Me giré hacia él tan rápido que casi me caí de culo al suelo. él enrojeció un poco cuando le puse las manos en los hombros.
—Tienes razón, Dimitri. Así me gusta, que seas un ciudadano responsable.
—En realidad, ejem... me llamo Daniel.
—Gente como tú es la que falta en el mundo, Dorian.
—Se?or... eh...
—Nuestro mundo sería un lugar rosa y bello si todos fueran como tú, Diego.
—Que no me llamo...
—Oye, Dean, ?me llevas?
él suspiró cuando me encaminé hacia su coche.
El pobre hombre debía estar harto de mí cuando llegamos a mi edificio. Había estado contándole tooooda mi historia con Jen por el camino.
Con detalles. Y sexuales.
Pobre se?or.
—Eso sí que eran horas aprovechadas —le dije, riendo, al recordarlo.
él estaba rojo, pero no decía nada, intentando mantener la profesionalidad.
—Ya hemos llegado, se?or.
—?Eh? Ah, sí, sí... Gracias, Dennis.
—De nada —masculló.
—Ya nos veremos, ?eh? Deséame suerte. A ver si triunfo, Deacon.
Le di una palmadita amistosa en el hombro y salí del coche dando tumbos hacia las escaleras. En cuanto estuve por la mitad del camino me pregunté por qué demonios no había ido en ascensor. Iba tan mareado que me caí y me levanté casi cinco veces antes de llegar por fin a nuestro pasillo.
Y, claro, volví a caerme al suelo.
Me quedé mirando el techo y solté una risita, pensando en la cara que pondría mi abuela si abriera la puerta y me viera.
Probablemente se uniría a la fiesta.
Fruncí el ce?o cuando escuché una melodía que parecía lejana. Levanté la cabeza, extra?ado, y vi que se trataba de mi móvil. Me había caído unos pocos metros atrás. Me arrastré hacia él y apoyé la espalda en la pared, descolgando.
—?Qué? —pregunté, jugueteando con las llaves.
Ya casi estaba preparado para la bronca de Joey, pero no fue ella la que habló.
—?Ross? —preguntó, Jen, extra?ada.
Un momento, ?Jen? ?Llamándome? Mhm... sospechoso.
—?Jen? —entrecerré los ojos, divertido—. Vaya, vaya, vaya... qué sorpresita nos ha traído la noche.
Una muy agradable.
—?Estás borracho? —preguntó en tono de reprimenda.
—?Yo? —me se?alé a mí mismo, como si la tuviera delante—. No.
Solté una risita cuando ella suspiró. ?Por qué era tan divertido irritarla?
—?Dónde estás?
—En un lugar llamado mundo.
De nuevo, un sonidito de exasperación. Sonreí como un idiota.
—Ross —remarcó mi nombre—, lo digo en serio.
—?Ahora te preocupa dónde estoy?
—Dímelo. Ahora.
—?O qué? —otra risita—. ?Me vas a dar uno de tus pu?etazos destructores?
Oh, qué sexy había estado ese día destrozando la nariz a ese pobre chico.
Mi se?orita pantaloncitos-sexys era todavía más sexy cuando se cabreaba.
—Ross —estaba perdiendo la paciencia—, dímelo ya.
—En la puerta.
Empecé a reírme cuando se quedó en silencio, confusa. Apenas unos segundos más tarde, la puerta se abrió y yo miré automáticamente sus piernas asquerosamente perfectas con esos estúpidos pantaloncitos.
En serio, no estaba muy seguro de si quería quemárselos o besarlos.
O besar lo que había debajo.
Mhm... sí, eso sonaba mejor. Muuucho mejor.
Echaba de menos sacar mi lado pervertido con ella.
Levanté la mirada hacia ella recorriéndola lentamente. Parecía cabreada. Perfecto para que mi pervertido interior sonriera perversamente.
—Hola —le dije, divertido.
Jen bajó el móvil de su oreja, acercándose a mí. Nunca superaría cómo se balanceaba de forma tan perfecta al moverse. ?Es que no se daba cuenta? Debería poner más espejos en casa...
Me preguntó algo, pero no la entendí, así que solo sonreí como un idiota, mirándola medio embobado.
—?Puedes ponerte de pie? —preguntó suavemente.
—Me lo ense?aron cuando era peque?o, creo que todavía me acuerdo.
Pese a que me ofreció una mano, me negué a aceptarla por dos motivos:
1)Todavía me quedaba dignidad —poca, pero algo quedaba— y quería intentarlo solo.
2)No quería tocarla. Estaba demasiado borracho como para disimular lo que me hacía sentir al tocarla.
Al final, conseguí meterme en casa yo solito. Apoyé la espalda en la pared de la entrada y cerré los ojos, tratando de centrarme. Escuché que ella cerraba la puerta y se plantaba delante de mí.
—?Estás bien? —preguntó.
Abrí un solo ojo y la recorrí de arriba abajo otra vez.
—?Eso es lo que me preguntarás después de un a?o de mierda, Jen? ?Si estoy bien?
Vale, no. Ese no era el camino de la felicidad.
El camino de la felicidad terminaba en esos pantaloncitos.
Y, si seguía hablando, el camino terminaría en un pu?etazo destructor.
—?Has bebido? —preguntó, pero sonaba más a reproche que a pregunta.
—Muy bien, Einstein —le sonreí de lado.
—Ross, tú nunca bebes.
Y se suponía que tú no ibas a dejarme, Jen.
Pero no dije nada. No quería decírselo en voz alta. Bastantes cosas nos habíamos reprochado ya el uno al otro. Solo la miré unos segundos.
Todavía no se había ido. Menos mal. Todavía tenía tiempo. Y tenía que hacer las cosas rápido si quería que cambiara de opinión.
Di un paso hacia ella, vacilante, y Jen abrió mucho los ojos cuando le sujeté la cara con ambas manos, recorriéndosela entera con la mirada, bebiendo de su expresión atónita y ligeramente ruborizada.
Había echado tanto de menos esa expresión...
—Así que sigues aquí —le dije en voz baja.
Miré sus labios y ella los entreabrió involuntariamente. Se me secó la boca al instante y solté una bocanada de aire.
No, no podía volver a besarla. Ya lo había hecho una vez desde que había vuelto y no había sido como yo quería que fuera.
Intenté que mi sonrisa fuera sincera, pero se quedó en una especie de mueca triste.
—Ojalá nuestro segundo primer beso hubiera sido mejor de lo que fue.