Especialmente porque la llave seguía en mi bolsillo. Tenía que disimular un poco.
Pero... no pasaba nada por mirar, ?no? No haría da?o a nadie. Especialmente a mí, que prácticamente estaba babeando sobre el mostrador.
Seguía esperando una respuesta, por cierto. Ella dudó un momento.
Di que sí. Di que sí. Di que sí, vamos.
—Eh... no hay problema —murmuró,
Tuve que contenerme para no esbozar una sonrisa de triunfo.
Dios, me encantó incluso su voz. ?Por qué demonios tenía que ser la compa?era de habitación de Naya? ?Por qué no podía conocerla en un bar cualquiera?
Por un breve momento, mis ojos la recorrieron de arriba abajo. Tenía las piernas y la cintura delgadas. Tuve que suponer lo de la cintura porque el jersey era ancho y no dejaba entrever demasiado, pero sí podía ver los dos peque?os bultos que eran sus pechos. Mhm... tenía el cuello delgado y pálido, y el pelo casta?o llegándole un poco más arriba de la línea del sujetador.
Intenté centrarme en Chrissy antes de que mi mente se pusiera en su modo pervertido.
—Mira —lo miré—, un poco de simpatía para variar.
Chris estaba dispuesto a ignorarme para soltarle el mismo sermón que soltaba a todas las novatas, distrayéndome de las vistas perfectas que tenía al lado.
—Si necesitas algo, me llamo Chris y soy...
—El que se encarga de que no entren los chicos sin permiso —murmuré.
Mis palabras tuvieron el efecto que deseaba. Los ojos casta?os de Jennifer volvieron a mí y, por un instante, me pareció que iba a sonreír.
Pero el idiota de Chris tuvo que volver a hablar.
Ya no te quiero, Chrissy.
—...el encargado de mantener la paz en esta residencia —me corrigió él—. Me alojo en la habitación 1. Está en ese pasillo de ahí. Si necesitas algo pasadas las doce de la noche, me encontrarás ahí.
—Y si no, lo encontrarás jugando al Candy Crush aquí —a?adí.
Esta vez me dedicó una sonrisa divertida y creo que nunca me he alegrado tanto de haber tomado una decisión como la de dejar la maldita llave en mi bolsillo.
—No pongas en duda mi autoridad, que luego nadie me hace caso —me dijo Chris, pero no le presté la más mínima atención.
Honestamente, podría haber caído un rayo a mi lado y dudo que mi mirada se hubiera despegado de ella.
Volví a repasarla con los ojos y ni siquiera se dio cuenta de que se estaba colocando de nuevo un mechón en la oreja. Me entraron ganas de hacerlo a mí. Joder, ?por qué tenía que ser la maldita compa?era de Naya? Me habría saltado todas mis reglas de no haber sido por ese detalle.
Vi que sus labios se curvaban hacia arriba al decir algo a Chris e, irremediablemente, bajé los ojos a su culo otra vez.
—La seguridad es lo primero —escuché que decía Chris—. Regalo de la facultad. Solo uno.
En cuanto vi que sus mejillas se te?ían de rosa pálido, me giré para ver qué lo había ocasionado. Una cesta de condones. Tuve que contenerme para no reírme al ver su cara de espanto.
—Yo te recomiendo los de fresa —le dijo Chris—. A no ser que no te guste, claro.
—?A ver? —murmuré, rebuscando en la cestita.
—Solo uno —protestó él.
Agarré uno cualquiera. Multifruta. Ya lo había probado.
Ella también había aceptado uno. Sus mejillas se volvieron a te?ir de rosa al mirarlo y metérselo en el bolsillo. Casi parecía que no sabía qué hacer con él.
Podríamos probarlo juntos.
—Que tengáis un buen día —sonrió Chris ampliamente—. ?SIGUIENTE!
Ella dio un respingo mientras yo le daba lo que creía que era ya el tercer repaso consecutivo. En serio, ?por qué no podía dejar de mirarla? ?La de anoche me había dejado un trauma o algo así?
—Entonces... —vi que Jennifer no reaccionaba y me obligué a hablarle—, ?tienes la llave?
Ella abrió la mano para mí. Tenía las manos peque?as y los dedos delgados. Se mordía las u?as. Tuve que contener una sonrisa al ver la copia exacta de la llave que yo había escondido.
—A no ser que me haya enga?ado, la tengo.
Oh, así que teníamos un poco de sentido del humor, ?eh?
—Genial —contuve una sonrisa—. Vamos, te ayudaré.
Levanté su maleta —aunque hubiera preferido levantarla a ella—. No pesaba ni la mitad que la de Naya. Escuché sus pasos siguiéndome y, por un momento, me arrepentí de todas las decisiones que me habían llevado al momento en que ella no se había colocado delante para tener una vista panorámica de su culo. Tuve que conformarme con mirarlo mientras Jennifer metía la llave y yo me apartaba con la excusa de dejarle espacio.
La habitación era una mierda, igual que había sido la de Lana hace un tiempo. Casi pude leer la decepción en su expresión. La pobre intentó disimularlo, pero sus ojos eran demasiado sinceros. Seguro que era una mentirosa pésima.
—Bueno —empezó, forzando una sonrisa—. No está tan mal.
Casi me miraba como si esperara que yo lo confirmara. No quería arruinarle el primer día, así que me contuve.
—No es un basurero —murmuré, intentando no reír.
Empujé las dos maletas. La de Naya seguía dándome dolor de espalda. Aunque ya no me arrepentía tanto de que Will me hubiera obligado a venir. Especialmente cuando le acerqué la otra maleta a Jennifer y pude volver a repasarla.
Levanté los ojos al instante en que se giró hacia mí, se?alando la cama de Naya. No me había pillado. Menos mal.
—?Conoces a la chica que dormirá ahí? —preguntó inocentemente.
Estuve a punto de usar mi sarcasmo, pero me contuve. Parecía preguntarlo en serio. Y me pareció extra?amente tierna. No había mucha ternura en mi vida.
Pero... no pude evitarlo.
—?Yo? No —sonreí, divertido—. Es que me gusta transportar maletas de desconocidos. Es la pasión de mi vida.
Igual que mirar el culo a las due?as de esas maletas.
A ella se le ti?eron las mejillas de rojo y me arrepentí un poco de haberlo dicho de esa forma.
—Es la novia de mi mejor amigo —a?adí, extra?amente arrepentido de haber hecho que se sintiera mal—. Se llama Naya.
Y será tu peor pesadilla.