Will no me miró ni dijo nada. Tampoco necesitaba que lo hiciera. Ya sabía que había sido un imbécil sin necesidad de que lo confirmara.
—No me puedo creer que esto me haya pasado a mí —murmuré, con el nudo en la garganta aumentando—. Todos estos a?os riéndome de las películas en las que le rompían el corazón a alguien, pensando en cómo se puede ser tan idiota como para abrirse de esa forma a alguien que no te quiere... y ahora me lo han hecho a mí.
—Jenna sí te quería, Ross.
—?Que me quería? —me puse de pie bruscamente—. No. No lo hacía. Ella misma lo dijo. Nunca he dicho que te quisiera. Y tenía razón. Nunca lo hizo. ?Cuántas veces crees que se lo ha dicho al otro?
—Ross...
—Mi padre tenía razón —murmuré, mirando el armario jodidamente vacío y abierto—. él me lo dijo mil veces. Dijo que algún día me dejaría. Es un manipulador de mierda, pero al menos se dio cuenta antes que todos los demás e intentó avisarme. Y no le hice caso.
Hice una pausa y aparté la mirada del armario, negando con la cabeza.
—?Y de qué me sirve seguir llamándola? No servirá de nada. No quiere saber nada de mí. Soy un imbécil.
—Ross, no...
—Solo quiero saber qué hice mal —soné tan patético que incluso yo me di lástima a mí mismo—. Solo quiero saber eso.
Will por fin me miró. Pareció pensar en algo durante casi un minuto entero hasta que, finalmente, suspiró.
—Ross... tengo que contarte una cosa que...
—A la mierda —mascullé, cerrando el armario de un golpe—. No me importa. No sé por qué sigo arrastrándome por... por... no seguiré haciéndolo. Estoy harto. De esto. De ella. Y de todo.
Will me miró mientras iba directo a agacharme junto a la cama y sacar la maleta que había debajo. Noté que se detenía a mi lado cuando empecé a abrir cajones de la cómoda y a llenarla bruscamente.
—?Qué haces?
—Me voy de aquí.
—?Te vas...? ?Dónde?
—A Francia. A esa jodida escuela. ?Para qué quiero quedarme? ?Para esperar a alguien que no me quiere?
Will no dijo nada por unos segundos, sorprendido.
—?Quieres que te ayud...?
—No.
—Puedo pedirle a Naya que te eche una mano. Es experta en llenar maletas sin que...
—He dicho que no, Will.
él suspiró y me dejó solo de nuevo. Yo seguí metiendo la ropa bruscamente en la maleta. No podía seguir ahí. No donde todo me recordaba a ella. Necesitaba irme a cualquier sitio que no...
Mi mano se quedó congelada a punto de agarrar la sudadera de Pumba.
Me quedé mirándola un momento y casi pude escuchar los a?icos de mi propio corazón cuando recordé a Jen vestida con ella. A Jen paseándose por el piso con una sonrisita. A Jen ayudando a Will en la cocina. A Jen conmigo, mirando películas y...
No. No podía pensar en ella. No así.
Ella no me quería. No se merecía que me acordara de ella. No se merecía que me acordara de esa forma. Lo que se merecía que recordara era su mirada decidida cuando me había dicho, a la cara... que no me quería.
Agarré la sudadera y la dejé en la cama. Estaría mucho mejor en la basura. O en cualquier otra parte que no fuera un lugar donde yo pudiera verla.
Hice lo mismo con todo lo que encontré que me recordara a ella.Y quizá habría sido capaz de superar ese peque?o obstáculo de no haber encontrado, entre mis camisetas, la foto que me había hecho con ella en la feria de su pueblo.
Cuando había ido a conocer a sus padres. Cuando le había pedido que viniera a vivir con nosotros. Conmigo. ?Ya sabía que no me quería por aquel entonces? ?Por eso no me había dicho que sí? ?Por eso siempre pareció poner un escudo entre nosotros?
De pronto, todos los recuerdos buenos con ella estaban cubiertos por un manto negro que no me dejaba rememorarlos y ser feliz. Cada vez que recordaba una sonrisa, un beso, una mirada divertida... cualquier cosa... me preguntaba hasta qué punto había sido sincera. Hasta qué punto le había gustado estar conmigo.
No pude mirar la foto. No podía verla. Estuve a punto de arrugarla en un pu?o, pero fui incapaz. Igual que también fui incapaz de volver a mirar esas estúpidas sudaderas y plantearme tirarlas a la basura. No podía hacerlo. No podía.
Miré mi mesita de noche y, tras dudarlo unos segundos, abrí el primer cajón y lo metí todo ahí antes de cerrarlo con fuerza.
Jen se quedaba ahí. Y todos mis recuerdos de ella, también.
Pero yo... yo no podía hacerlo.
***
La residencia en Francia era tan pretenciosa como cara. La gente vestía solo ropa de marca, los muebles eran de lujo y absolutamente todo lo que me rodeaba tenía un valor por encima de los cien euros. Era difícil de creer que realmente estuviera viviendo ahí.
Durante los primeros días, no me había relacionado demasiado con nadie. Mi habitación era individual, así que por las noches podía meterme en la cama a ver películas, pero la verdad es que no me apetecía hacerlo. No me apetecía nada. Ni siquiera atender en clase o intentar hablar con mis compa?eros. Era como si viviera en una burbuja extra?a que yo mismo había creado y no podía destruir.
De hecho, ni siquiera hablé con alguien hasta que, a la semana de estar ahí, me invitaron a una fiesta. El que me había invitado era el hijo de un amigo de mi padre, así que supuse que lo hacía por compromiso. Acepté de todas formas. Y eso que sabía que lo que más me convenía no era, precisamente, una fiesta.
Incluso la fiesta era pretenciosa. Todo el mundo iba perfectamente arreglado y acicalado. Yo no lo estaba, pero a nadie pareció importarle. Ignoré a todo el mundo y todo el mundo me ignoró a mí.
Me quedé de pie junto a la mesa de bebidas. Todas eran botellas de calidad. Y estuve a punto de agarrar una, pero me contuve. No era el mejor momento para beber.
Y, justo cuando lo hacía, noté que alguien se acercaba a mí.
—?No vas a beber?
Me giré sin mucho interés hacia una rubia que no conocía de nada. Ni siquiera le presté atención antes de sacudir la cabeza.
—No tengo sed.