas llenas de lágrimas incesantes y ardientes. Sufría por la madre a la que nunca había conocido, por su padre, que se había convertido en un desconocido, y por la inocencia que había perdido.

Condujo durante horas intentando recuperar el control de sus emociones, pero no lo consiguió. El diario la obsesionaba. Rodeó el vecindario y pasó cerca del Rancho D. y M., y se detuvo, pero sabía que tenía las emociones a flor de piel y que no debía entrar a ver a Aden. Volvió a su barrio. La luna ascendió por el cielo de un color dorado, y el tráfico comenzó a disminuir. La gente estaba en los jardines de sus casas, trabajando o simplemente relajándose. Sin embargo, ?había algo entre las sombras, esperando para atacar? Mary Ann tenía miedo de la respuesta.

Vio a un lobo corriendo junto al coche, a unos kilómetros de su casa. Reconoció el pelaje negro y el brillo verde de sus ojos, y paró a un lado de la carretera. Tenía los ojos llenos de lágrimas que le emborronaban la visión, y un sollozo a punto de estallar en la garganta. El lobo caminó hasta el bosque cercano y después de unos minutos, reapareció en forma humana. Llevaba una camisa arrugada y unos pantalones de pinzas, que obviamente se había puesto a toda prisa. Entró en el coche y cerró la puerta.

—Mary Ann, no quiero que estés sola. Hay muchos duendes sueltos esta noche, y no quiero que te huelan. Mi manada los está siguiendo, y tampoco quiero que ellos te vean.

—?Dónde has estado? —le preguntó ella.

Entonces, sin poder evitarlo, se echó a llorar y se abandonó al dolor y a la ira. Por sí misma y por su padre.

—Eh, vamos, vamos —le dijo Riley suavemente, mientras se la colocaba en el regazo—. ?Qué te pasa, cari?o? Cuéntamelo.

?Cari?o?. La había llamado cari?o. Era tan maravilloso, tan dulce, que hizo que Mary Ann llorara más. Entre sollozos le contó lo que había averiguado. él la abrazó y la acarició durante todo el relato, y después la besó. Sus labios se unieron con los de ella, y Mary Ann probó su lengua cálida, suave y salvaje, y sintió sus dedos entre el pelo. Se sintió segura, invadida por todas las sensaciones que él le producía. No quería que terminara nunca.

—Tenemos que parar —susurró él con la voz ronca.

Claramente, no tenían las mismas intenciones.

—No, no tenemos por qué —dijo ella.

Entre sus brazos, Mary Ann no tenía que pensar, sólo podía sentirlo a él, y sólo podía sentir la felicidad de estar con él.

Riley le acarició la mejilla con un dedo.

—Hazme caso. Es mejor. Estamos en un coche, en la calle. Pero podemos, y lo haremos, retomar esto más tarde.

Aunque Mary Ann quería protestar, asintió.

—Y ahora, dime, ?adónde ibas? —le preguntó él con preocupación.

—Pensaba ir a ver a Aden en cuanto me hubiera tranquilizado. Quiero que se escape conmigo y llevarlo al barrio donde viven sus padres. O donde vivían. ?Te he dicho que nacimos en el mismo hospital, el mismo día?

—No —dijo Riley—. Es raro.

—Lo sé.

—Y tiene algún significado, estoy seguro.

—Y yo. No puede ser una simple coincidencia. Después de que visitemos a sus padres, quería ir al hospital donde nacimos.

—Iré contigo. Victoria también va hacia el rancho en este momento. Podemos recogerlos a los dos. Yo conduciré.

Cuando él estuvo sentado detrás del volante, ella le preguntó:

—?Dónde fuiste cuando nos separamos? Me quedé preocupada.

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