—No —murmuré.
Ella me observó por unos segundos, pensativa, mientras las luces de la sala empezaban a apagarse.
—Jackie, cielo... —empezó, dudando—, parece que estás en un funeral.
—Es que no me gustan estos eventos —le dije, y era cierto.
—?Y no tendrá nada que ver con no haber invitado a Jennifer?
Pero ?en qué momento se había hecho tan fácil leerme las expresiones? Fruncí el ce?o, incómodo.
—Sí la he invitado —mascullé—. Lo he hecho antes. Ha dicho que no.
—Bueno, Jackie, no te ofendas, pero yo también te habría dicho que no si me hubieras avisado con cinco minutos de antelación.
—Has sido diez —me enfurru?é.
Nos quedamos en silencio un momento cuando empezaron a salir los créditos iniciales de la película. Cuando vi el nombre del personaje de Vivian, cerré los ojos un momento. En realidad, me alegraba de que Jen no hubiera venido. No sé si alguna vez querría que viera esa maldita película.
—Ma?ana es su cumplea?os —le dije a mi madre en voz baja.
—Lo sé. Me pediste consejo para comprarle lo de las pinturas hace poco —me dijo, divertida.
Y sabía por qué estaba divertida; me había dado nombres raros de marcas de pintura y había tenido que deletrearlos varias veces para que pudiera apuntarlos. Y se había estado burlando de mí todo el rato.
—No me lo recuerdes —mascullé.
—Nunca me habías pedido consejo en cuanto a chicas —a?adió, divertida.
—No era en cuanto a chicas, era en cuanto a pintura.
—En cuanti pintura para una chica.
—Mamá, no ayudas.
—Jackie —suspiró y me puso una mano en el brazo—, está claro que no quieres estar aquí, ?por qué no te vas a casa?
Me quedé quieto un momento antes de mirarla, sorprendido.
—No puedo irme —remarqué—. Joey me matará.
—Yo me encargo de Joey. Venga, vete a casa.
La miré unos instantes, todavía perplejo, antes de esbozar una gran sonrisa.
—Vale —dije, encantado—. Te debo una, mamá.
—Tranquilo, ya me cobré mi deuda cuando me pude burlar de ti el otro día con las pinturas.
—No hay nada como una madre comprensiva y cari?osa —ironicé.
—Venga, vete antes de que cambie de opinión.
Esbocé una sonrisita malvada y me levanté algo agachado para que los de las filas de atrás no me vieran. Todos mis amigos se inclinaron hacia delante para mirarme con extra?eza. Mi padre pareció furioso. Mi abuela ya estaba roncando en el asiento y la película ni siquiera había empezado.
Cuando salí de la sala, casi esperaba ver a Joey o Vivian persiguiéndome para que volviera, pero no había nadie. Fui a la salida trasera del edificio y, tras asegurarme de que no había prensa, salí y escaneé a toda la gente que había en el aparcamiento. ?Quién podía...?
Mi mirada se iluminó cuando vi al salvador de mi noche.
—?Dimitri!
El chofer de Vivian levantó la mirada distraídamente y casi pude ver cómo se lamentaba cuando me vio acercándome felizmente.
—Se?or Ross —murmuró, casi llorando.
—Hola, Deacon, ?me has echado de menos?
—Mi nombre sigue siendo Daniel, se?or.
—Pues eso. Dorian. Oye, ?puedes llevarme a casa?
él subió a su coche con un suspiro lastimero y yo me quedé en medio de los dos asientos traseros, asomándome para mirarlo con una sonrisita.
—A lo mejor debería contratarte para ser mi chofer —comenté.
Me puso cara de horror al instante.
—B-bueno... yo ya trabajo para la se?orita Strauss y...
—No, es que me gusta conducir, no necesito chofer —sonreí mientras él avanzaba por el aparcamiento hacia la carretera—. Bueno, Dean, ?en qué punto de mi historia con Jen nos quedamos? ?Ahora puedo seguir contándotelo!
él soltó un suspiro lastimero.
Cuando llegamos a casa, yo ya iba por la parte en la que Jen había vuelto a casa. Y me daba la sensación de que el pobre hombre intentaba no estampar la cabeza contra el volante repetidas veces.
Me despedí de él y subí las escaleras, algo más tenso de lo que creía que lo estaría solo por ver a Jen. ?Debería darle ya el regalo? ?O era mejor esperar a la fiesta que le harían ma?ana? Mhm... probablemente era mejor esperar. Además, todavía no eran las doce.
Abrí la puerta de casa y escuché que la televisión estaba encendida. Ya estaba mirando uno de sus programas de cambios radicales. Casi puse los ojos en blanco.
Ella estaba tumbada en el sofá con el pijama y la mantita. Ah, y las gafas. Hacía mucho que no la veía con las gafas puestas.
Jen se incorporó de golpe cuando me vio ahí plantado. Casi me reí cuando vi su expresión estupefacta.
—?Qué haces aquí?
Iba a responder, pero mi atención se clavó con el plato lleno que había sobre la mesa. Prácticamente no había comido nada.
—?No has cenado?
—?Eh? No...
Vale, mejor no quejarme o se iba a enfadar. Y era preferible que no se cabreara conmigo tan temprano.
En lugar de eso, me quité la chaqueta y la tiré al sillón, agradeciendo no tener que seguir llevando esa cosa puesta. Jen soltó un ruidito de desaprobación.
—Jack, no puedes tirarlo así, se va a arrugar.
—El drama de mi vida —murmuré.
Tiré torpemente del nudo de la corbata y solo conseguí apretarlo más. Jen se reía disimuladamente de mí, tal y como lo había hecho antes en la habitación.
—?Riéndote de mí otra vez? —enarqué una ceja.
—Ven —se ajustó las gafas, divertida—, déjame ayudarte.
Me quitó la corbata sin mucho esfuerzo y me senté a su lado. Me dolía un poco la cabeza. Llevaba casi un día entero sin tomar nada. Pero intenté ignorarlo. Necesitaba una distracción. La comida nunca era mala distracción. Agarré su plato y empecé a comer como si la vida me fuera en ello.
Jen me miraba con el ce?o fruncido.
—Estará frío.
—Está bien —murmuré—. Se te da bien cocinar.
Ahora que lo pensaba... ?cuánto hacía que no daba a los demás el placer de cocinarles mi prestigioso chili? Tenía que volver a cocinarlo algún día.