Asintió con la cabeza, sonriendo, y me quedé parado un momento antes de pasarle una cerveza. Me rozó al agarrarla y no hizo un solo gesto de haberse dado cuenta, mientras que yo tuve que aclararme la garganta para volver a centrarme.
—?A vuestros vecinos no les importa que tengáis esto aquí? —me preguntó inocentemente mientras yo intentaba centrarme en cualquier otra cosa de la terraza que no fuera ella.
—Nadie sube nunca aquí —dije, tras aclararme la garganta otra vez.
Joder, ?cómo le pueden quedar a alguien tan bien unos vaqueros?
—?Y si lo hacen?
?O un jersey ancho?
—El plan A es invitarlos a una cerveza.
Tengo que mandar una carta de agradecimiento a la empresa que ha fabricado esos pantalones.
—?Y el plan B?
Y, encima, huele demasiado bien.
—Tirarlos hacia abajo —sonreí, ense?ándole la cerveza—. No puede haber testigos del crímen.
Tuvo el resultado esperado; se puso a reír. Música para mis oídos.
—Pues es un sitio precioso —me aseguró, dando un sorbo a su cerveza—. Quitando las fábricas abandonadas de fondo.
—Si pretendes que son bosques, parece más bonito.
Cuando ella se quedó mirando la ciudad, dándome en bandeja de plata la posibilidad de darle otro repaso, decidí encenderme un cigarro para pensar en otra cosa. Pero, ?qué estaba mal conmigo? ?Por qué estaba tan alterado?
—?Y hace mucho que conoces a Naya? —me preguntó.
Yo le había dado una manta para que se cubriera y dejara de distraerme. Vi que se la subía a la barbilla.
—Desde que empezó a salir con Will hace... —ahora, al no verla bien, me arrepentía de haberle dado la manta. ?De qué hablábamos? Ah, sí. Los tortolitos—. No sé ni cuánto hace ya. Llevan como... toda la vida juntos. Son muy pesados.
Dudaba que yo pudiera hacer eso jamás. No me imaginaba a mí mismo saliendo con alguien. Solo de pensar en pasar más de un mes con una persona, me entraban ganas de salir corriendo.
—Siete a?os —me dijo—, según lo que me ha dicho Naya.
—?Siete a?os ya? —madre mía, qué rápido pasaba el tiempo.
No quería hablar de ellos, pero no quería preguntarle directamente por su vida. Tendría que encontrar una forma más discreta de sacar el tema.
—?Cuándo la has conocido? —pregunté.
—Hace como... dos o tres horas.
Sonreí al ver que ella ladeaba la cabeza en mi dirección.
—Sí que se te da bien integrarte.
Yo te integraría en mi cama.
Mi conciencia necesitaba una ducha fría.
—Qué más quisiera yo. En mi instituto no tenía muchos amigos.
Eso me distrajo. Especialmente por la mueca que puso, como si acabara de arrepentirse de lo que había dicho.
—?No?
—No —dijo apresuradamente—. Pero era un lugar muy... peculiar. Parecía sacado de una película de Lindsay Lohan del 2000.
—?Por qué? —no pude evitar sonreír.
—A ver —lo consideró un momento—, porque estaban los populares, los pringados, los invisibles...
—No, espera —la detuve, interesado—. Déjame adivinarlo. Se me dan bien estas cosas.
Ella también se giró hacia mí, sonriendo y concediéndomelo.
—Había una chica muy mala pero muy guapa que se metía con todas las chicas que consideraba inferiores a ella —empecé.
—Bingo. Aunque a mí nunca me dijo nada.
—Y un chico malo que se saltaba todas las clases y hablaba mal a los profesores pero que, sorprendentemente, siempre gustaba a todas las chicas.
—A mí nunca me gustó.
—Y había un club de teatro, una banda de música... donde todos los integrantes eran considerados pringados.
—De hecho, fui miembro de la banda de música por un tiempo.
Me detuve un momento para empezar a reírme.
—No puede ser. ?Y qué hacías? ?Tocar la flauta?
—Mhm... no exactamente.
Oh, oh. Se le habían encendido las mejillas. Me incliné hacia delante, más interesado.
—?La guitarra? —sugerí.
Hubo un momento de silencio.
—Tocaba el triángulo.
Contuve una risa cuando me miró, avergonzada.
Dios, me encantaba. Me daba igual no conocerla, ya me encantaba. Y no solo físicamente.
—Me imagino que no te llenaba mucho —bromeé.
—No. Lo dejé en dos semanas. Y empecé con otra cosa.
—Como... ?cantar?
—Si me oyeras cantar, utilizarías el plan B contra ti mismo.
Lo dudaba mucho. Sonreí y la miré, un poco más interesado de lo que querría estar.
—Mhm... ?bailar?
—Ajá.
Por su cara, no necesité más.
—Por favor, dime que no bailabas ballet.
—No estaba tan mal —masculló, confirmándolo.
—?Eso es un sí? —sonreí ampliamente.
—Durante un tiempo, sí. Y era muy buena, por cierto. Pero tuve que dejarlo.
Ya me la estaba imaginando enfundada en un traje de esos blancos ajustados y tuve que volver a centrarme.
—?Por qué?
—Mi profesora —apartó la mirada— me dijo que, si quería seguir, tenía que adelgazar cinco kilos.
?Era una broma? ?Su profesora había visto ese culo?
—?Y qué tiene que ver una cosa con la otra?
—No lo sé. Estaba un poco mal de la cabeza.
Me dio la impresión de que le restaba importancia pero que, en su momento, le había afectado bastante. No quería que le afectara y ni siquiera entendí el por qué.
—Quería dejarte en el infrapeso —bromeé, mirándola de arriba abajo.
—No, si la historia no termina ahí... —se aclaró la garganta—. Mi madre se enteró y se enfadó tanto que se plantó en la academia, la insultó y terminó tirándole café a la cara.
Vale, ya no solo era ella la que me encantaba. También era su familia.
—Me cae bien tu madre —le aseguré, riendo.
—?Ya has terminado de adivinar? —me sonrió, enarcando una ceja.
Oh, esa sonrisa... iba a ser mi perdición.
—Oh, no —enarqué también una ceja—. A ver, a ver... ?eras parte del grupo de los invisibles?
Me devolvió a sonrisa.
—Se podría decir que sí —se colocó un mechón de pelo tras la oreja.
Me distraje momentáneamente con sus dedos en su pelo.
—Y tu novio no lo era.
—No lo era, no.
—Seguro que tu novio era el típico chico popular que jamás habías pensado que se fijaría en ti, ?no?