Tres meses (Meses a tu lado #3)
Joana Marcús Sastre
Sinopsis
Jack Ross y el compromiso nunca se habían llevado bien. Cosa que, siendo sinceros, le había facilitado muchas situaciones en la vida.
Sin embargo, algo cambió cuando conoció a Jenna, sus ojos casta?os brillantes y su sonrisa tímida.
Pero... tres meses no eran suficientes como para enamorarse de alguien, ?no? Así que, ?qué importaba si intentaba pasar más tiempo con ella del que le gustaría admitir?
?Qué importaba si, después de todo, sí que era tiempo suficiente como para enamorarse?
?Qué importaba si, por primera vez en su vida, daba a alguien la opción de romperle el corazón?
Fecha de publicación: 05/01/2020
Capítulo 1
Qué dolor de cabeza.
Me froté los ojos en cuanto me desperté, mirando a mi alrededor. Estaba en mi habitación. ?Cómo demonios había llegado? Apenas recordaba nada de anoche. Solo una chica. Ah, sí... había llegado a casa con ella. Esperaba que ya se hubiera marchado.
Al mirar a mi izquierda, puse una mueca al ver que seguía en mi cama, durmiendo boca abajo. Mierda. Tenía que irse.
Me puse incorporé sin mucho cuidado y ella no tardó en despertarse al notar que me estaba moviendo por la habitación. Me subí unos pantalones de algodón y noté que me miraba, desnuda, sonriendo un poco mientras bostezaba.
—?Ya te vistes? —preguntó, mirándome de arriba abajo con una sonrisa que dejaba claro lo que pensaba.
La miré fijamente unos segundos, intentando acordarme. ?Cómo se llamaba?
—Sí, —murmuré al final, mirando la hora en mi móvil—. Tengo cosas que hacer.
No era cierto, pero ella no tenía por qué saberlo. Solo quería que se fuera para poder seguir durmiendo.
La chica —su nombre seguía siendo un misterio— dejó de sonreír.
—?Eh?
—Tengo cosas que hacer —repetí—. Puedo llamar a un taxi, si quieres.
—Vinimos en mi coche —me recordó.
—Ah. Pues te acompa?aré a la puerta.
Ella tardó unos segundos, pero al final se incorporó mirándome con aire confuso.
—?No quieres echar un polvo ma?anero o...?
—Odio las ma?anas —enarqué una ceja.
Otra mentira. Pero mi cabeza estaba a punto de explotar.
—Como quieras —masculló, ofendida.
Vi que agarraba su ropa interior, su vestido y sus tacones y se los ponía sin prisa. Me dedicó unas cuantas miradas de soslayo, como si esperara que me lo pensara mejor. No iba a hacerlo. Odiaba compartir mi cama.
Cuando terminó, se estiró y me siguió por el pasillo. Will y Sue, mis dos compa?eros de piso, estaban en el salón cuando llegamos. Hice un gesto a la chica hacia la puerta. No nos prestaron demasiada atención.
—Llámame esta noche —sonrió la chica, inclinándose para darme un beso en la mejilla.
—?Tengo tu número?
La miré un momento. Escuché una risa ahogada y mal disimulada de Sue.
Ella, por su parte, me levantó la mano y vi que lo tenía ahí apuntado. Después de lo que pareció una eternidad, por fin se marchó. Suspiré, aliviado.
Resoplé y me dejé caer en uno de los sofás. Sue leía un libro mientras que Will parecía demasiado centrado en algo de su móvil como para hacer caso a mi mirada acusadora.
—Buenos días, ?eh? —protesté—. Gracias por preguntarme cómo he dormido.
—Sabemos cómo dormiste —Sue me dedicó una mirada mordaz—. ?Es que tienes un radar para detectar a las más ruidosas o qué?
—Me gustan ruidosas —la irrité—. Podrías decir buenos días, al menos.
—Son las doce —remarcó, mirándome de reojo.
—Pero acabo de despertarme, ?no?
Ella optó por ignorarme.
—Oye —Will levantó la cabeza hacia mí—. Necesito que me hagas un favor.
Casi resoplé.
—?Qué favor?
—Necesito que lleves las cosas de Naya a su residencia. Tienes la llave en la barra.
—Las cosas de Naya —repetí, incrédulo—. ?Y no puedes hacerlo tú? ?No es tu novia?
—Estaré toda la ma?ana con mi padre —me dijo él con el ce?o fruncido—. Y ella no puede ocuparse.
—Qué pena.
—Vamos, Ross. ?No puedes hacerlo tú?
—Supongo que la opción de preguntárselo a Sue estaba descartada.
—Espero que no estuviera ni planteada —remarcó ella.
Al final, no me quedó más remedio que hacerlo. Después de comer algo, me vestí y me encaminé al coche de Will, que guardaba una maleta gigante y pesada de color chillón. Puse una mueca —pesaba una tonelada, maldita Naya— mientras la transportaba a mi coche y me dirigía a la residencia.
Si había algo peor que la resaca, era tener que pasear por el sol con resaca.
Me daba la sensación de que alguien me estaba aporreando la cabeza con un martillo cuando me deslicé con la maleta de Naya entre la gente, suspirando. Había demasiadas familias ahí. Demasiadas chicas llorando. Demasiados hermanos y novios afligidos. Madre mía. Ni que las enviaran a la guerra. Solo era la Universidad.
—...es muy sencillo. Somos pareja. Nos queremos, pero... podemos acostarnos con otras personas. Sin sentimientos ni nada, solo sexo.
Miré de reojo a mi derecha, donde vi a un chico hablándole en voz baja a la que supuse que sería su novia. Puse una mueca sin fijarme demasiado en ellos. Solo con verle la cara al chico ya supe qué clase de imbécil era. Pobre chica. Esperaba que le dijera que no o lo dejara.
Menos mal que yo no tenía esos dramas estúpidos de pareja.
Había una cola corta delante de Chris, el hermano de Naya y recepcionista de la residencia, pero él se deshacía rápidamente de todo el mundo. En cuanto me vio, sus labios se apretaron al mismo tiempo que los míos formaban una sonrisa.
—Hola, Chrissy.
Su frente se crispó por la irritación, como siempre.
—?No me llames Chrissy!
—Vale, Chrissy —se?alé la maleta—. Necesito subir a la habitación de tu hermana, pero no sé cuál es.
—El primer día está prohibido que suban chicos no-familiares —remarcó.
—Si somos casi familia.
—En ese casi están las normas de la residencia.