Tres meses (Meses a tu lado #3)

—?No tenías un estreno al que asistir? —preguntó Jen, confusa—. Tu propio estreno, de hecho.

Si fuera consciente de lo igual que me daba ese estreno...

—Sí.

—Y... estás aquí.

—Sí.

—?Puedo... preguntar por qué?

Porque quería estar contigo.

—Quería estar aquí —dije, sin embargo.

Jen me observó unos segundos mientras yo me terminaba su cena ahora fría e, incluso antes de que abriera la boca, ya supe que iba a ponerse en modo rega?ina.

—Ross, ?te has ido de tu propia premiere? —preguntó, no muy contenta con ello.

—Créeme, nadie me echará de menos.

Y era verdad. Después de todo, lo que más les interesaba no era yo, sino los actores y la película en sí.

—Es tu película —insistió ella, confusa.

—Por eso. Han ido a ver la película. No a mí. ?Qué más les da que esté contigo y no con ellos?

Dejé el plato en la mesa, pero me seguía doliendo la cabeza. Apreté los dientes. Necesitaba una distracción urgente. Miré de reojo a Jen y vi mi distracción ideal, perfecta y magnífica justo ahí.

—?Puedo tumbarme contigo? —pregunté sin pensar.

Jen parpadeó, pasmada.

—No.

Eché la cabeza hacia atrás, confuso, y ella empezó a negar frenéticamente con la cabeza, enrojeciendo.

—Es decir... eh... no en el sofá —aclaró casi tartamudeando—. En la... mhm... cama... estaremos mejor.

Si supiera el susto que me había dado por un momento...

Esbocé una sonrisa divertida. Cuando se ponía tan nerviosa era divertida.

—?Me vas a ayudar a transportar mis cosas ahí? —le pregunté.

Después de todo, ahora el salón de mi casa estaba ocupado por el viejo parásito de Mike y el nuevo parásito de Chrissy. ?En qué momento mi casa se había convertido en una pensión?

Bueno, al menos había tenido una excusa para volver a dormir con Jen, cosa que no estaba nada mal.

—?Yo? —preguntó ella, todavía nerviosa—. Oh, sí, claro...

Me puse de pie y le ofrecí una mano que ella aceptó torpemente y me soltó enseguida, apresurándose a ir a la cómoda. Bueno, bueno, bueno... alguien se había puesto nerviosa por la perspectiva de ir conmigo a la habitación. No podía negar que eso me gustara.

Y, sin embargo, todos sus nervios desaparecieron de golpe para transformarse en una mueca cuando abrió el cajón de la cómoda. Empezó a abrir los demás, perdida, y frunciendo cada vez más el ce?o.

—?Qué? —pregunté al ver su expresión.

Oh, vamos, ?y ahora qué había hecho?

—?Eso es todo? —me miró, perpleja, se?alando mi único y triste cajón.

—?Qué más quieres?

—?Esto es una miseria! ?Solo tienes tres sudaderas y dos pantalones!

—También tengo camisetas —murmuré como un crío.

—?Ross, necesitas más ropa!

Y se puso a sacar mis pocas cosas mientras negaba con la cabeza.

—No necesito más ropa —protesté.

—Claro que la necesitas. Eres famoso. No puedes ir por la vida de cualquier manera.

—?Qué tiene de malo mi ropa? —me ofendí.

Ella levantó mi sudadera favorita, la de Pulp Fiction, y se?aló el logo desgastado de tanto usarla.

—?A parte de todo?

Si había una persona en el mundo a la que pudiera perdonarle que se metiera con mi sudadera de Pulp Fiction... esa era Jen.

Porque con el resto de la humanidad me habrían entrado instintos asesinos.

—?Esa es genial! —protesté.

—?Si ya casi no se ve el logo!

—?Porque me gusta mucho y la uso a menudo!

—No, la usas a menudo porque no tienes nada más. Tienes que comprar más.

?A mí me gustaba su logo desgastado! Me crucé de brazos, irritado.

—Pues, para no gustarte, bien que me robabas sudaderas cada vez que podías.

?Por qué no lo había vuelto a hacer? No me importaría verla paseándose otra vez con mi ropa.

—?Y las usaba de pijama! —protestó—. ?No para ir por el mundo!

—No para ir por el mundo —imité su voz chillona de enfado.

Jen me entrecerró los ojos y empezó a cargar cosas, poniéndose de pie.

—Encima, no está bien doblada —masculló, viendo las arrugas—. Eres un desastre.

—?Doblada? Si es ropa.

—?Ross, la ropa se dobla!

—Ah, ?sí?

—?Pues claro!

Hubo un momento de silencio. Yo fruncí el ce?o. Ella me lo frunció más.

—?Para qué? —pregunté.

—?Para que no se arrugue!

—?Si luego se arruga igual!

Jen puso los ojos descaradamente en blanco y pasó por mi lado. ?Ella sabía que yo tenía razón!

Justo cuando empecé a seguirla, me habló sin siquiera mirarme.

—?Más te vale no seguirme a la habitación con las manos vacías, Ross!

Ups. Me detuve en seco y volví rápidamente al salón para recoger las pocas cosas que se había dejado.

Al final, empecé a meter las cosas en la cómoda de la habitación a toda velocidad. No quería estar doblando ropa cuando fueran las doce. No sería una gran forma de desearle un feliz cumplea?os a cierta se?orita.

Y, justo cuando estaba a punto de terminar, Jen me dio un manotazo en el hombro.

—Por Dios —murmuró, negando con la cabeza—, ya sé cómo se siente mi hermana cuando dejo mi habitación hecha un desastre. ?No dejes las cosas de esa manera!

—Madre mía, ?estoy haciendo algo bien?

—?No!

—?Estás destrozándome la autoestima!

—Oh, pobrecito —ironizó antes de apartarme—. Quita, yo me encargo.

Al final, me desterró a la cama mientras ella arreglaba mi desastre. Suspiré y miré la hora. Todavía tenía cinco minutos. Escondí el móvil rápidamente cuando Jen se giró hacia mí, todavía sentada en el suelo.

—Vas a tener que comprar más ropa —me dijo.

—?Yo? ?Por qué?

—?Jack, apenas tienes!

—A mí me vale.

—?Y qué harás si algún día te quedas sin ropa limpia!

Desnudarme.

—Poner la secadora.

—?Si la pierdes o la rompes también pondrás la secadora para arreglarlo? —enarcó una ceja.

—Vale —la detuve, divertido—. ?En qué momento hemos pasado a ser un matrimonio de sesenta a?os?

—Di lo que quieras. Vas a comprarte más ropa.

—Sí, Michelle.

Oh, mierda.

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