Me di la vuelta y tiré de su camiseta hacia mí lo justo para volver a empujarlo hacia atrás. Y con fuerza. Quizá más incluso de la que había pretendido al instante, porque él intentó darse la vuelta y la mitad de su cara chocó bruscamente con el cristal de la ventanilla, haciendo que crujiera ruidosamente.
Pareció que se quedaba paralizado cuando se giró y vio unas cuantas gotas de sangre en el cristal crujido, pero reaccionó al instante y se giró hacia mí, intentando agarrarme del cuello.
Con la cantidad de veces que lo había hecho mi padre, incluso borracho, no recordaba ni una sola vez en que lo hubiera hecho tan sumamente mal. Me eché hacia un lado y se lo agarré yo a él, sujetándolo para poder darle un pu?etazo con todas mis fuerzas en el lado de la cara que no había chocado contra el coche. El muy imbécil se giró hacia mi mano y le di directamente en la nariz, que empezó a sangrar cuando lo solté y cayó al suelo, gimoteando. Le sujeté el cuello de la camiseta y le dio otro en la mandíbula.
—?Para! —gritó de repente, retrocediendo.
Y se chocó él mismo contra el coche con la cabeza. Puse los ojos en blanco sin poder evitarlo.
Mientras gimoteaba de dolor y la sangre de las heridas del cristal y de la nariz se mezclaban por el cuello de su camiseta, no pude evitar pensar que era realmente patético. ?Cómo había podido salir Jen con ese chico tanto tiempo?
Y, de pronto, vi que miraba algo por encima de mi hombro. No, no iba a caer en ese truco tan barato para darme la vuelta y que pudiera atacarme. De hecho, me dio tanta rabia que lo intentara de una forma tan sumamente sucia que no pude evitar agacharme y amenazar con golpearlo de nuevo.
—Escúchame bien —empecé—, no vuelvas a...
—?Voy a llamar a la policía!
Me quedé helado cuando escuché la voz de esa se?ora. Miré por encima del hombro sin soltar al imbécil y vi que un grupo de gente se había reunido a nuestro alrededor, todos con cara de horror. Bueno, no me extra?aba. Menuda cara le había dejado al imbécil.
Y lo que le queda.
Suspiré cuando vi a la mujer que había hablado, que tenía el móvil en la mano.
—Voy a llamarla —repitió, se?alando el móvil—. ?Suelta ahora mismo a ese pobre chico!
El imbécil estaba llorando. Sí, llorando. Qué triste.
Suspiré y miré a la mujer.
—Créeme, se lo merece —murmuré.
—?Nada se soluciona con violencia! ?Suéltalo ahora mismo o llamo a la policía y...!
Solté al imbécil y me puse de pie, furioso. La mujer retrocedió un paso, asustada, al igual que el resto de los que me rodeaban. Pero yo solo se?alé al imbécil.
—Este chico tan simpático y ensangrentado que ves aquí, hizo que el otro día la chica a la que quiero viniera con un golpe horrible en las costillas. Y la ha estado torturando psicológicamente durante meses sin que yo pudiera hacer absolutamente nada porque solo se atreve a atacar a gente que sabe que no le va a responder.
Hice una pausa, frunciéndole el ce?o a la mujer.
—Así que no, igual la violencia no lo soluciona todo, pero te aseguro que voy a darle unos cuantos golpes más a este imbécil. Y los voy a disfrutar. Si quieres llamar a la policía para que vengan a verlo, adelante. Pero la verdad es que soy más de espectáculos privados.
Hubo un momento de silencio cuando todo el mundo se quedó mirándome. La mujer bajó la mano lentamente y se escondió el móvil en el abrigo. Al cabo de unos segundos, todos empezaron a marcharse. Me giré hacia el imbécil con una sonrisa al ver que se intentaba sujetar la nariz con una mano torpemente.
—?M-me has... me has roto la nariz! —gimoteó.
Le quité la mano de un manotazo, negando con la cabeza.
—Si te la hubiera roto, ahora mismo estarías retorciéndote de dolor en el suelo. Y ni siquiera sentirías esto.
él ahogó un grito cuando me adelanté y le sujeté el puente de la nariz con fuerza suficiente para que doliera, pero insuficiente como para que empezara a sangrar de verdad. Y conocía muy bien ese tipo de dolor. Yo había estado al otro lado muchas veces. Y una parte de mí se sentía miserable, pero la otra deseaba demasiado hacer sufrir a ese gilipollas.
Le apreté la nariz entre los dedos y él intentó retorcerse para escapar, pero tenía el coche detrás, así que era imposible.
—Te estaba diciendo algo antes de que nos interrumpieran, ?no?
—?Para, por favor, por favor...! —empezó a suplicar.
—Oye, imbécil, te estoy hablando. Interrumpir es de muy mala educación. Cállate y escucha.
—?Para, por favor! ?Para! —siguió.
Puse los ojos en blanco otra vez.
—Escúchame bien —le apreté la nariz y él se centró en mí—, solo te he dado dos golpes y te he dejado así, por lo que puedes imaginarte cómo terminarías si siguiera. Estoy intentando ser bueno porque sé que a Jen no le gustaría que te hiciera más da?o del necesario, pero no te recomiendo que me provoques, imbécil, porque ahora mismo tengo muchas ganas de seguir dándote pu?etazos. ?Me has entendido ahora?
él asintió vehementemente con la cabeza.
—Genial, imbécil. Vamos avanzando. ?Vas a escucharme ahora sin interrumpir?
—Sí, voy a...
—Cállate. Tu voz nasal me pone de los nervios. Solo asiente.
Asintió de nuevo.
—Bien. No sé que has venido a hacer aquí, pero sí sé que Jen no quiere saber nada de ti. Y tú también lo sabes, ?no? Y aún así has estado llamándola y acosándola sin parar.
—Lo... l-lo siento... yo no quería...
—?Quieres callarte? Me importa una mierda lo que querías antes, y me importa menos todavía lo que quieres ahora —enarqué una ceja—. Pero, teniendo en cuenta la situación en la que te encuentras, a ti te interesa mucho lo que yo quiero ahora mismo, ?verdad, imbécil?