Apreté los dientes al instante.
Pues claro que lo estaba. Ojalá no fuera cierto, pero lo estaba. Era tan obvio que me merecía que me lo echara en cara.
Estaba furioso. Me giré hacia ella y me acerqué con dos zancadas. No se movió de su lugar cuando me incliné tan cerca de ella que casi podía rozarla.
—Y tú de mí, Jen.
Ella abrió ligeramente los ojos y fue todo lo que necesitaba para confirmarlo —Estás tan jodidamente enamorada de mí que no soportas vivir aquí. Por eso te fuiste, ?verdad? Quizá no fue el principal motivo, pero fue uno de ellos. Y por eso quieres irte otra vez. Porque eres demasiado cobarde como para enfrentarte a eso. Como para afrontar que alguien te gusta lo suficiente como para que pueda hacerte da?o.
Sí, ese era el maldito problema. Su maldito problema.
—Que estás enamorada de mí —a?adí en voz baja—. Porque lo estás. Puedes odiarlo todo lo que quieras, pero es así.
Jen intentó respirar hondo y vi que le temblaba el labio inferior.
—No estoy enamorada de nadie.
Sonreí irónicamente, negando con la cabeza.
No, eso no iba a negármelo. Eso no.
—Pues apártate —le dije en voz baja.
No lo hizo. Solo me miró fijamente, dudando.
—Venga —insistí—, apártate.
Me incliné hacia ella. Casi podía volver a besarla. Casi. No me atrevía a hacerlo.
Eso pareció frustrarla mucho. Tanto que perdió los nervios.
—?Deja de ser un imbécil, Ross, sabes que no...!
—Oh, ?lo sé?
—?Eres un... engreído y... un maldito idiota!
—Puedes mentirte a ti misma todo lo que quieras, Jennifer, a mí no me enga?as.
—?No quiero enga?arte! ?No quiero nada contigo! ?Tú eres el que tiene sentimientos que no tiene tener, no yo, porque...!
A la mierda.
Ya no podía más.
Sin siquiera ser consciente de lo que estaba haciendo, le sujeté la cara con ambas manos y pegué mis labios a los suyos bruscamente.
Fue como si alguien, de pronto, hiciera que mi cuerpo volviera a la vida después de un a?o entero estando apagado. Sentí que mi corazón se aceleraba, que me temblaban las manos y que lo único que podía desear en ese momento era seguir besándola hasta olvidarme de una vez de todo lo que habíamos pasado durante ese a?o.
Solo quería estar con ella.
Pero... no. No podía, ?verdad?
Vivian tenía razón. O... podía tenerla. No podía volver a arriesgarme.
Nada jamás me había resultado tan complicado como lo fue separarme de un paso de ella, respirando agitadamente.
—?Lo ves? —me temblaba la voz.
Esbocé una sonrisa triste cuando ella parpadeó, sorprendida.
—Al menos, tenías razón en algo. Tengo sentimientos que no quiero tener. Porque sigo queriéndote. Y no te lo mereces.
Mi pecho se oprimió cuando me di cuenta de lo que estaba a punto de decir.
—Nunca te has merecido que te quisiera, Jennifer. Nunca te lo merecerás. Pero soy lo suficientemente idiota como para seguir haciéndolo toda mi vida.
Ya no podía más. No quería seguir viéndola. Me di la vuelta con la respiración hecha un desastre y agarré mis cosas antes de salir al pasillo.
Me detuve en la ventana y tomé una bocanada de aire, intentando centrarme. La cabeza me daba vueltas, pero ahora por un motivo muy distinto.
La imagen de Jen llorando hizo que tuviera que cerrar los ojos con fuerza.
Mierda, ?qué había hecho?
Me di la vuelta y volví a entrar en el piso. La puerta de nuestra habitación se cerró justo en ese momento.
Solté la chaqueta y las llaves por el pasillo, pero me dio igual. Llegué a la puerta y mi mano se quedó suspendida en el aire, a punto de abrirla.
Sin embargo, algo me detuvo.
?Qué iba a arreglar ahora? No podía arreglar nada. No había nada más que hacer. Acababa de conseguir que me odiara. Y yo, por mucho que lo intentara, era incapaz de hacerlo.
Apoyé la frente en la puerta, frustrado, y me alejé de ella hasta que mi espalda chocó con la pared del pasillo. Me dejé arrastrar hasta que estuve sentado en el suelo y hundí la cara entre las manos.
Capítulo 14
—?Ross?
Gru?í algo, medio dormido, y volví a notar que me movían el hombro.
—Ross, despierta, vamos.
Finalmente abrí los ojos. La cabeza me dolía como si me la estuvieran martilleando, pero no fue nada comparado con la punzada de dolor que sentí en el cuello al incorporarme de golpe.
Naya estaba agachada a mi lado con cara de sue?o.
—?Qué haces durmiendo aquí? —preguntó, extra?ada.
Me froté la nuca con la mano, intentando acordarme de cómo demonios había terminado durmiendo en el maldito pasillo.
Ah, sí... Jen. Mierda.
Me entraron ganas de darme con la cabeza en la pared.
Naya intercambió una mirada entre mi expresión y la puerta y levantó las cejas.
—Oh... —murmuró, sin saber qué decir.
—?Qué haces despierta? —pregunté, confuso.
—Tengo hambre —puso una mueca—. Venga, ven conmigo. Debes estar muy incómodo ahí sentado.
Acepté su mano y me puse de pie, con la espalda y el cuello doloridos.
Naya fue tan felizmente como siempre al salón. Intenté que se me contagiara un poco de su felicidad por el camino, pero la verdad es que no lo conseguí. Fui directo al sofá y me dejé caer en él, mirando el techo. Escuché que ella rebuscaba por la cocina y volvió con un tarro de galletas de chocolate.
—Para cuando terminen estos nueve meses voy a engordar doscientos kilos —murmuró, sentándose a mi lado en el sofá de piernas cruzadas—. Pero la verdad es que me da igual.
Sonreí un poco y negué con la cabeza.
—Enhorabuena —murmuré—. Lo siento, todavía no te había dicho nada.
—Ah, no pasa nada —me dijo con la boca llena—. Bueno, ?quieres hablar de lo que ha pasado o mejor fingimos que somos todos felices comiendo galletas y hablando de mi embarazo?
—Me quedo con la segunda opción.
—Como quieras —me ofreció el tarro y robé unas cuantas galletas. La verdad es que tenía hambre.
Pero, claro, no había dado dos mordiscos a la galleta y ya había cambiado de opinión.